Vainilla

Odio cuando la sangre mancha mi ropa.

Odio cuando no mueren al instante.

Malditos drogadictos de mierda.

Mi nombre es el cazador y mi trabajo no es bonito.

A menos que seas un demente hijo de puta, un absoluto locohombre.

Uno como estos desperdicios malparidos. Como heces inoportunas que fueron cagadas por dios en una noche de diarrea.

A veces lo disfrutan.

Alguna vez el buen Doctor B. me llamó para exterminarle una pequeña plaga, un “hoyito funky” justo arriba de su departamento.

Lo que más odio de este trabajo, de matar drogadictos, es mezclarme con drogadictos.

Toqué la puerta como cualquier otro ciudadano común que quisiera desperdiciar su vida (o su dinero) en pincharse las venas o usar su cara como aspiradora.

Aún así no los detestaba tanto como a los putos hippies y su apestosa droga en pipas.

A los tres días en este trabajo me jodí la nariz, a propósito, con un cuchillo, un enorme Bowie. Así no tendría que percibir los olores nunca más. Funcionó. Pero no me hizo detestarlos nada menos.

Un tipo abrió la puerta y lo que vi dentro fue tan ameno como un cuadro de Bosch.

Como si Bosch y Pasolini hubieran dirigido una película escrita por John Waters, producida por Lynch.

Chicos arrodillados siendo penetrados por chicas de enormes pechos con enormes penes de goma atados a brillantes cinturones de cuero y máscaras de figuras sociales.

Vaya espectáculo.

Antes de poder entrar en mi papel de incógnito una chica desnuda, con una etiqueta mortuoria en uno de sus dedos del pie estaba haciéndome una mam…felación, claro, felación.

No queremos que los imbéciles sean ofendidos en esta lectura ¿Cierto?

Pues que se jodan, una mamada.

Miré a mi alrededor.

Había prometido al Doctor B. no hacer un baño de sangre, porque eso dañaría el piso y por ende su techo.

Y vaya, el semen y la orina habían aurrinado su tapiz anterior, traspasando el techo y actuando con una corrosión terrible. Y el candelabro que había pertenecido al Duque Von VergaErecta III no era algo que el Doc estuviera dispuesto a perder.

Tomé la cabeza de la chica y eyaculé en su garganta hasta que sus ojos salieron de sus cuencas.

La aparté de mi con una rodilla a la cara.

Arrojé lo que quedaba de ella a un montón de tipos que yacían viendo hacia la ventana, perdidos en sus pensamientos.

Después de eso, perdidos en el pavimento.

Tomé el foco que un chico flaco prendía para fumar crack mientras una chica rubia lo sodomizaba.

Lo estrellé contra su rostro y atravesé su cuerpo a través de su garganta hasta tomar el dildo atado a la cadera de la chica, jalándolo hasta romper su cadera y haber sacado su pelvis por la boca del chico.

Estrellé la cara de una chica perdida frente a un televisor que pasaba una vieja cinta de VHS con liquid television en ella.

“Welcome to the prime time, bitch”

Sentí un dolor en la cabeza.

Los jodidos ravers.

Uno de ellos me había golpeado con un viejo jarrón lleno de arañas importadas directo desde el culo del mundo; Australia.

Antes que pudiera reaccionar uno me atacó con una jeringa, justo en la pierna.

Arranqué una luz de estrobos y la metí a través de su cráneo, haciéndolo estallar.

Jamás dejó de bailar, cosa que incendió a sus compañeros.

Burn, baby burn.

Tomé una lata de hairspray y la rocié frente a una mala copia de Nick Cave, un Nick Cave Italiano que estaba prendiendo su pipa de crack.

Lo empujé hacia un cuarto donde sucedía una orgía y pude escuchar como sus gemidos se volvían gritos de dolor.

Una de ellas logró salir.

“No te detengas, oh, me siento tan caliente”

La arrojé por la ventana.

Bajé a ver al Doctor, que ya estaba enfurecido por las goteras de sangre y bilis que chorreaban en su nuevo tapete de Oso Polar Presbítero Intergaláctico.

-Pero qué mierda, te he pagado para que los eliminaras uno por uno. -gritó el respetable septuagenario-

-No pude evitarlo.

-Te jodiste a todos, te jodiste a mi querido M.

Estaba seguro que si los eliminabas a todos, yo sería su única fuente de chute y no se separaría más de mi.

El Doctor era un marica.

Lo sospeché en nuestro viaje al octágono de los hotpants, cuando trató de tocarle el culo al guía que nos llevaba a través de las comunidades caníbales.

-Jódase Doc.

Así que le volé los sesos.

Me sentía un poco mareado.

Debía haber sido aquella jeringa en mi pierna.

Odio cuando queda sangre en mi ropa.

Lo odio y ahora sólo me queda una opción sana antes de ser uno de ellos.

Esta noche tan roja y yo tan cerca del final.

Pongo el revólver en mi boca.

Bang, bang.

Vainilla

Donceles. 19

Llevaba 40 minutos esperando en la estación.

Esperando con la esperanza de que no llegara.

¿De verdad es así como funcionan las cosas?

Cuando llegas al punto máximo entre Saturno y el Abismo, comienzas a suplir cosas con otras cosas más baratas, más desechables, más fáciles y rápidas, que llegan a su clímax en un periodo corto de tiempo y se desvanecen momentos después.

Se vuelven un recuerdo vergonzoso, que con el tiempo se torna un pensamiento vago de mejores tiempos, un agujero negro lleno de duda y pensamientos idiotas que te hacen ver lo malas que han sido tus decisiones como para llegar a este exacto punto y no haber podido mantener ese balance, ese momento de clímax que probablemente jamás podrás mantener eterno.

Siempre te faltará dinero, belleza, libido, tiempo, convicción, compañía, visión, ánimo o simplemente, ganas de hacerlo.

Con el tiempo todo se vuelve tedioso y eventualmente lo dejarías.

Hace años conocí a un tipo tan metido en su propio culo que logró mantener el balance.

Solía ir a su casa cuando los dos éramos jóvenes, saltábamos clase para ir a su apartamento.

Joder, un tipo de esa edad con un departamento propio.

Le sobraba dinero a sus padres, claro está. Y por ende a él.

Me recibía con un abrazo, el maldito me recibía con un abrazo sincero, una amistad pura, nada más que eso.

Le sobraba convicción y ganas.

Recuerdo la música de fondo, algún vinyl extraño, que no me preocupaba en prestar atención ya que jamás se repetían, siempre había un nuevo vinyl, un libro nuevo, un filme para deleitar nuestra hambre de curiosidad, siempre había algo nuevo y trascendental en sus manos.

Y para acompañarlo siempre había algo estimulante.

Marihuana, mescaline, hachís, peyote.

Yo siempre fui más un alcohólico, cosa que tampoco faltaba.

Podía beber y beber y beber y jamás terminaba.

Y mientras el eterno vaso seguía ahí, medio lleno, también el hambre adolescente de creer tener toda vagina posible a la mano.

Tenía desde las chicas populares hasta las stoners en ese apartamento.

Desde chicas las cuáles deseabas se embriagaran para que se callaran y poder tirar una cogida simplona para cerrar la noche, hasta chicas que esperabas jamás terminaran de hablar, que siguieran inundándote con sus historias y no se detuvieran al momento de torcer tu perspectiva con su punto de vista de cosas que hasta ese momento te habían parecido absurdas.

Lo tenía todo, tenía la libertad, las drogas, el alcohol.

Mierda, hasta tenía un buen historial académico.

En todo lo que yo estaba metido también estaba él, pero lo hacía mejor.

Pero más importante que eso, tenía el tiempo para charlar conmigo.

Hijo de puta, lo tenía todo.

Al graduarnos se largó de la ciudad y aunque sentí un alivio porque el estercolero de lugar donde vivíamos volvió a ser tan sepia y muerto como antes de conocerlo.

Mi propia Necrópolis, de vuelta en todo su esplendor decadente.

Años más tarde me llamó.

Volvía a la ciudad por un corto plazo de tiempo.

Por esas fechas me encontraba ahogándome en un charco lodoso de aburrimiento y auto compasión estúpida.

