Zepelios

Qué bueno era.

Cómo desearíamos tenerlo en vida, para que viese todas las personas que conoció, reunidas en su causa.

Ahogados en un pésame colectivo.

Congregadas para saldar sus conciencias, para jactarse unas a las otras lo mucho que les importabas.

Para presumir sus ropas elegantes en tonos oscuros.

“Qué suerte que has muerto en invierno”

Pensarán los más superfluos, los que llevarán las flores más vistosas, las que proferirán las palabras más confortantes y conmovedoras.

Todos aquellos que te creímos un patán, erguidos frente a tus restos encajonados, con el orgullo en alto, escondido pero en alto.

Todos aquellos que pasamos por una crisis, encorvados nos consolamos, al menos no nos hemos de descomponer tan pronto como tú.

Toda una ceremonia para ti, bastardo egoísta.

Toda la atención sobre ti, petulante imbécil.

Las rosas comienzan a caer sobre ti.

Costosas flores, demasiado hermosas para ser desperdiciadas sobre ti.

Después de todo, lo único significante que lograste en toda tu pérfida existencia, tomando en cuenta que aún eres una carcaza de lo que solías ser, aunque nunca fuiste tanto.

Lo único que lograste fue juntar a esta parranda de fanfarrones hipócritas.

Deberías solamente de ser lanzado al olvido, no ocupar un espacio en la tierra.

El concreto es colocado sobre ti, exclamando débilmente palabras escritas sin gana ni sentimiento alguno.

Una corona de hipocresía para tu eternidad.

¿Y los que de verdad te lloran?

La pena les ha de impedir el paso, una vergüenza auténtica que ha de crecer año con año.

Qué bueno eras.

Casi un santo.

Inmaculado.

Pútrido.

Un pendejo.

Qué bueno eras. 

Zepelios

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