1:23 am.

Hipnótica.
Era hipnótico su caminar.

Sus ojos, como siempre, negros.

Eran casi inexistentes, ausentes en sus cuencas oscuras.
Al mismo tiempo que la enfermedad subía por mi garganta su paso se alentaba.

Ella lo sabía.
Hipnotizante.

Esa era mi enfermedad.

1:23 am.

Lugares. Pt. 1

Era el tercer bar de la noche.

Una fatídica noche de verano.

Podía sentir el sudor bajo mis axilas y un golpe frío en la espalda, gracias a un ventilador situado al lado de la barra, la botella de cerveza en mis manos sudaba tan prominentemente como yo.

No había un cenicero a la mano, la bartender dejaba caer una mirada de desagrado sobre mi. Probablemente tenía algo que ver con el hecho de mi cigarrillo dejando una marca sobre la barra y sobre el desastre de la ceniza.

Tal vez era eso o el hecho de no ser alguien conocido.

Las ciudades pequeñas como esta suelen tener ese estancamiento, esa hostilidad medieval. Supongo que de algún modo sienten una especie de amenaza cuando irrumpes en su pequeña y rutinaria burbuja local.

Si en sus palurdas manos estuviera me estarían quemando en la plaza principal.

Para mi suerte no estamos en el siglo XVII y lo único que pueden hacer es mirarme fijamente con sus ojos burlones y sus muecas caricaturezcas.

La música es casi tan horrenda como el ambiente, la decoración del lugar es sorprendentemente poco original, un cliché barato.

Todo es predecible, el tipo al lado mío balbuceando algo “amigable” en tono de burla mientras sutilmente derrama gotas de su tarro sobre mi, la canción que se tocará después, la actitud de perra dura de la bartender que con tanto esmero combina con un buen escote y unos shorts obscenamente cortos.

Predecible.

Escucho risas a un volumen exageradamente alto detrás de mi.

Casi puedo sentir su asqueroso aliento emanando risas fingidas en mi oído.

Son 6 de ellos.

4 tipos y 2 mujeres, probablemente en sus 30’s o mitad de ellos, tal vez en sus 40’s.

Hablan muy fuerte, demasiado. Las mujeres hablan con un lenguaje burdo y vulgar, forzando cada palabra para darle énfasis, como si estas les dieran poder e imponencia.

Es un espectáculo deplorable, su forma de vestir es casi un disfraz, uno barato que una vida de rutina con un trabajo medianamente decente y una vida carente de espina les permite lucir.

Continúan riéndose, diciéndo chistes estúpidos que dejaron de ser actuales hace meses, actuando como treceañero que tiene su primera prueba de libertad.

Me repugnan, hijos de puta con sobrepeso, autos decentes y celulares costosos.
Me pregunto si algún día he de ser como ellos.

Mírate.

Bebiendo sólo, demasiado ensimismado en tus pensamientos y totalmente convencido de una idea como para buscar algo de “diversión”

¿Qué tan diferente eres de ellos?

En algunos años tendrás una carrera, menos cabello y tus conceptos de decencia irán decayendo.

Terminarás emocionandote al escuchar una canción que escuchabas en tus 20’s y querrás contar historias de lo bien que la pasabas, de lo duras que eran tus erecciones y lo fuerte que pegaban tus puños.

Tu ropa habitual se volverá un atuendo de un viernes cada mes o dos meses, cada que la gente que elija tener los mismos recuerdos que tú pueda coincidir para intercambiar historias que puedes exagerar, ya que nadie que las pasó contigo seguirá ahí. Historias que al igual a nadie le importan un carajo.

Cambiarás tu cómodo silencio y espontáneas luchas de miradas por risas a volúmenes inadecuados.

¡Mírenme! Aún soy joven, lleno de vida. ¡Miren lo mucho que me divierto con amistades!

Miren como trato demasiado duro de aparentar ser rudo, interesante.

No sólo otro vieja carcaza de lo que solía ser, no sólo otro número.

No alguien que solía tener fantasías, sueños y esperanzas.

No, yo sigo joven.

Las haré algún día, pronto.
Pienso que no podría ser así.

Pienso que el odio que la vida me tiene es mutuo.

Y que probablemente nunca llegue a esa edad.

Me despreocupo.

Mi cerveza está caliente.

No pienso visitar un cuarto bar, no tengo nada que probarle a nadie el día de hoy.

Tomo un taxi a casa.

No pienso pagarlo.

Lugares. Pt. 1

Nadie.

Nunca fui una buena persona.No fui un buen hijo.

Un buen estudiante.

Una buena pareja.