Me emocionó terriblemente el hecho de volverlo a ver.

Qué aventuras me contaría, qué haríamos en el tiempo que pasaríamos juntos, tenía tantas cosas que contarle, discusiones sobre autores, filmes, música, joder hasta discusiones sobre coños, mierda, semen y basura. Cosas que sólo podía hablar abiertamente con él porque sabía que me comprendía a la perfección.

Nos citamos en la plaza principal de aquella ciudad. Básicamente una escala mayor del lugar donde originalmente nos conocimos.

Al llegar nos recibimos con ese mismo abrazo de hacía años ya.

La misma amistad pura que yo aún no podía devolverle, pero con la emoción y el afecto que tenía disponibles para alguien que consideraba lo suficientemente importante.

Enseguida nos pusimos al corriente. Y vaya que no estaba equivocado.

Tantas cosas nuevas que me contó esa noche.

Mierda inimaginable que el tipo había visto por las playas, los pequeños pueblos escondidos donde se refugiaban los niños ricos a vivir en contacto con la naturaleza un contacto falso y plástico, pero que al final de cuentas para ellos era tan real, se repetían a si mismos que era tan real, que terminaba pareciéndolo.

Sus andadas por Europa y los países bajos.

Pero conforme transcurría la noche, más le notaba extraño.

Como si escucharse hablar de sus propias victorias le fuera carcomiendo palabra por palabra.

Como si le faltara la miseria y el abandono que yo estaba cargando en ese momento.

Ahí supe que su balance le aburría como la mierda.

Pero ni de broma habría de dejarlo.

Estaba tan consciente que la mayoría de nosotros no habría de llegar ni a la mitad de ese estado en el que él se encontraba.

¿Buscaba ser nuestro guía y mantenerse ahí para tratar de decirnos cómo llegar? ¿Nuestro Buda del Desierto?

¿O simplemente había visto nuestro ser con ojos desnudos y se rehusaba a caer en esto algún día? Aunque le fuese necesario eventualmente y él lo supiera.

Esa noche antes de despedirnos me dijo que su estadía en la ciudad se recortaba solamente a dos días más.

Nos dimos un largo abrazo y un apretón de manos fuerte y tratando que fuera doloroso el uno para el otro.

Caminamos en dirección contraria y jamás lo volví a ver.

Esa noche llegué a mi departamento con una sensación extraña en la garganta, algo que sofocó mi sentimiento de angustia.

Todos éramos miserables, en el fondo todos lo éramos.

No tenía en qué más gastar mi tiempo así que llevo 52 minutos aquí.

Esperando que no aparezca.

Porque es una lástima que busque contacto humano para llenar huecos personales que no deberían estar vacíos, que al igual no puedo ni pueden proveer.

Eso y que es una grosería presentarte 52…53 minutos tarde.

Esperaré 3 minutos. No más.

Debo mantenerme en movimiento, en la seguridad de los túneles y sus hedores, entre la multitud, ahí le es más difícil encontrarme.

En movimiento no puede trepar por mi espina dorsal ni adherirse a mis terminaciones nerviosas.

La maldita náusea.

Puedo sentirla acercándose.

Puñetera hija de puta, más presente que mi sombra.

Un reflejo interno, un destello justo a los ojos, un chorro de vómito subiendo por tu garganta, buscando escapar por cualquier orificio, una noche de insomnio, un sopor profundo, un dybbuk, un duelo perpetuo, esqueletos en el clóset, hemorragias internas, entierro prematuro, una bala en el vientre, un órgano funcionando incorrectamente, los nervios oculares decayendo, una mala decisión, contemplar un futuro que jamás será, reemplazar cosas por cosas más desechables.

Todo lo que estaba dentro de mi.

Era lo que más me repugnaba de la náusea.

No me causaba esas cosas, sólo las hacía presentes.

Llegó a los 68 minutos.

15 minutos muy tarde.

Fuimos a mi departamento, tomé dos sedantes, la desnudé y metí mi verga en su boca.

Pude sentir el esplendor de una erección totalmente dura antes de sentirme totalmente dopado.

Follamos despacio, en posiciones que no me exigieran esfuerzo físico.

Al cabo de una hora me corrí sobre su cara, corriendo su maquillaje y estropeando su cabello.

Era tan bonita, incluso con el rostro cubierto de semen, que goteaba a sus pechos, mientras jadeaba y con una expresión llena de confusión.

Estaba seguro que yo también era su cosa desechable.

No me interesaba saber de qué.

¿Amores no correspondidos?

¿Separación paternal?

La convicción de estar así por no quedarse atrás con la generación actual, tal vez.

Nos metimos en la regadera, ella salió antes. Yo me quedé unos minutos más. Cuando salí la encontré vestida, maquillada y prístina como la recogí de la estación casi dos horas atrás.

Antes que pudiera proferir palabra alguna me contó un secreto.

Algo que jamás le había dicho a nadie.

(…)

Me sentí impotente al escucharlo.

La abracé y me di cuenta que tal vez no era su desechable, tal vez la percibía así porque ella era así, resultado de lo que justo me había contado.

La saqué del departamento lo más rápido posible.

No quería que ese espacio, mi plateau se contaminara con penas y culpa.

La llevé a beber café.

No charlamos.

Al devolverla a la estación me miro a los ojos y dijo que nunca más volveríamos a vernos.

Hice como si me importara.

Me despedí y di la vuelta. Segundos después ella me alcanzó y me plantó un gentil beso en los labios.

Dijo que nos veríamos el Lunes.

Realmente esperaba que no lo hiciéramos.

Con cargar mis secretos me era suficiente.

Contemplando la calle desde la ventana podía admirar todo el esplendor de la vida urbana.

Fiestas, paranoia, sexo, violencia.

Todo era en cantidades escandalosas.

Aún así me parecía tan civilizado y en control, comparado con mi vida pasada.

En mi vida pasada había contemplado asquerosos cráneos rotos, labios explotados, huesos dislocados, peleas de puños, navajazos, amenazas con armas de fuego, luchas de poder entre gente que no tenía poder alguno, tipos compensando sus complejos a golpes.

De pequeño me asombraba eso.

Recuerdo las charlas pueriles entre las que me sentía poderoso, importante, reelevante de estar presente.

Charlas sobre cómo tal tipo le había partido la madre a tal otro tipo.

Mierda, yo quería ser parte de esas charlas

Cuando fui parte me disgustó.

Odiaba que los asquerosos locales dijeran mi nombre.

Que le adjuntaran un “el” antes de proferirlo.

Que si ganaba una pelea me ganara 3 peleas más.

Como si compitiéramos por ver quién era el campeón de la caca, en categoría peso pluma.

Al igual nunca fui muy bueno.

Cuando perdías te volvías la burla.

Cuando perdía y me volvía la burla, devolvía esos insultos.

Y había mucho de dónde tomar para regresarlos.

Podía burlarme de su pobreza, de su falta de higiene, de su primaria trunca, de su acné, de lo idiotas que eran.

Con el paso del tiempo descubrí que ni siquiera comprendían el peso de estos insultos.

A final de cuentas ellos eran felices en su chiquero, regocijándose en su propia mierda.

Escuchando su rap, peleando con tipos igual de jodidos que ellos, sin curiosidad de saber cómo era allá afuera y cuando la tenían era “pal otro lado” donde eran felices en ese mundo gabacho de conformismo y placeres que da el capitalismo para que te mantengas en silencio.

Odiaba a los palurdos locales, los odiaba con un odio profundo.

Los odiaba porque mis primeros amigos, mis primeros compañeros, mis primeros amores, mis primeros enemigos lo eran.

Lo eran y me habían hecho sentir inadecuado por no ser como ellos, por no hablar y moverme como ellos, por no encontrar placer en sus actividades.

Los odiaba porque mis primeros mentores, mi Hermano y mis Padres habían caído en ese espiral de sentirse inadecuados, apagando esa llama de sus ambiciones, haciéndoles creer que sus caminos llegaban hasta ese asqueroso pueblo. “Ciudad en progreso” si quieren ser cerdos pretenciosos.

Mi familia había quedado atrapada ahí y me llamaban con lástima al verme como un animal rabioso tratando de escapar de ahí.

