La Casa.

Hoy por la tarde charlé con un amigo.

Me contó que se ha mudado a la casa.

La casa Valladares.

Le llamabamos así por un tipo.

El padre de un amigo, un asqueroso chavorruco inmaduro que organizaba fiestas “legendarias” en esa infame casa

La casa era conocida en aquellos días por casi toda mi generación.

Era básicamente un antro, en una ciudad muy pequeña.

Sólo podías entrar si eras considerado “cool” por alguno de los inquilinos.

Yo era amigo de los hijos de uno de ellos, así que no había problema.

Aparte del repugnante ruido que hacían pasar por música, el lugar estaba bien.

El alcohol fluía como si fuese agua, las chicas usaban ropa muy corta y ajustada y la mayoría estaban muy ebrias para tener estándares, lo cuál para nosotros era de maravillas.

Una gran parte de las chicas eran de nuestra generación, tal vez uno o dos años más grandes que nosotros.

Eso significaba en aquellos días dieciséis o diecisiete años.

Cabe mencionar que el padre de mi amigo y sus compañeros de casa rozaban los veintiocho a treinta años.

Asquerosos.

Toda la elite de la ciudad se reunía ahí.

Era patético, un festín de basura.
Hace años dejó de ser la Casa Valladares.

Aunque aún en conversaciones con compañeros y conocidos llega a salir a flote el tema.

Y difiriendo conmigo, ellos aún la recuerdan como un oasis, un País de las Maravillas.

Y a sus inquilinos los recuerdan como ídolos, como a entes divinos, seres supremos que podían tener todo el licor y vaginas a la disposición de sus manos.

Uno de mis conocidos los recuerda particularmente así.

Iluso.

Si supiera que lo invitaban para burlarse de él.

De su pobremente escogida vestimenta, su higiene descuidada, su aspecto desgarbado y lo infantil que (aún es) era, llegando a burlarse en su cara insinúando que tenía algún tipo de retraso, consiguiéndole chicas para ver si podía cogérselas.

Era obvio que no pudo, pero el hecho de saber que eyaculaba a los dos minutos les hacía partirse de risa, a él y a las chicas que corrían la voz y lo hacían quedar como un payaso.

Él nunca supo de esto.

La ignorancia es felicidad, a fin de cuentas.

Cuando dejó de ser Casa Valladares, fue rentada siempre por algún otro junior, algún intento de snob de pueblo, pedante y altanero, que deseaba aprovechar la fama de esa casa para continuar con esos deplorables festines.

Eso nunca sucedió.

Y jamás me importó mucho.

Mis memorias en esa casa constan de alcohol, alcohol, alcohol, vómito, alcohol, alcohol, alguna chica masturbándome en el baño, alcohol, vómito, despertar con una cruda violenta endemoniada y más alcohol.

Después de varios intentos fracasados de convertir esa casa a su antigua gloria, quedó sola un tiempo.

Recuerdo colarme a fumar y beber con algún amigo ocasional alguna vez.

Era un lugar pesado, desagradable.
Según mi amigo que recién se ha mudado y lo que los chismes vecinales le han contado, hace unos pocos años fue rentada por gente “mala”

Según sus vecinos, la música mediocre que solía haber los fines de semana fue sustituida por gritos.

Gritos y el sonido de camionetas moviéndose toda la noche frente y tras la casa.

Es curioso porque a pesar de estar a unas cuadras de una avenida principal en una ciudad pequeña, se localiza en una calle difícil de encontrar.

Gritos toda la puta noche.
Recuerdo alguna vez acompañar a mi amigo (en tiempos que aún era casa Valladares) a una barbacoa, un domingo por la tarde.

Recuerdo muy bien un asador de ladrillo en el patio.

Como todos los asadores, queda la huella del fuego en la pared.
Según mi amigo, el nuevo inquilino, está esa mancha y dos más en el piso.

Pero ¿Quién prendería fuego en el piso cuando hay un asador completamente funcional?

Según él, la gente que trabaja en la limpieza y reparos de esa casa no quieren volver ahí.

También está la coincidencia que en el tiempo que la gente “mala” fue inquilina de la Cada Valladares, solía desaparecer gente.

Hombres que muchos sabíamos estanan involucrados en las mafias locales.

Y chicas.

Pobres chicas, al azar, por lo menos dos o tres cada fin de semana.

Algunas aparecían, la mayoría nunca fue vuelta a ver.

Se cuenta que el único testimonio apuntó a esa casa.

Eso no salió en los periódicos, pero como agua, corrió ese comentario entre las amistades de esa chica.

Y esa agua llegó a los oídos de toda la población.