Un buen ser humano en general.

Fracasé en todo lo que traté y hoy decido poner un punto final.

¿Quién soy? Francamente eso no importa más. Observo las puntas de mis zapatos al tiempo que subo las escaleras del hotel. El humo del cigarrillo me resulta molesto en los ojos, quema mi garganta. Toda esa gente ahí debajo. Sin conocimiento alguno del entorno a su alrededor, viviendo en un mundo hedonista, ensimismado. Parejas, vendedores, ingenuos que no saben la delgada línea sobre la que caminan. Nunca fui un buen hijo. Padre desapareció a los diez años, como a sabiendas de la decepción que pudo haberse llevado al tener un crío el cuál no poseía ninguno de sus dotes, el cuál no era más que una versión fallida y rebajada de él. Madre había estado alejada desde el momento que salí de casa al mundo exterior. Su despedida fue fría, con un trasfondo que dejaba notar un alivio. Sólo la había vuelto a ver una vez. No tenía intenciones de volver a hacerlo. Nunca fui un buen estudiante. Me gradué como uno de los mejores de mi clase. A pesar de esforzarme, a pesar de mantenerme noches en vela y días en constante presión, esto pareció nunca asombrar a maestros o directivos. Los cuáles otorgaban mis diplomas con cierto hastío, como si pensaran que tal vez alguien más podría aprovecharlos mejor. Inmediatamente después de esto encontré un trabajo. Era una oficina, un cubículo, una vida cuadrada y rutinaria. No había peligro en ella, era una zona de confort perfecta. Con mi primera paga salí de casa. Un departamento pequeño, más pequeño de lo que me gustaría admitir. Una pequeña cama individual, un baño con una eterna humedad, una mesa que sostenía mis lecturas y fungía como comedor y una nevera que parecía tener más presencia que yo en dicha pocilga. Los primeros meses me sentí en paz. Despertaba, me dirigía al trabajo, salía, compraba algo de comida y una cajetilla de cigarrillos que usualmente duraba tres o cuatro días, cenaba, tomaba una ducha, dormía y repetía. Dejaba el dinero de la renta sobre un escritorio en el vestíbulo, siempre puntual. Conforme fueron pasando los meses, esa paz se fundió en mi. Se volvió parte del día a día. Caminaba conmigo, adherida a mi espalda. Sin hablarme, sin susurrar, sin respirar siquiera. Sólo sabía que se encontraba ahí. Ella sabía lo mucho que me costaba adaptarme, sabía que había algo que me carcomía por dentro cuando trataba de hacerlo. Así que ella me volvió un fantasma. Estar sin hacerlo. Los meses continuaban, sin buenas nuevas, sin angustia o alegría. Solamente una ausencia, un limbo personal. La vi, dos cubículos frente a mi. Destruyó mi concentración durante toda la jornada. Días después me encontré con ella en el ascensor. Me sonrío e inició una charla. Algo sobre el clima, sobre el trabajo, sobre el imbécil del jefe. Me limitaba a respuestas cortas, temiendo decir algo inapropiado que rompiera su expresión pristina. No pregunté su nombre. Comencé a llegar tarde a propósito, con la esperanza ilusa de volver a escucharla. Fue un miércoles, 13. Respondí a su charla pequeña. Conversamos por un momento. Esto terminó volviéndose algo usual por el lapso de un mes y medio. El último viernes del mes, decidí invitarla a salir. Compré rosas y llegué tarde a propósito una vez más. Media hora más tarde, ella no llegó. Subí a la oficina y dejé las rosas sobre su escritorio, al momento que una ansiedad invalidante comía mis tripas. Dos horas más tarde llegó. Disculpándose y quejándose sobre el tráfico y el clima. Al llegar a su escritorio tomó las rosas y dejó entrever una sonrisa, sus mejillas permitieron escapar un tono rosa, un contraste perfecto. Caminé hacia el escritorio, con los nervios ensordeciéndome. Ella notó mi presencia en su escena y volteó a verme, aún sonriendo. -Alguien ha dejado rosas para mi -Sí -¿Sabes quién ha sido? -dijo ella con una pequeña risa nerviosa- -Pues… -Apuesto a que fue ese tipo de contaduría, es un poco tarado, pero ahora que veo que es un detallista -Uh, sí -Creo que si él no habla conmigo tendré que ir yo -De hecho quien las dej… -Iré ahora, hablamos luego, eh…bueno, já, he olvidado tu nombre. Adiós.
He olvidado tu nombre.

Esa frase recorrió mi mente los siguientes días.

Pudieron haber sido semanas.

Nadie.