Una tarde de Domingo eventualmente vieron que mi llama no se iba a apagar.

Al contrario, me quemaba por dentro.

Con una mano sujetando unos cuantos billetes, la otra sujetando mi hombro y sus ojos con lágrimas a punto de brotar, mi Madre me dio un beso en la mejilla, su bendición y un comentario sarcástico tan propio de la familia.

Jamás olvidaré ese momento.

Trato de no llevar a mis Padres tan cerca de mi, en mis pensamientos.

Son lo más verdadero que he tenido.

El único antídoto que puede hacerme ver hacia el otro lado.

No quisiera que mi veneno se llevara esos recuerdos.

Es lo único que jamás quiero olvidar.

Las interminables charlas de Papá, las cuáles no llevaban a ningún lado pero jamás me cansaba de escuchar.

Las mañanas ayudando a Mamá en el jardín, desde el alba hasta que el sol se postraba sobre nosotros obligándonos a entrar.

Leer la correspondencia, contestar las cartas, comer escuchando el Tango en “De Una a Tres”, salir a jugar al parque y al regresar, recibir a Papá en el portón, para después ver cine Mexicano antes de dormir.

Y repetirlo al otro día.

Cada día más perfecto que el anterior.

Odio a los palurdos locales porque las circunstancias de vida me impedirán vivir tantas cosas con Papá y Mamá.

1.

Tenía 20 años cuando conocí a Alicia.

Era pálida, lisa, sus facciones parecían talladas con cincel, demasiado alta y con una sonrisa que podía manipular el clima.

A pesar de su belleza carecía de algo.

Su voz me recordaba a un Domingo, un Domingo en particular, uno que viví a los 6 años, un fatídico Domingo con un clima digno de propaganda gringa de 1956.

Cielos azules y blancas nubes. Una Primavera perfecta, que para mi parecía más gris e insípida, la más insípida y pesada de mi vida hasta ese momento.

Un Domingo que decidió multiplicarse semana a semana durante años, una que volvía como un viejo amigo, al que eventualmente me acostumbré y dejé de notarlo.

Así era Alicia, ese Domingo.

Parecía poder causar un terremoto pero no era más que un ligero viento canceroso.

Alicia estaba enamorada de mi.

Esto me causaba un ligero sentimiento de incomodidad, al saberlo lo único que quería era librarme de ella.

Aunque nunca fue insistente, me molestaba, la evadía a toda costa.

¿Acaso era yo tan insípido para ser blanco de su enamoramiento fugaz?

Jamás le había dado indicio alguno de que pudiese haber algo entre nosotros, así que sabía que había dos opciones.

Era yo un producto de una fantasía, una idealización idiota de la cuál parecía yacer un capricho, del cual ella no estaba consciente.

O tal vez era yo igual de insípido, me había mimetizado con ese Domingo y así como me rehusé a vivirlo y eventualmente dejé de notarlo, justo así estaba destinado a repetirse.

Y así fue, con el tiempo dejé de notarla y ella a mi.

Cada que la veía de nuevo estaba prendada de un nuevo Domingo.

En plazos menores a 3 meses.

Cuando dejé de notarla a ella comencé a notarme a mi mismo y a mi alrededor. Me asqueó el saber que en el fondo todos éramos Domingos. El engranaje social funcionaba como una oficina burócrata, alguien nuevo llegaba y la emoción desbordaba, hasta que con el paso del tiempo terminabas ese proceso y seguías adelante.

¡Qué horrible era la humanidad!

El único vehículo para detener eso era el abandono.

¿Por qué?

Tal vez el desaparecer constantemente hacía pensar que tenías algo que ellos no podían saber, algo que no podían poseer.

Y así era.

Cuando tuve la edad para hacerlo a mi gusto, comencé a desaparecer periódicamente y sucedió.

La gente no se iba, de hecho regresaba.

Buscaban encontrarse conmigo, buscaban obtener eso de mi ¿Por qué no me quedaba con ellos hasta que les aburriera y me suplantaran? ¿Por qué me aburría yo de ellos primero?

El rechazo es la Madre del interés y yo estaba a pocos pasos de ser canonizada en el tema.

¿Pero cuál era el punto?

A final de cuentas era un proceso y los procesos deben de terminar.

A nadie le gusta tener en el limbo sus documentos y no poder proceder con sus planes.

Así que volví, me volví sedentario esperando a terminar con el trámite.

¿3?

Cuando tenía 10 años recién cumplidos aún no conocía el mundo.

No conocía la maldad ni el placer que habitaba este plano maldito.

Recuerdo esperar el Verano como un veterano de guerra debe de esperar al nuevo y vigoroso enemigo. Sin esperanza.

A los diez años el Verano me alcanzo.

Para mi suerte no me alcanzó sólo.

Estaba en el parque junto a mi mejor amigo. Arturo, en aquellos entonces.

Jugábamos en un parque lejano a casa con un balón nuevo que mi madre me había obsequiado.

Jugábamos a pesar de que Arturo me había advertido de los peligros del parque.

Me hartaba que me trataran así, como una cosa pequeña y frágil, cosa que en un futuro significaría algo tan trascendente.

Al poco tiempo de estar en esa cancha, un chico que podría decir que era de nuestra edad se aproximó.

-Eh, una cascarita.

Aceptamos.

Al poco tiempo nos vio a los ojos y preguntó si teníamos algún vicio.

Arturo lo vio resecamente y respondió que sí, que era adicto a la TV y la coca cola.

Ahí supe que su supuesta rudeza se basaba en mentira.

Yo lo vi a los ojos y a pesar de ser una terrible ocurrencia le contesté: “cigarro”

Así que caminamos hasta la tienda de la esquina y compré tres cigarros sueltos.

Yo omití fumar el mío con la excusa que no me gustaban los blancos, que los blancos eran para mujeres, para putitos.

El chico prendió su cigarro y mi amigo inventó todas las excusas posibles para no fumar el suyo.

Quedó como un cobarde.

Fue humillado como tal.

Y su cigarrillo le fue arrebatado por nuestro acompañamiento.

Nos sentamos en silencio mientras uno de los tres cigarrillos se consumía. Al terminarse, el chico se levantó, caminó y a media cuadra gritó para despedirse.

Al regresar a la cancha nos dimos cuenta que nos habían robado el balón.

Que mi amigo era un mentiroso.

Y que yo era un bastardo capaz de vender a su mejor amigo con tal de conseguir un rush de adrenalina suficientemente barato y común con el fin de ver “de qué se trata”

Ahí me habría dado cuenta que todo esfuerzo era en vano.

No me causaba la euforia que aparentaba.

Donceles. 19

Victoria B.

Realmente uno nunca piensa que va a morir, mucho menos entre más lo pienses, lo planees. Mucho menos si has estado cerca de.

Al contrario, uno se vuelve íntimo a ello, se acostumbra, se vuelve parte de tu vida, lo suficiente para soprenderle y sorprendernos a todos cuando por fin te alcanza.

Esta mañana me despertaron un par de policías para hacerme unas preguntas sobre J.

J. está muerto. Lo encontraron hace unas horas. Le rebanaron el gaznate de izquierda a derecha.

El último lugar donde estuvo fue aquí, así que trato de darles todos los detalles a los oficiales para no ser un sospechoso, pero al parecer a los oficiales les aburre, así que se largan.

J. y yo llegamos a esta ciudad hace un par de pares de años, coincidiendo con un montón de gente, de amigos, de conocidos que lentamente fueron desapareciendo.

Al final sólo quedamos J. y yo.

Y aunque él seguía teniendo ese optimismo idiota, ese brillo auténtico en sus ojos, esos estallidos de ideas pendejas después de un par de tragos, aún así disfrutaba embriagarme junto a él. Cada Jueves desde hacía tres años.

Los Jueves eran su día de descanso, así que cambiaba mi día libre al Jueves por anticipado, siempre.

Durante los últimos tres años, cada Jueves bebimos ginebra, hasta anoche.

J. no encontró la botella que usualmente bebíamos, así que compró Bourbon y cerveza.

Al principio de la noche escuchamos Hot Rats de Frank Zappa y terminamos con Wheatfield Soul de The Guess Who, lo cuál me hace pensar que eso fue lo último que escucho.