Al poco tiempo la casa fue desocupada.
Mi amigo, el nuevo inquilino dice percibir cosas.

Un susurro en su espalda, un vientecillo bajo su cuello, una mirada en su espalda.
¿Cuánta gente habrá terminado su inconclusa vida en Casa Valladares?
La puñetera Casa Valladares.
¿Quién quisiera mudarse ahí?

Tiene una fachada horrenda, en mi opinión.

La Casa.

Barra. 9:15 pm.

Deténte.

Deja de hacerlo, simplemente para.

Deja de contestar, calla tu jodida boca.

Deja de contestar con comentarios inteligentes, deja de referenciar libros que amo, películas que adoro.

Deja de hacerlo.

Calla tu maldita boca de una puta vez.

En algún punto te has de dar cuenta que no soy yo, no soy quien busque las luces y el sudor evaporándose, traslúcido sobre una luz parpadeante, al ritmo de canciones que nadie realmente esté escuchando.

No soy quien viaje por el placer de hacer lo mismo en una ciudad diferente.

No soy quién se jacte de paralizar un lugar con su presencia.

No lo soy.
Algún día te darás cuenta, te aburrirás.

Te irás.
Así que deja de hacerlo.

No he de ser yo quien te deje hablando sóla.

Tal vez sólo deba voltear hacia otro lado para evitar prenderte fuego.

Y después pretender que no son a mi esas palabras.

Barra. 9:15 pm.

Rocíos Matutinos

Quería escuchar esa canción.

Quería seguir escuchando esa maldita canción.

Ella no se callaba, la noche clareaba, apresurabamos el paso.

Su charla era buena, pero quería escuchar esa canción, de verdad necesitaba escucharla. No necesitaba más qué hacerlo.

Comencé a escuchar su conversación.

Hablaba del cosmos, de la podredumbre, de literatura.

Sus ojos eran muy pequeños, demasiado pequeños para ser tan interesantes.

Nos detuvimos a comprar cigarrilos, robamos un poco de pan, caminamos triunfantes mientras la mañana clareaba más y màs.

¡Triunfantes!

Esa era la palabra.

No sabía a dónde me llevaba, caminaba y caminaba, prestándole más atención y dejando la canción de lado.

Por fin llegamos a su casa.

Una pequeña y acogedora casa, más acogedora de lo que había estado alguna vez.

Me tumbé sobré el sillón, pero ella tomó mi mano.

Me levanté, subí con ella.

Se acostó junto a mi. Puso la canción.

La besé.

La besé en sus labios pequeños.

Desabroché mis botones, saqué mi verga, tomé su cabeza y la introducí con fuerza.

Cogí su boca como si fuese a morir.

Cogí su boca con una cólera invalidante.

No quería dejarla respirar, no debía dejarla respirar.

Cogí su cráneo, la penetré con una jodida furia que jamás antes había sentido.

Me vine sobre su cara.

Dormimos.

Al despertar el sol aún no clareaba por completo.

Tomé el bus.

Disfruté las miradas.
Por fin llegué a casa.

Me quité las plataformas y removí el vestido de mi cuerpo.

No pensaba desmaquillarme.

Cerré las cortinas.

Pusé la maldita canción.

Voltée hacia el techo.

Pensé en dormir.

Rocíos Matutinos

Catalina Reed

Tu rostro mientras duermes es tan sublime.

Y después abriste los ojos

Tuve el mayor cuidado en que el humo del último cigarrillo que encontré bajo el sillón no fuese a molestarte.

Volviste a dormir.

Qué suerte tener el alcohol a la mano.

Pegaste tu cabeza a mi cuello, sentí cosquillas, pero no me atreví a moverme, no me hubiese perdonado el despertarte. La luz de la TV me molestaba en los ojos, me hundí en tu cuello y dormité al ritmo de tu corazón, acelerado.

A los pocos minutos despertaste, balbuceabas.

Logré meterte al sillón de nuevo, dormitamos algunos minutos. Algún ruido en la calle nos despertó.

Sabía que no estabas totalmente lúcida, de pie, frente a mi.

Logré que te sentaras un momento más. Eran las 6:13 am. Con una claridad vaga podía ver tu rostro.

Desée que esa mañana pura, ese exacto minuto durara eternidades, tus ojeras a media luz y la melodía casi inconsciente que salía de tus labios, tu mano izquierda en mi pierna y tu mano derecha apretando mi brazo al punto de sentir un pequeño dolor.

You’re a slick little girl

You’re a slick little girl

Tomaste mi mano, subimos a la habitación.

Contemplaste la ventana durante minutos, entre tu ebriedad y falta de sueño.

