Cada maldito día me levanto con menos ganas.
Más pesadez en los hombros y un sopor abrumante sobre las sienes.
Cada maldito día tomando el mismo camino, después de la misma rutina, la misma brisa fría, las mismas personas.
Sábado:
¿Por qué sigo fumando?
Dejó de gustarme hace semanas.
Me asquea, pero lo sigo haciendo.
Hay cierto placer detrás de esta asquerosa maña, que me mantiene en pie.
Veo a los viejos alrededor mío, exhalando todo ese humo.
¿Cuánto tiempo llevarán haciéndolo?
Para mi las posibilidades de tener cáncer deben de ser altas.
¿Cómo lo sé?
Simplemente lo sé.
Sé que el día que encuentre una razón para sacudirme este maldito pesar, algo fatal sucederá.
El solo pensar en eso me produce una sonrisa.
Lógica:
Salir a un lugar atestado de gente y mentalmente pedirles que se callen el pinche hocico y se alejen.
El sonido de un envase de cerveza fragmentandose en el suelo rompe mi línea de pensamiento.
Doy un trago a mi cerveza, abandonada los últimos minutos.
Está tibia, sin gas, horrible.
Doy un vistazo alrededor, cada quién en sus asuntos, excepto por un pequeño grupo mirándome con un tono de burla.
Probablemente si viviera gozando de la inconsciencia y viera a un pobre imbécil escribiendo sus divagues entre un nido de miseria personal lo vería de la misma forma.
¿Cómo puedo lograr incomodar gente solamente con ocupar un lugar en el mismo sitio donde existen?
Termino mi cerveza.
El último sorbo no me sabe más a orina caliente, hay un cierto sentimiento cínico en él, algo que causa un pequeño brote de euforia muy dentro de mi podredumbre personal.
Pido otra cerveza, esta vez pensando en beberla mientras se mantiene fría.
Experimentar si ese cinismo yace dentro del alcohol o si realmente es mi demencia o mi estupidez.
Esa pequeña chispa que hace una media sonrisa.
Eso debe de ser, la inercia en mis acciones vacías, la línea invisible que guía mis rutinas en un deshecho predeterminado.
Lo que realmente sacude mi spleen y puede dejarme sin el poder del habla.
Otra noche, sin la misma maldita gana.