Por una parte me alegra que mi rostro jodido, con un párpado cerrándose sólo y el otro levemente púrpura no fuera lo último que viera.

Espero que halla visto el espectacular de sopa que hay a dos calles de aquí, que halla muerto sabiendo que su optimismo no lo iba a llevar a ningún lado en esta puta ciudad de mierda, que ese espectacular es lo más brillante en nuestro futuro, el cuál apunta hacia el norte y termina donde comienza el puente.

No hay más, nunca hubo más.

Yo me sentía enojado por creer que estaba en el lugar y el momento equivocado, pero no es así.

J. Se sentía motivado por esto, se sentía en sincronía, sentía que podía armonizar con todo a su alrededor. Con la mierda, con las ratas, con las putas, con los junkies.

Creía que conocer el área y empatizar con los desgraciados le hacía inmune, que su corazón le hacía invulnerable. Que para él, caminar por la calle húmeda y maloliente pasadas las 4:00 am, fumar un cigarrillo y pensar en la vida le iba a sentar bien. Romantizar la soledad de cambiar una salida espontánea por lo que se había vuelto una formalidad, una rutina para recordarle, para recordarnos que estamos vivos aún.

Y escucha, sé que he estado hablando demasiado y ya ha pasado la hora por la que pagué, pero tengo 2,000 extra si quieres acompañarme al funeral.

Y tal vez podamos volver a coger regresando.

Victoria B.

Ha pasado tanto tiempo desde que sentí la mirada de alguien realmente sobre mi, que después de diez minutos de charlar con esta chica, sin perder el contacto visual más que para tirar la ceniza del cigarrillo o voltear a ver al perro, me siento bien.
Pero no debería sentirme bien. No debería haberme acostumbrado a las formas condescendientes de las personas en general de esta puta ciudad, donde entablar conversación con alguien de manera espontánea, significa que la quieres coger.
Este debe de ser el único lugar en el mundo civilizado donde el sexo se vuelve puramente una necesidad y no un gusto.
No debería sentirme bien porque ella simplemente está siendo amable. Esto no es un flirteo, simplemente es una chica educada con unos ojos atractivos.

Amaneció.
La acompaño hasta su uber. Me da un abrazo de despedida. Vuelvo a sentirme bien.

Lo que realmente no debería, es sentirme ajeno a esto.
¿No es esto algo usual para la gente?
Sentirse relevante. Importante.
Mierda, incluso sentirse, no sé.
Vivo. Que alguien más te deje saber que existes.

Dolores A.

Debería avergonzarme.
Debería buscar un poco de decencia en mi ser y avergonzarme.
Llevaba esta misma camisa la tarde que te conocí.
Claro, al igual que yo, hace todo ese tiempo, estaba en mejor estado.

¿Debo de culpar o agradecer mi imprudencia aquella tarde?

Después de todo, automáticamente trato de poner tus ojos sobre cualquier otros ojos sobre los que poso mi atención. Y aunque debería de maldecir esto, de cierta forma agradezco que aún no olvido tus enormes y perfectos ojos, tu rostro ligeramente ovalado y el par de dientes que sobresalen de entre tu labio superior mientras creas mapas en tu mente.
¿Debería de agradecer el haber conocido una parte de mi que había estado oculta hasta ese momento?
El haber sumergido todo rastro hedonista que habitaba y habita ahora en la superficie de mi ser.
Aunque me lo reproche de la manera más cruel, puedo mantenerme en alto por una, aunque sea una vez, haber hecho lo correcto.
Por más que mis palabras no vayan ser las apropiadas, ni mis acciones las adecuadas, mientras aquella fecha se vaya haciendo más lejana. Cuando más me hago viejo y caigo en cuenta que era demasiado joven para estar al tanto de la trascendencia de esa noche y ahora soy lo suficientemente viejo para crear empatía con algo, con alguien que pudiera tomarme y reconfortar la herida expuesta de tus mejillas inyectadas en sangre.

Tal vez debería disculparme por no haber estado consciente del poder que tuve sobre ti.
Me temo que no es demasiado tarde, porque de así serlo podría buscar un alivio cobarde en alguna catársis mundana y eventualmente encontrar el sosiego de una resignación hermitaña. Pero no.
De lo contrario, crearía un dios. Lo crearía y le lloraría.

Parecen ser sólo 25 pasos y unas cuantas estaciones más, bajo el cobijo etílico y la compañía de fantasmas con cartas y notas aún bajo su brazo.

Tazas deformadas, un pequeño felino, una eterna noche sobre un cálido piso y la gratificación de fundir pensamientos vagos que de alguna forma se volvieron transgresores, desde ese y hasta este momento.

Quiero y tal vez debería gritar, debería en este maldito momento deshacerme de todo jodido impulso de inmoralidad.

No puedo decir que te culpo. Mientras doy vueltas en mi eterno insomnio, balbuceando en lenguas, deseando ser el ánima calcinada que recorre tus pasillos, observándote sin poder arriesgarme a poner el viejo revólver en tu mano pálida, con un arrepentimiento que me ha de asfixiar, hasta el momento que decida volver a alejarme lo suficiente de casa, por un par de ojos y una necesidad de dejar de ser ciego, una vez más.

Dolores A.

Odio Los Lunes (IV)

Cada cuando, durante un momento que ahora parece una vida lejana, solía tener crisis.
Durante esas crisis dejaba que mis impulsos decidieran por mi y llevaran mi cuerpo por delante como un embutido inerte.
Durante una de estas crisis, dejé la universidad y me uní al ejército.

A diferencia de lo que las películas me habían mostrado, las personas no se volvían malas durante la guerra.
Las personas que llegaban aquí eran malas por naturaleza. Animales. Analfabetas.

Después de una estancia en un hoyo infernal de entrenamiento, fui asignado a una de las partes más conflictivas del país.
Así es, del puto país.
Sin salir de aquí, sin llegar sudoroso y rodeado de gloria montado en un helicóptero descendiendo a la jungla de algún país tercermundista. No.
Al mismo puto país.

Esa misma semana tuvimos un confrontamiento, en el que hubiera muerto de no haber sido porque disparando mi arma le disparé justo entre las cejas a la hija del narco contra el que estábamos en guerra.
Esto hizo que bajara su guardia y terminara muerto.
El imbécil que lo terminó también murió, así que el crédito de todo fue para mi.

Un par de años después aquí estoy. Totalmente jodido, sin dinero, sin piernas.

No debí haber dejado la escuela.

Odio Los Lunes (IV)

Leslie Van Houten

Di cientos de vueltas en la cama. Tapé mis ojos con mi brazo, jugué con mi respiración, conté hasta el cansancio.
Podía sentir una mezcla de ira, angustia y ansiedad subiendo desde mi estómago hasta mis dientes, mis ojos se sentían cansados y mi espalda me recordaba a momentos un dolor breve y punzante.
Mi mente comenzó a recordarme la situación por la que había terminado aquí. En una pequeña y austera habitación situada en una de las peores partes de la ciudad, infestada de maricas y pandilleros. Me lo restregaba entre burlas y recuerdos, burlas cada vez más y más provocativas, cada vez más fuertes.
Eventualmente callé esas burlas complaciendo a lo que fuese que habite dentro de mi mente y desbordé todos y cada uno de los pensamientos más viles y violentos que podía procesar mi cansada imaginación. Pensamientos que por momentos consideraba ascender a planes. Ese tipo de planes precipitados en los que no le dan al subconsciente tiempo de procesar el acto durante el tiempo suficiente para que el efecto de querer ser reconocido y por consecuencia, atrapado entre en acción.
Comenzaba a hacer una lista en mi mente.
¿Fósforos? O acaso eso le haría perder un paso en el plan original, ya que en mi mente, el trazo de gasolina se encendía con un viejo encendedor.
Pero esto, aunque no le restaba emoción al plan, llamaría demasiado la atención.
Un cuchillo. Uno viejo, grande y afilado.
Las rutinas de mis queridos colegas en desgracia no haría que un atraco – homicidio fuera algo sorprendente, después de todo, un ebrio más que se resiste a un asalto y termina tratando de meter sus tripas a su estómago no es algo que no se vea estos días.
Tendría que llevar la puesta en escena lo más real posible, así que tendría unos cuantos billetes extra.
Compraría un paquete de cigarrillos rojos, una botella barata de whisky, una modesta cena en un viejo restaurante que cerraba al amanecer y tal vez la compañía de una jóven chica agradable.
Podía sentir un cosquilleo recorriendo desde mis palmas hasta mis uñas de sólo pensarlo.
No debía escribir nada de esto, no debía de existir evidencia, así que tendría que memorizarlo todo.
Me levanté y salí al tejado.
Por la mañana tomaría mis cosas y me largaría a un lugar más agradable.
No podía comenzar a disfrutar mi recientemente recuperada vida viviendo en esta horrenda parte de esta horrenda ciudad.