Saliste hacia el baño y tardaste casi un cuarto de hora en regresar.

Regresaste, tomaste mi rostro.

“Vamos a dormir”

Te arrojaste con gracia y delicadeza hacia el colchon.

Quedé estático.

Alargaste tu mano y me jalaste hacia la cama.

Me acosté al lado tuyo, tu pierna envolvió mi costado y tus brazos alrededor de mi espalda hicieron que nuestros rostros quedaran frente a frente.

Abriste los ojos y la mirada más profunda e intimidante me penetró de un lado hacia otro.

Dejaste escapar media sonrisa, con esos prominentes y perfectos labios, resecos por la falta de sueño y la noche anterior. Te acercaste más y dejó de existir distancia entre uno y otro.

No hacía más falta que un movimiento para hacerlos uno.

Pero no, no era lo correcto, no lo iba a ser así.

Destruí toda falta de moral que había construído hasta ese punto, me reduje a una nada del yo.

Me levanté, tomé el licor del piso y tomé un largo y asqueroso trago, sintiéndo lástima por mi mismo.

¡Vaya!

Otro cigarrillo abandonado bajo el colchón.

Lo prendí, admiré tu pared.

Admiré a nuestros amigos, durmiendo en el colchón de al lado.

A tu gato observándone con un gesto desaprobatorio.

Apagué la colilla, volví a meterme en la cama, estabas de espaldas.

Te tomé, te voltée.

Puse tu pierna sobre mi de nuevo y junté nuestros rostros.

Tomé la parte trasera de tu cabeza y besé tu mejilla como si no fuese a despertar nunca más.

Esperaba no despertar nunca más.

Sabía el punto de comparación que iba a existir de este momento en adelante.

Esperaba no despertar, junté más tu pierna a mi costado.

Y lentamente, mientras el sol se colaba por la ventana, fui cerrando los ojos.

Catalina Reed

Separaciones.

Voy a dejarte.

-¿Qué? -respondí-

Voy a dejarte.

Lo vi a los ojos, en realidad no me importaba un carajo.

-Está bien -respondí y volví mi mirada hacia la TV-

Lo vi dejar la copia de sus llaves y un sobre con dinero para la renta sobre la mesa.

Esperaba que regresara por el resto de sus pertenencias, pero jamás lo hizo.

Siempre noté un aire de molestia en él.

Tal vez le molestaba que le llamaran marica.

Tal vez le molestaban mis ausencias, las cuáles no tenía intenciones de explicar.
Supe que comenzó a salir con una chica.

Cabello rubio, ojos claros.

Buen promedio, la clase de puta que cogería con medio campus y aún así no cambiarías la percepción de “chica bien” que tienes sobre ella.

¿Cuáles eran sus intenciones al salir con él?

No era adinerado, no tenía un buen auto, su sentido de la moda era insípido, su sentido de la diversión era predecible, sus gustos musicales eran una de sus pocas cualidades sobresalientes.

No estaba cogiendo con él por dinero o por una posición social, ni siquiera por aburrimiento.

Cogía con él por el mismo motivo que yo cogía con él.

Parecía distante, parecía haber algo detrás de sus ojos.

No lo había.

No lo había o yo no lo quise ver, lo que fuera, ella era una presa mucho más fácil y una persona mucho más ilusa que yo.

Seguí viéndolo en algunas clases, en la cafetería, en los jardines, ocasionalmente en algún bar.

Parecía no molestarnos el hecho de encontrarnos frente a frente, después de todo, nunca hicimos pública nuestra relación, para todos, simplemente eramos compañeros de casa.

A veces esperaba causar una reacción incómoda en él, sólo por diversión, pero esa reacción no sucedía. Siempre estaba con ella.

Dejó varias de sus clases y en las que continuó, estaba ella.

Abandonó sus pasatiempos y desapareció de los bares, dejó los deportes y los pocos amigos que teníamos en común fueron perdiendo contacto con él.

Sólo se le veía con ella, juntos, todo el maldito tiempo.

No era una pareja enamorada, era una entidad amorfa con cuatro piernas, dos brazos y un mismo andar pausado.

Su mirada distaba mucho de ser la de un sujeto idiotizado por el amor, más bien era una mirada cansada, plana, demasiado centrada en el lugar y el momento.

La de ella era una mirada ridícula, algo que gritaba control, ligeramente orgullosa, como la de alguien que pasea a un costoso animal.
Pasaron los meses, nuestros horarios cambiaron y dejé de verle por completo.

Corrían voces burlándose de él.

De cómo esa puta le controlaba de manera enfermiza.

Una noche él salió a fumar un cigarrillo, tardó quince minutos.

