Lugares. Pt. 1

Era el tercer bar de la noche.

Una fatídica noche de verano.

Podía sentir el sudor bajo mis axilas y un golpe frío en la espalda, gracias a un ventilador situado al lado de la barra, la botella de cerveza en mis manos sudaba tan prominentemente como yo.

No había un cenicero a la mano, la bartender dejaba caer una mirada de desagrado sobre mi. Probablemente tenía algo que ver con el hecho de mi cigarrillo dejando una marca sobre la barra y sobre el desastre de la ceniza.

Tal vez era eso o el hecho de no ser alguien conocido.

Las ciudades pequeñas como esta suelen tener ese estancamiento, esa hostilidad medieval. Supongo que de algún modo sienten una especie de amenaza cuando irrumpes en su pequeña y rutinaria burbuja local.

Si en sus palurdas manos estuviera me estarían quemando en la plaza principal.

Para mi suerte no estamos en el siglo XVII y lo único que pueden hacer es mirarme fijamente con sus ojos burlones y sus muecas caricaturezcas.

La música es casi tan horrenda como el ambiente, la decoración del lugar es sorprendentemente poco original, un cliché barato.

Todo es predecible, el tipo al lado mío balbuceando algo “amigable” en tono de burla mientras sutilmente derrama gotas de su tarro sobre mi, la canción que se tocará después, la actitud de perra dura de la bartender que con tanto esmero combina con un buen escote y unos shorts obscenamente cortos.

Predecible.

Escucho risas a un volumen exageradamente alto detrás de mi.

Casi puedo sentir su asqueroso aliento emanando risas fingidas en mi oído.

Son 6 de ellos.

4 tipos y 2 mujeres, probablemente en sus 30’s o mitad de ellos, tal vez en sus 40’s.

Hablan muy fuerte, demasiado. Las mujeres hablan con un lenguaje burdo y vulgar, forzando cada palabra para darle énfasis, como si estas les dieran poder e imponencia.

Es un espectáculo deplorable, su forma de vestir es casi un disfraz, uno barato que una vida de rutina con un trabajo medianamente decente y una vida carente de espina les permite lucir.

Continúan riéndose, diciéndo chistes estúpidos que dejaron de ser actuales hace meses, actuando como treceañero que tiene su primera prueba de libertad.

Me repugnan, hijos de puta con sobrepeso, autos decentes y celulares costosos.
Me pregunto si algún día he de ser como ellos.

Mírate.

Bebiendo sólo, demasiado ensimismado en tus pensamientos y totalmente convencido de una idea como para buscar algo de “diversión”

¿Qué tan diferente eres de ellos?

En algunos años tendrás una carrera, menos cabello y tus conceptos de decencia irán decayendo.

Terminarás emocionandote al escuchar una canción que escuchabas en tus 20’s y querrás contar historias de lo bien que la pasabas, de lo duras que eran tus erecciones y lo fuerte que pegaban tus puños.

Tu ropa habitual se volverá un atuendo de un viernes cada mes o dos meses, cada que la gente que elija tener los mismos recuerdos que tú pueda coincidir para intercambiar historias que puedes exagerar, ya que nadie que las pasó contigo seguirá ahí. Historias que al igual a nadie le importan un carajo.

Cambiarás tu cómodo silencio y espontáneas luchas de miradas por risas a volúmenes inadecuados.

¡Mírenme! Aún soy joven, lleno de vida. ¡Miren lo mucho que me divierto con amistades!

Miren como trato demasiado duro de aparentar ser rudo, interesante.

No sólo otro vieja carcaza de lo que solía ser, no sólo otro número.

No alguien que solía tener fantasías, sueños y esperanzas.

No, yo sigo joven.

Las haré algún día, pronto.
Pienso que no podría ser así.

Pienso que el odio que la vida me tiene es mutuo.

Y que probablemente nunca llegue a esa edad.

Me despreocupo.

Mi cerveza está caliente.

No pienso visitar un cuarto bar, no tengo nada que probarle a nadie el día de hoy.

Tomo un taxi a casa.

No pienso pagarlo.

Lugares. Pt. 1

Leave a comment