1.

Después de dos horas de un tortuoso y horrendo sueño, más parecido a un desmayo por cansancio que una siesta reparadora, doblé mi ropa, tomé lo restante de mi equipaje, recogí el depósito por la habitación, el cuál no se me regresó integro ya que no había cumplido la jodida semana, regresé las llaves y salí sin un lugar a dónde llegar.
Compré el diario esperando un milagroso anuncio.

“DEPARTAMENTO HERMOSO EN ÁREA LUJOSA, EL CUÁL DE HECHO NI SIQUIERA ESTÁ EN ESTE ESTERCOLERO DE CIUDAD, VAMOS LÁRGATE DE AQUÍ AHORA QUE PUEDES”

Pero no encontré nada más que estancias en áreas mediocres a precios elevados.
Caminé por varias calles de esa parte de la ciudad que hace algunos años me acogió de forma tan cálida y ahora parecía sostenerme solamente por que el concreto que yacía sobre ella le impedía tragarme, triturarme y arrastrarme hacia las afueras.
No encontré nada.

Esta ciudad se dividía en tres partes.
La parte bonita de la ciudad, que de hecho, gracias a la plaga inmunda que tiene por habitantes, cada vez es menos bonita, con la convicción que tienen por aurrinar el centro histórico con tiendas de zapatos y ropa barata, con bares de nombres ridículos y música terrible. Con establecimientos que rentan casas antiguas y deciden manchar sus hermosas fachadas con anuncios mediocres que dejan ver la poca fé que los “emprendedores” se tienen a sí mismos, ni siquiera invirtiendo en una buena primera impresión para los buitres que van a tener por clientes.

La parte fea de la ciudad, la cuál se situaba dividida de la parte bonita solamente por una imaginaria línea que constaba de dos calles en donde toda cosa que se puede considerar decente, decaía a lo completamente desagradable y vilmente arrabal.
Siendo una parte extendida del Centro, la arquitectura se mantenía en la misma corriente, con la diferencia que aquí no había comerciantes idiotas tratando de modernizar los inmuebles. Aquí si algo se le puede reconocer es que se dejaba todo al paso del tiempo.
Me tentaba dejarme morir en medio de una de esas calles, pues estaba seguro que sólo robarían mis zapatos, mi cartera y mi equipaje y dejarían mi cadáver descomponerse hasta que habitualmente me volviera polvo y el viento se encargara de mi.
Caminar por esta parte era un safari combinado con un freakshow, combinado con una mala experiencia opioide.
Las personas, si es que les podemos llamar así, eran claros ejemplos de la palabras desagradable, horrible, indeseable.
Y a pesar de todo esto, se les veía orgullosos de serlo, de ser sucios, sin ambiciones más que las que tenían por cumplir esa tarde, que terminarían su semana dándole gracias a sus deidades católicas y se emborracharían descaradamente frente a sus familias, faltándoles todo sentido de respeto propio y a terceros, pero pregonando lo contrario, gritándole al mundo lo importante que es la familia, sus horrendas madres, los sucios sacos de grasa que tenían por esposas y sus malhabidas larvas que llamaban hijos.
En esta parte predominaba un hedor específico de verduras podridas, orina rancia y sudor sobre ropa barata y húmeda.

Y por último, la parte inexistente de la ciudad.
Todo lo que existía fuera del área central realmente era irrelevante en este lugar.
Sin razón de existir más que actuar como una gran masa de suburbios mal diseñados, donde los chicos y algunos adultos patéticos luchaban por hacer pandillas y ensuciar el ya mísero paisaje con sus murales ridículos y escudarse bajo las mismas palabras, las cuáles dudo sepan su significado.

Y así termina el recorrido por esta bella y colonial ciudad.

La misericordiosa nube matutina que me cobijaba comenzaba a deshacerse y dejar pasar al canceroso sol que anunciaba el medio día y su usual multitud torpe y lenta.
Pensaba en tomar un bus hacia la terminal y salir de aquí. A fin de cuentas no podía irme peor en un lugar nuevo de lo que me iba a ir esta noche aquí, pero entonces lo vi.
Un anuncio sobre un lugar cerca de la parte bonita, con precio de la parte fea.

2.

 

Antes de continuar, debo aclarar la situación para crear un mapa mental del lugar.
Se trataba de una vieja casa, que poseía una peculiar belleza, una peculiar belleza que yacía bajo una capa de leve descuido, pésimo gusto del dueño y un par de mascotas bastante grandes, bastante ruidosas y lo suficientemente molestas para considerarlas en esta descripción.
El lugar contaba con dos entradas, una de las cuáles no se usaba y la que se usaba tenía una maña en el picaporte que hacía de las entradas y salidas un menester complicado y en caso de tener éxito, se volvía una serenata de rechinidos y percusiones oxidadas.
Desde esta entrada, se encontraba un pequeño pasillo, con dos habitaciones a los lados, después un pequeño medio patio dividido por unas imponentes macetas ocupadas por un par de largas plantas, las cuáles desconozco.
En esta primera mitad se encontraban unas escaleras a un segundo piso que albergaban cuatro habitaciones, una de las cuáles sería mi futuro hogar temporal.
La segunda mitad del patio, tenía otras dos habitaciones, bastantes plantas y adornos feos e inútiles y el único baño con ducha.

Esta parte de la casa se encontraba aislada por un enorme muro que llevaba a la parte de la casa a la cuál accedías al entrar por la puerta que no estaba en uso. En esta parte aislada, se encontraba un medio baño, cuatro habitaciones las cuáles permanecían cerradas y no estaban acondicionadas para ser usadas por inquilinos y por último, tres habitaciones en el segundo piso.

Habrá que mencionar que una de estas habitaciones fue mi primera estancia en este lugar, ya que según el anfitrión, todas sus demás habitaciones yacían ocupadas, así que tendría el honor de habitar su suite presidencial por un par de noches.
Esto bastó para brindarme un par de noches con un descanso que ya tenía bien merecido y para que el bastardo hiciera de nuestro trato inicial un galimatias y terminara cobrándome lo que usualmente me hubiese rehusado a pagar.
Pero a fin de cuentas, estaba en un limbo entre la parte bonita y la fea, ese limbo de un par de calles, donde las casas se mantienen levemente descuidadas, los dueños raramente salen y la gente horrible parece tener sentido de pudor hacia su propio ser y prefieren salir a hacer sus deberes necesarios para sobrevivir solamente a esa maldita hora entre el medio día y las cuatro de la tarde, esa parte del día cuando el sol se vuelve inclemente y de ser necesario salir, es bastante incandescente como para notar la repugnancia en el existir de estos subhumanos.
Si bien, no podía decir que me gustaba este lugar, me proporcionaba silencio, el cuál no había tenido en el lapso de dos años y un par de meses. Un silencio bien merecido, un silencio que no sabía que extrañaba, al cuál había abandonado por las necesidades afectivas que me exigen los dogmas de la humanidad.
Un silencio el cuál había descuidado cruelmente y ahora me carcomía desde adentro hacia afuera.

3.

 

No necesitamos hablar de mi trabajo. Sólo necesitamos saber que estuve a punto de dejarlo para buscar suerte en otra ciudad y ahora me sentía un poco culpable de haber tomado esa decisión y que sólo me halla detenido un anuncio en el periódico.
Me sentía culpable y estúpido, ya que podía haber tenido este mismo trabajo en otro lado.
Me había costado tiempo llegar al puesto que tenía, el cuál exigía más tiempo en actividades tediosas que en el área que originalmente me llamó a estar aquí.
La paga era mediocre, pero me servía para sobrevivir con algún lujo cada semana y en momentos me distraía del sopor asfixiante que me seguía constantemente.