Al regresar, le reclamó su corta ausencia a gritos.

Despertó a todo el piso.

Le humilló frente a todo aquel que hubiese despertado o se hubiera percatado del escándalo en el pasillo.

Alguien del edificio llamó a seguridad.

Al llegar el oficial, él sólo se disculpó y entró a su departamento, con la cabeza baja.

A las pocas semanas coincidimos en una clase, de nuevo.

La profesora era una mujer en sus treintas.

Usaba ropa discreta, pero ajustada.

Tenía largo y rojizo cabello que a veces arreglaba con una liga, dándole un aspecto despeinado, le quedaba perfecto.

Usaba un perfume ligero, pero penetrante, la clase de aroma que reconocerías en cualquier lado.

Su rostro dejaba ver algunos rastros de la edad, que a decir verdad sólo aportaban más a su encanto físico y combinaban a la perfección con su voz melodiosa, ligeramente ronca y sus ojos oscuros y enormes.

Debo admitir que me masturbé una o dos veces con ella en mente.
Al parecer a la profesora no le molestaba flirtear con aquel tipo, a pesar de tener a su pareja controladora sentada al lado de él.

Me gustaría poder tener la seguridad de decir que lo hacía por retarla. La clase entera parecía tener más interés en ese aparente triángulo amoroso que en la clase en sí.

Días después hubo una clase cancelada.

Ese día la puta controladora no estaba, al parecer había enfermado.

La coincidencia era demasiada, era obvio lo que estaba sucediendo dentro del aula cerrada.
Eran las 6pm.

Opté por irme, era una tarde de miércoles hermosa. Hacía un viento frío y las nubes eran totalmente espesas. Fui a embriagarme al bar usual, conocí a un chico pero terminé en casa con una chica, una cocainómana. 

Me gustaba su nariz, era prominente y flaca, justo como ella. 

Despertamos por la mañana, el clima seguía gris. Desayunamos, cogimos sobre la mesa, hicimos un poco más de droga y volvimos a dormir.

Desperté a las 4 pm, tomé una larga ducha, me afeité con toda la calma posible, salí del baño y conversé con mi chica flaca.

Salimos de casa, la acompañé a tomar un taxi y me dirigí a mi clase. El jodido taxi tardó veinte minutos en aparecer, iba a llegar tarde.

No suelo correr así que me resigné a interrumpir la clase, disculparme y esperar que no fuera un problema.

El día comenzó a clarear, el puñetero sol me pegó justo en los ojos, el sol y las sirenas.

El área que rodeaba el aula estaba clausurada por policías y ambulancias, algunas camionetas de los noticieros y una multitud que variaba en gente llorando, susurrando y tomando video con sus celulares.
Una parte de mi sabía exactamente lo que había sucedido.

Él lo había hecho.

Llegó puntual a clase, le disparó a la profesora en la cabeza.

Su cerebro quedó esparcido en la pizarra.

La siguiente víctima fue un tipo moreno, bien vestido, que solía hacer comentarios graciosos e innecesarios.

Después la chica gótica, cuyo nombre no recuerdo, pero recuerdo que su boca era un oasis en cuestión de sexo oral. Al parecer ella sobrevivió al primer disparo, que fue en el hombro, pero el segundo fue fatal.
Y así.
Aparte de mi, del tipo de intercambio y una chica que jamás hablaba, nadie había sobrevivido.

Horas más tarde se supo.
La puta controladora se había enterado de él y la profesora. Pretendió no saber nada, lo sedó con somníferos. Después lo castró.

Lo castró y después se acostó a su lado y durmió como cualquier noche.

Al despertar él debió haber enloquecido, nadie lo sabrá.

Sólo se sabe que sin despertarla, fue a su armario, tomó una arma que tenía por protección, una que también decía que empeñaría si algún día estaba en crisis.

Tomó el arma y la munición que tenía y los mató.

La puta fue encontrada colgada, no tenía mucho de fallecida cuando la encontraron.

Noche de jueves.

Pienso en llamarle a la cocainómana, creo que de verdad me atrae.

Tal vez pregunte su nombre, probablemente lo recuerde.

Separaciones.

Padre.

Una gota de sudor entró en mi ojo.

Me distrajo el ardor, me detuvo un momento. Mi mano llena de ampollas reventadas pedía un alto.

Me detuve.

Admiré mi obra y continué.

Su pierna izquierda estaba hecha añicos y la derecha se notaba bastante mal. Parecía ya no tener fuerzas para gritar.

Tomé aire. Di otro golpe.

Las tenía el hijo de puta, tenía aún más ganas de gritar.

