Nadie.

Nunca fui una buena persona.No fui un buen hijo.

Un buen estudiante.

Una buena pareja.

Un buen ser humano en general.

Fracasé en todo lo que traté y hoy decido poner un punto final.

¿Quién soy? Francamente eso no importa más. Observo las puntas de mis zapatos al tiempo que subo las escaleras del hotel. El humo del cigarrillo me resulta molesto en los ojos, quema mi garganta. Toda esa gente ahí debajo. Sin conocimiento alguno del entorno a su alrededor, viviendo en un mundo hedonista, ensimismado. Parejas, vendedores, ingenuos que no saben la delgada línea sobre la que caminan. Nunca fui un buen hijo. Padre desapareció a los diez años, como a sabiendas de la decepción que pudo haberse llevado al tener un crío el cuál no poseía ninguno de sus dotes, el cuál no era más que una versión fallida y rebajada de él. Madre había estado alejada desde el momento que salí de casa al mundo exterior. Su despedida fue fría, con un trasfondo que dejaba notar un alivio. Sólo la había vuelto a ver una vez. No tenía intenciones de volver a hacerlo. Nunca fui un buen estudiante. Me gradué como uno de los mejores de mi clase. A pesar de esforzarme, a pesar de mantenerme noches en vela y días en constante presión, esto pareció nunca asombrar a maestros o directivos. Los cuáles otorgaban mis diplomas con cierto hastío, como si pensaran que tal vez alguien más podría aprovecharlos mejor. Inmediatamente después de esto encontré un trabajo. Era una oficina, un cubículo, una vida cuadrada y rutinaria. No había peligro en ella, era una zona de confort perfecta. Con mi primera paga salí de casa. Un departamento pequeño, más pequeño de lo que me gustaría admitir. Una pequeña cama individual, un baño con una eterna humedad, una mesa que sostenía mis lecturas y fungía como comedor y una nevera que parecía tener más presencia que yo en dicha pocilga. Los primeros meses me sentí en paz. Despertaba, me dirigía al trabajo, salía, compraba algo de comida y una cajetilla de cigarrillos que usualmente duraba tres o cuatro días, cenaba, tomaba una ducha, dormía y repetía. Dejaba el dinero de la renta sobre un escritorio en el vestíbulo, siempre puntual. Conforme fueron pasando los meses, esa paz se fundió en mi. Se volvió parte del día a día. Caminaba conmigo, adherida a mi espalda. Sin hablarme, sin susurrar, sin respirar siquiera. Sólo sabía que se encontraba ahí. Ella sabía lo mucho que me costaba adaptarme, sabía que había algo que me carcomía por dentro cuando trataba de hacerlo. Así que ella me volvió un fantasma. Estar sin hacerlo. Los meses continuaban, sin buenas nuevas, sin angustia o alegría. Solamente una ausencia, un limbo personal. La vi, dos cubículos frente a mi. Destruyó mi concentración durante toda la jornada. Días después me encontré con ella en el ascensor. Me sonrío e inició una charla. Algo sobre el clima, sobre el trabajo, sobre el imbécil del jefe. Me limitaba a respuestas cortas, temiendo decir algo inapropiado que rompiera su expresión pristina. No pregunté su nombre. Comencé a llegar tarde a propósito, con la esperanza ilusa de volver a escucharla. Fue un miércoles, 13. Respondí a su charla pequeña. Conversamos por un momento. Esto terminó volviéndose algo usual por el lapso de un mes y medio. El último viernes del mes, decidí invitarla a salir. Compré rosas y llegué tarde a propósito una vez más. Media hora más tarde, ella no llegó. Subí a la oficina y dejé las rosas sobre su escritorio, al momento que una ansiedad invalidante comía mis tripas. Dos horas más tarde llegó. Disculpándose y quejándose sobre el tráfico y el clima. Al llegar a su escritorio tomó las rosas y dejó entrever una sonrisa, sus mejillas permitieron escapar un tono rosa, un contraste perfecto. Caminé hacia el escritorio, con los nervios ensordeciéndome. Ella notó mi presencia en su escena y volteó a verme, aún sonriendo. -Alguien ha dejado rosas para mi -Sí -¿Sabes quién ha sido? -dijo ella con una pequeña risa nerviosa- -Pues… -Apuesto a que fue ese tipo de contaduría, es un poco tarado, pero ahora que veo que es un detallista -Uh, sí -Creo que si él no habla conmigo tendré que ir yo -De hecho quien las dej… -Iré ahora, hablamos luego, eh…bueno, já, he olvidado tu nombre. Adiós.
He olvidado tu nombre.

Esa frase recorrió mi mente los siguientes días.

Pudieron haber sido semanas.

Nadie.

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