 

4

 

El Domingo de la primera semana, una habitación se desocupó y para pesar de la resaca que me aquejaba esa mañana, el anfitrión me sugirió que desalojara su suite en cosa de media hora, ya que esperaba un huésped que de última hora avisó que quería este mismo jodido cuarto.
Así que hice la travesía de cruzar el gran muro que imitando al exterior, dividía una parte bonita de una fea.
Mi nueva habitación contaba con una cama horrenda, dos almohadas sucias y una cobija que si fuera menos pesada, sería fácilmente levantada por los ácaros que la habitaban.
Por suerte tenía un largo sillón, duro como roca, pero bajo y muy cercano al piso, el cuál se veía más nuevo y menos infestado.
La humedad en el lugar era tan densa que dificultaba respirar, la cortina de su única ventana era un viejo trapo traslúcido y el techo cada cuando dejaba caer un pequeño pedazo de sí mismo.
Todo esto combinado con mi ya mencionada resaca, hicieron que mi única salida fuera dormir el resto del maldito Domingo.
Y por séptima vez en dos años y un par de meses, mi sueño fue reparador, libre de ansiedad y paranoia. Por primera vez en siete días, el silencio que me reclamaba mi abandono, me mecía en sus maternales y traicioneros brazos.
Entre pequeñas y eróticas pesadillas evadí el resto del Domingo y la angustia que conllevaba vivir ese día.

5-

 

Recuperar mi vida después de la gran desgracia se sentía como recuperar una bolsa con tu ropa y pertenencias después de una estadía en prisión.
Estaba recuperando mis hábitos alimenticios, enfermizamente sanos, mis desórdenes de sueño, mis recurrentes ataques de ansiedad y mis rutinas, que aunque las administrara con el factor del azar, seguían siendo rutinas.
Por ejemplo, me levantaba a las 8 am. hacía un viaje al baño y regresaba a la cama. Una hora y media más tarde salía a comprar el diario y localizar algún café donde el cocinero tuviera la evolución necesaria para comprender cuando le decía cómo y con qué quería acompañados mis huevos y que no sólo asintiera con la cabeza y terminara haciendo lo que su diminuto cerebro le dictara hacer esa mañana.
Después de deshechar la sección de deportes, hojeaba finanzas por costumbre, sociales por morbo, entretenimiento para planear mis actividades recreativas de la semana y finalmente, la nota roja por verdadero interés, terminaba mi café y volvía a casa.
Me recostaba de quince a veinte minutos y después procedía a darme una larga y caliente ducha. Después me afeitaba la barbilla y me lavaba los dientes.
Volvía a la habitación y me vestía con ropa cómoda, guardaba la ropa del día en el maletín y salía a hacer un poco de ejercicio por una hora o una hora y media. Después me secaba, me cambiaba a la ropa formal, aplicaba un poco de colonia y buscaba algún café o restaurante ameno y ordenaba lo más saludable que pudiera tener el menú, ordenaba agua natural, después alguna bebida láctea y finalmente un vaso de agua natural, este último lo bebía sin prisa alguna mientras leía un poco de lo que fuese que estuviera leyendo.
Al terminar, me transportaba a mi trabajo, tomando la ruta más larga posible, sin tener que tomar más de un bus.
Cumplía mi jornada laboral y volvía a casa, volvía a leer un poco de lo que fuese que estuviera leyendo en ese momento, daba vueltas en la cama, esperaba paciente la ansiedad diaria y finalmente, dormía.

 

6.

 

A diferencia de mis estadías en otros lugares comunales, jamás tuve un problema en ese lugar. Aparte del estado de la habitación, que parecía deteriorarse a menor escala cada día.
El primer día note un ligero deterioro en la pintura, que me dejaba ver los ladrillos corroídos tras de ella.
El quinto día noté un pequeño charco de agua que se filtraba a través de un pequeño agujero en el tejado.
El tercer día de la segunda semana, un fragmento del techo cayó sobre mi frente a mitad de la noche. Después de esto no pude recuperar más el sueño.
El primer día de la tercera semana olvidé mis llaves dentro de la habitación, pero descubrí que había un doblez en la estructura que parecía haber sido hecho con algo parecido a una palanca. Introduje un pequeño alambre y pude abrir la puerta.
El sexto día de la tercera semana noté una luz que se filtraba a través de una puerta blanca clausurada que había mantenido contigua mi habitación y la de al lado. La puerta parecía lo suficientemente delgada de su parte inferior izquierda, bajo tres ligeras manchas cafés.
A pesar de todo esto, la casa se mantenía silenciosa durante el día, salvo por el ocasional ladrido de los perros y el murmullo de pasos y puertas abriéndose y cerrándose durante la noche.
El séptimo día de la tercera semana, la casa carecía de agua.
Llamé a la puerta del dueño, pero había una nota colgada.

“SALÍ DE LA CIUDAD, LOS PERROS TIENEN SUFICIENTE COMIDA, FAVOR DE RECOGER LA CORRESPONDENCIA Y DEJARLA SOBRE LA MESA DE LA ENTRADA. GRACIAS”

Fui al pasillo de la entrada con la puerta funcional donde efectivamente yacían tres sobres.
Uno parecía ser de la compañía de luz, el otro que permanecía debajo leía algo sobre una academia de teatro y el tercero, que se mantenía al lado de una de las camas de los perros, parecía una carta personal dirigida al dueño. Esta última se veía ligeramente maltratada.
Recogí los tres sobres y los puse sobre la mesa, lejos del alcance de los perros.
Siempre había visto una vieja bicicleta al lado de la mesa, pero esa tarde no había rastro de ella.
No creí que el dueño se hubiera ido de la ciudad pedaleando ese viejo y oxidado pedazo de chatarra, así que se lo atribuí a otro de los inquilinos.

Comencé a tocar puertas, esperando que alguno de mis vecinos pudiera ayudarme con mi problema de agua, pero no hubo respuesta en ninguna de las habitaciones cuyas puertas estaban cerradas. Señal que estaban habitadas.
Las habitaciones libres se mantenían abiertas o semi abiertas, para tratar de ventilar la humedad.
Al no encontrar respuesta no tuve más opción que posponer mi rutina diaria e ir al trabajo sin ducharme.
Y aunque no estaba sucio como para despedir un mal olor, esto me resultó molesto e hizo de mi jornada una noche incómoda.

Al regresar por la noche, vi el resplandor de la luz proveniente del baño. Escuché la regadera, por lo que supe que el agua había vuelto. No me acerqué, ya que el cristal de la puerta tenía varias grietas y no quería que mi primera impresión para uno de mis vecinos fuera un mirón enfermo.
Subí a mi habitación, esperé media hora y bajé cuando escuché la puerta del baño. Tomé una breve ducha caliente y regresé de nuevo.
La bicicleta volvía a su usual lugar en el pasillo de la entrada.

 

7.

 

Aunque la desgracia no se había manifestado desde aquella fatídica noche hacía ya un par de meses, sabía que estaba en algún lugar. Desesperada por no saber mi ubicación, ya que nadie más que yo la sabía. Ansiosa de saber de ella para utilizar su manipulación perfecta sobre los seres de mente débil en contra mía.
No, no estaba siendo paranoico. Conocía bien los desvaríos de un ego malherido. Los impulsos de un animal que se siente amenazado.
Y bien ¿Por qué no regresar el golpe? ¿Qué acaso no la vida que había decidido llevar, la cuál también había abandonado me habrían permitido hacer eso?
Pero para desgracia del miserable narrador, sabía que no había manera de ganar esto sin automáticamente otorgar la victoria al contrario.
Así que optaba por seguir escondido, no como un animal que se siente amenazado, sino como uno que se recluye a lamerse las heridas, sabiendo que si emite el más leve sonido, será lo último que haga en su patética vida.

 

8.

 

Desde el Domingo en el cuál debuté en la habitación, la cuál ahora mostraba ya un rostro más maltrecho, había hecho lo posible por evitar el temido Domingo y lo que conllevaba.
Lo había logrado a través de holgazanear a propósito con tal de tener que pasar ese día haciendo pendientes en el trabajo. Había localizado una de las pocas, o tal vez la única lavandería que abría los Domingos y trataba de hacer el lavado lo más lento y metódico posible, terminando a tiempo para no incomodar a la dueña del establecimiento.
Hacía la compra de mis víveres y finalmente cenaba en un café cercano a la casa, terminando exactamente a las 12 am.
Y así, encontré una tangente al Domingo durante un par de semanas.
Pero esta no tendría tal suerte, ya que cada una de mis distracciones se habrían de ver interrumpidas por azares del destino.
Terminé el segundo libro del mes y comencé el tercero, el cuál resultó no ser de mi agrado.
Fui a comer al restaurante, pero este cerró temprano por las actividades familiares que se dictaba, tenían que realizarse ese mismo día.
No tuve pues, más opción que regresar a la casa, ya que deambular por las calles sin un propósito siempre me había causado un terrible sentimiento de ansiedad.

La tarde nublada le daba un aspecto extrañamente acogedor al medio patio, así que subí, tomé mi libro y opté por forzarme a continuar leyendo, con esperanzas que una de sus páginas me sorpendiera. Tomé asiento en un viejo sillón situado bajo una marquesina y comencé a arrastrarme página por página, sin lograr concentración alguna, esperando que algún inquilino saliera de su claustro para iniciar una conversación.
Pasaron alrededor de cincuenta y dos minutos y nada. Ni un ruido.
La bicicleta seguía ahí, así que por lo menos uno de mis vecinos debía de encontrarse en la casa.
Comencé a recorrer los pasadizos, esperando escuchar un murmullo tras una de las puertas, lo que mi ya exasperada mente consideraba excusa suficiente para tocar la puerta e iniciar una pequeña plática idiota.
¿Vaya clima, eh? ¿A dónde habrá ido el dueño? me preocupa no haberle pagado la renta.
Mierda, incluso me sentía tentado a utilizar el pretexto de buscar al dueño de la bicicleta para pedirla prestada con el fin de salir a dar un recorrido por el barrio.
Aunque esto no fuera a ser cierto, era la coartada perfecta.
Pero nada, ni el más mínimo ruido perturbaba la tarde.
Alguna vez, en algún artículo, leí el término “cabin fever”. Recuerdo que me pareció abominable y según lo que imaginé en ese momento, esa fiebre estaba comenzando a recorrerme el cuerpo. Atrapado dentro de esta campana de silencio, sin poder salir temeroso a situaciones que reproducía en mi cabeza.
No oficial, le juro que no soy un ladrón, solo soy un tipo sin nadie a quien visitar este Domingo.
¿Y si todos los huéspedes se habían retirado con sus familias?
¿Y si todos habían terminado sus estancias en la casa?
¿Y si el ciclista había decidido terminar con su hábito y abandonado su transporte?

Intempestivamente cruzó por mi mente la idea de investigar, de allanar una habitación para encontrar a un habitante desmayado, practicarle los primeros auxilios y así, el narrador quedaría en una posición de héroe. Un héroe que tendría un compañero de conversación.
Sí, eso, eso sería.
Tomé la extensión de mi juego de llaves, mi confiable alambre doblado que mantenía fuera de la puerta de mi habitación y busqué una puerta en la cuál mi herramienta pudiera funcionar.
Después de cuatro intentos, logré introducirme en una de las habitaciones que se encontraban al lado de la mía. Una de las cuáles estaba seguro que estaba habitada, ya que había escuchado el rechinido del abrir y cerrar.
Pero al abrir la puerta no había nada más que una cama perfectamente hecha, un buró desierto y un espejo roto de su parte superior.
Nada que dejara ver que se encontraba habitado.
Cerré la puerta, tratando que el rechinido fuera lo más silencioso posible y regresé derrotado a mi habitación.
Opté por beber la botella de vodka que había comprado dos días atrás, trago tras trago, hasta que llegué al estado de éxtasis y deshinibición que después logré mitigar en un proceso de vómito y náusea, hasta que caí dormido.
Entre la noche pude escuchar pasos en el medio patio y puertas cerrándose, pero no iba a dejar que los vecinos por los cuáles imploré horas antes me conocieran en este estado.
Rodé hasta la orilla de la cama, volví a vomitar y cedí ante un sueño etílico lleno de malestar y pesadillas.

 

9

 

La mañana siguiente desperté antes de lo usual, sintiéndome pésimo. Logré levantarme y caminar dos cuadras hasta el negocio donde adquiría el diario y pagué unas monedas por hacer una llamada. Avisé que tenía una infección estomacal que me haría imposible acudir al trabajo. Regresé tambaleando a la casa, deseando que la cabeza se despegara de mis hombros y se fuera volando, llevándose mi resaca con ella.
Volví a casa, me obligué a comer un horrendo sandwich reseco que compré después de telefonear, bebí media coca cola y dormí el resto del día.
Desperté alrededor de las 5 pm. sintiéndome apaleado, pero notablemente mejor.
¿Habrían escuchado los vecinos mis violentas arcadas?
Y si lo hicieron ¿Por qué no vinieron a verificar mi estado?
Después de todo, en mi mente yo justificaba mi intrusión bajo esa excusa.
Bajé al medio patio. La bicicleta no se encontraba.
Salí a comprar el diario y el segundo sandwich del día, el cual parecía haber sido preparado recientemente, volví a casa y tomé asiento sobre el sillón bajo la marquesina, decidido a esperar la entrada del ciclista.
Pero las horas pasaron y el ciclista nunca llegó. Ninguna de las luces en las habitaciones se veía prendida.
Claro que no idiota. Es Lunes. No todos son unos asquerosos beodos a los cuáles una vil resaca les impide ser productivos. Ni todos son unos hermitaños evadiendo el contacto humano que tanto rechazaste y el cuál ahora te rechaza a ti.
Subí a mi habitación, prendí la radio y me dispuse a escuchar el programa de una mujer extranjera con una voz que encontraba terriblemente sensual, a pesar del léxico meloso con el que se refería a sus radioescuchas.
Repentinamente pude escuchar una de las puertas de la planta baja abrirse.
Era ahora, este era el momento que había esperado durante un día y medio.
Me apresuré a ponerme los zapatos y cambiarme a una camisa limpia, pero cuando bajé al medio patio, no había nadie. La luz del medio patio se encontraba prendida, pero las habitaciones permanecían en penumbra. La puerta de la entrada no había hecho su característico canto, así que mi tímido y escurridizo vecino debía de estar aún en la casa.
Sabiendo que no iba a conseguir mi meta, salí de la casa y me dirigí hacia una de las cantinas cercanas, donde al menos iba a poder escuchar más voces humanas.

 

10.

 

La desgracia se encontraba ahora de la mano de la repugnancia, en una unión para la cuál parecían haber sido hechos el uno para el otro.
Mi cólera provenía del hecho que no hacían esto para perjudicarme, si no porque así lo querían y el daño que me provocaba era sólo un extra de su decisión.
Aún así me dejaban ver sus horrendos y amarillentos dientes, sus expresiones desinteresadas que causaban una catástrofe dentro de mi.
Lo que estos dos entes no sabían era que el animal había terminado de lamer sus heridas y su saliva contaminada había hecho el milagro de la curación.
No era más una presa agobiada, si no un rastrero rabioso moviéndose a un ritmo enfermo, sabiendo que si atacaba sería su fin, pero no se iría sólo.

 

11.

 

No voy a relatar lo sucedido porque no es algo de lo que pueda sentirme orgulloso.
Debía llegar a la casa lo más pronto posible, hacer mi equipaje y largarme.
Debía deshacerme de mi abrigo, ya que se había encontrado en el camino de una fuente carmesí, una fuente delicadamente decorada con una acusadora estatua que yo mismo había cincelado.
No me importó causar la serenata de rechinidos más prominente de mi estancia. Cerré con violencia la puerta y al voltear ahí estaba. El inquilino.
Yacía de espaldas viendo hacia el cielo. Pausé el remolino de pensamientos que recorría los campos de mi psique y me acerqué a él.

-¿Está nublado?
-¿Cómo? -pregunté desconcertado-
-Allá afuera ¿Allá afuera está nublado?

Volteé a ver hacia el mismo cielo que él veía. Estaba nublado

-Sí -contesté con una voz que desconocí-
-¿Cree usted que sea una buena idea lavar esta noche?
-No, no lo creo
-Debo de hacerlo rápido, siempre llueve
-Bueno, suerte con eso
-¿Se marcha ya? -preguntó viéndome a los ojos por primera vez-
-Sí, sólo vengo a recoger un par de cosas
-Que tenga usted suerte, no olvide una sombrilla, parece que lloverá.

El inquilino dirigió una sonrisa mientras se tomaba de sus tirantes. Volvió a ver hacia el cielo mientras tarareaba una vieja canción.
Subí rápidamente las escaleras, abrí la puerta de mi habitación y comencé a llenar de manera desordenada mi maletín.
Sólo había espacio para lo esencial. Después de todo, la garrafa de keroseno no iba a ser necesaria.
Prendí una de las velas sobre mi buró y luché por buscar la mayoría de mis pertenencias en esa media luz que hacía de este momento algo romántico, algo que hacía repetirme hacia mis adentros la canción que el inquilino tarareaba en el patio. Podía escuchar las demás puertas abrirse en el exterior y el murmullo de los demás inquilinos saliendo de sus habitaciones.
Nunca me habían visto, esto iba a entorpecer mi búsqueda.
Pero entonces pasó. Una voz familiar acompañada de varios golpes en mi puerta llamó con imponencia.

-SABEMOS QUE ESTÁS AHÍ, ESTÁS JODIDO, ESTA VEZ ESTÁS JODIDO -gritó la voz de uno de los amigos de la repugnancia-

¿Qué iba a hacer? No tenía una ventana trasera que me diera una ruta de escape. Di una rápida inspección y vi el resplandor a través de la puerta clausurada.
Tomé velocidad y pateé con todas mis fuerzas, lo suficiente para causar daño y poder derrumbarla al mismo tiempo que mis perseguidores hacían lo mismo con la puerta de entrada. Pasé rápidamente a la habitación contigua, donde una joven pareja yacía acostada en la cama, al parecer ajenos al caos que estaba a punto de alcanzarme.

-Tuvimos que dejarlos pasar -dijo el joven-
-No hay más opción que esta -dijo su acompañante en voz más baja-

Abrí la puerta y salí disparado hacia las escaleras, mientras escuchaba como mis perseguidores gritaban groserías y amenazas que sabía que iban a cumplir.
Pude escuchar cómo derribaban el buró y volteaban la cama y como se daban cuenta del gigantesco agujero en la puerta lateral que daba paso a la habitación de al lado.
Al bajar al medio patio pude observar al inquilino que seguía parado viendo hacia el cielo

-Sí, parece que lloverá -repetía para sí mismo-

Pude ver rápidamente a una joven madre y su hija, sentadas charlando sobre el sillón bajo la marquesina, a un señor algunos años más grande que yo acicalando a uno de los perros y a una chica linda de mirada triste que regaba las enormes macetas que dividían el medio patio.
Al llegar a la puerta, vi a un señor de edad avanzada montándose en la bicicleta.

-¡Eh! Tenga usted cuidado, las cosas pintan feas allá afuera -me dijo en una voz alzada y amable-

Saqué la llave de la entrada, salí hacia la calle y logré cerrarla momentos antes de sentir un golpe de uno de mis perseguidores.

Pude escuchar más de sus amenazas, me mantuve parado frente a la puerta. Escuché otra de sus amenazas. Retrocedí un paso. Escuché cómo los tres perseguidores se juntaban. Escuché gritos sin poder descifrar alguna de sus palabras.
Escuché una fuerte explosión.
Pedazos de escombro cayeron sobre mis hombros.
Escuché un chillido en mis orejas.

Recordé que había dejado mi reloj sobre mi buró.
Di media vuelta. Aún podía alcanzar el bus de las 4 am.

 

12.

 

Mientras tomaba un café en un pequeño y colorido establecimiento en una ciudad unos cientos de kilómetros más al sur, un chiquillo que parecía ser el hijo del dueño, luchaba con la antena que se encontraba sobre la TV para recoger una señal.
El noticioso, presentado por una joven reportera de cabello rubio, estaba a la mitad de una nota.

“EL DUEÑO DEL INMUEBLE ACEPTA QUE FUE UN ERROR NO PEDIR MAYOR INFORMACIÓN AL PRESUNTO CULPABLE. SÓLO UNO DE LOS TRES INDIVIDUOS QUE BUSCABAN HACER JUSTICIA POR MANO PROPIA SOBREVIVIERON, ESTO RESULTADO DEL HOMICIDIO DE SU CUARTO ACOMPAÑANTE.
SEGÚN LOS HECHOS DE LOS TESTIGOS, EL ACUSADO HUYÓ Y UNO DE SUS COLEGAS, EL CUÁL SOSPECHABA DE SU COMPORTAMIENTO, LES CONFIRMÓ EL LUGAR DONDE RESIDÍA YA DESDE HACE UN MES Y UN PAR DE SEMANAS. EN EL LUGAR DE LOS HECHOS, EL PRESUNTO CULPABLE PRENDIÓ FUEGO A UN CONTENEDOR LLENO DE UNA SUSTANCIA ALTAMENTE FLAMABLE PARA DESPUÉS DEJARLOS ENCERRADOS Y PROCEDER CON SU HUÍDA. HASTA EL MOMENTO NO SE SABE MÁS DE ÉL…”

 

Continúo bebiendo mi café, tapo levemente mi cara con el diario. La nota prosigue con la presentadora balbuceando sobre el asunto.
El dueño de la casa sale en cámara, viéndose medianamente angustiado.

“La casa se perdió mayormente en el incendio, pero es una fortuna que no halla habido nadie más habitándola al momento del incidente”

Termino mi café.
Lo que es una fortuna es que en esta ciudad, al parecer la parte fea está muy alejada de la bonita.
Y que aquí, encontré un departamento aparentemente nuevo.

 

 

 

 

Leslie Van Houten

Domingo (No)

Pienso más en las cosas que hice que en las que quisiera hacer. Durante los días pasados, traté de contemplar todo como una continuidad, pero nunca, ni aunque de mi salud se tratara, pude tener control de eso.
Tenía suerte. Eso tenía.

Llueve afuera. Eso me hace no tener que preocuparme por la hora.
¿Y por qué debería de preocuparme por eso?
¿Por qué debería de preocuparme por algo?
¿Por qué sigo teniendo un poco de compasión por todo esto?

Porque sí, es compasión y esto no son palabras nacidas de mi egolatría.

Toda la puta vida decidí vivirla por las orillas.
Y la verdad era una mezcla de algo, que no era miedo, pero puedo dejar de pensar en palabras rimbombantes y decir que era miedo. Miedo y pereza.
Amigos, relaciones, proyectos, escuela.
Debería dejar de lado mis dilemas y aclarar si era “miedo” a no poder hacerlo o pereza a tener que sacrificar estar solo a mi antojo por ello.
Pero esa era una verdad, no estaba dispuesto a funcionar dependiendo de los gustos y horarios de otros.

Creo que es el cuarto día de mi estadía en este lugar. Repito que es un lugar horrendo, aunque la verdad es que está bien. Los baños son repugnantes y comunales, pero fuera de eso está bien.
La cuestión es haber perdido el control sobre mis tiempos de estar sólo y ahora estar confinado detrás de las cortinas rojas.
No hay medios para atravesarlas.
No puedo decir que día es hoy ni qué hora y si lo buscara, todo perdería el sentido.

Dormir, robar. Es lo mismo.

La cuestión es que he dejado de creer mis propias mentiras y debo de admitir que todo esto es un cliché bastante, bastante malo.
Y todo lo anterior lo fue, en niveles de malo a pésimo

Basándome en lo que he aprendido de personas muertas que admiro.
Personas con las que ahora sé que de estar vivas y yo cerca de ellas, no hubiera podido relacionarme con ellas. Sé que no hay tal cosa como un final épico.
Todo es una frase mediocre que no le hace justicia a la odisea anterior.

Domingo (No)