Bastardo aún tenía fuerza en sus pulmones y la esperanza de pedir clemencia.

Destrozé golpe por golpe su pierna derecha, entre sus lamentos y sus sollozos, podía sentir la adrenalina estallar dentro de mi, un zumbido ensordecía mis oídos y un temblor se apoderaba de mis piernas.

When the music’s over. Turn off the light


Rocié la gasolina en el cuerpo de su hija mientras sus lágrimas de dolor corrian bajo sus ojos.

Me arrodillé y busqué su mirada hasta tener la certeza que me observaba tan fijo como yo a él.

Encendí el fósforo y lo lancé.

¡La luz era inmensa!

Y los alaridos eran una sinfonía trágica.

Fue entonces cuando comenzó realmente a llorar.

Dejé de lado mi fiel bat, me arrodillé sobre su abultado abdomen y usé mis puños.

Golpe tras golpe era el mejor orgasmo de mi puta vida.

Podía escuchar su llanto apagándose tras cada impacto.

El momento cuando su nariz fue una con su asqueroso rostro, el cuál veía el cuerpo sin vida en llamas, me levanté.

Saqué mi verga y lo oriné, en las heridas de su rostro.

Father, i want to kill you.

Me senté y contemplé.

Sabía que no se levantaría de nuevo.

Aunque sus inútiles piernas funcionaran, no lo haría, por la humillación.

Apagué mi cigarrillo al lado de su pezón, sólo para escuchar su lastimero berrido.

-¿Padre?
No hubo respuesta
-¿Padre?

Ya he acabado contigo.
Este es el fin.
Puedo respirar.

Padre.

Desierto.

Llevaba caminando horas.

Hora tras maldita hora, cada jodido paso dolía más y avanzaba menos.

¿Y a dónde iba?

A ningún puto lado, es ahí a dónde.

A estas alturas desconocía el sur del norte, el atrás del adelante, el cielo de la arena. Mi vista hacia atrás era horizonte y rocas, mi vista hacia adelante también.

No había rastro de mi por ningún lado, la iluminación de la que se me había hablado era solamente un ardiente sol que freía lentamente mi rostro.

Continué caminando. A la larga se tiene que llegar a algún lado ¿no?

La tarde dejó caer su manto tenue y suave, lo que usualmente era un alivio ahora se volvía una satisfacción agridulce. El sol seguía quemando mi piel y la sombra estremecía mi espalda empapada con un viento impertinente y helado.

Desée estar muerto.
Lo único azul que puedo observar en el desierto son mis bolas, moradas de abstinencia, de caminar, de coraje, de exhausto, de cólera hacia todas y cada una de las jodidas estrellas sobre mi.

Continué caminando unas horas más. No parecía avanzar y la puñetera Luna no parecía moverse, así que intuyo que tal vez fueron minutos. Aproveché la falta de viento para encender un cigarrillo. Tropecé.

Lo contemplé por un minuto.

Pero prefiero mil veces un fármaco que ese tumor de la tierra que llaman peyote.

Decidí aplastarlo y usar un poco de su líquido para calmar el ardor bajo mis ojo.

Caminé más.

El sentido, como el calor corporal, terminó por abandonarme al caer la noche.

Me encontré totalmente sólo.

Metros delante encontré a mi decencia, practicándole una felación a mi impulso.

Encontré a mi sentido común, gritando a todo pulmón mientras se auto mutilaba y temblaba de manera violenta. Sentí lástima.

Encontré a mi memoria, con la mirada perdida, ahogada en autocompasión, el sólo verla me provocaba náusea.

Volteó a verme, con unos enormes y hermosos ojos verdes. Su nariz era perfecta, sus labios, pristinos.

Extendió su mano, pálida como la nieve, podía ver cada una de sus venas, desde la muñeca hasta sus pechos. Aunque estaban medianamente cubiertos por una chaqueta, podía ver que era ahí donde desembocaban.

En la palma de su mano había un revólver, dos balas.

La vi a los ojos, se acercó.

Se abrazó a mi, aún de rodillas.

Volteó a verme, me sentí excitado e intimidado.

Puse el cañón justo en medio de su frente y disparé.
Caminé aún más, sacudiendo los restos de su cráneo.

Al fin llegué a la cúspide, la nada.

Solamente un acantilado.

De espaldas estaba ella.

A media luz era una visión traicionera, una musa andrógina. No hubo intercambio de palabras, sólo una bofetada tras otra, hasta caer al piso, sentí su mano sacando mi miembro, introduciéndolo en su vagina seca y rasposa.

Cada vez que subían sus caderas, su puño bajaba.

Cuando sus manos se cerraron sobre mi cuello y mi respiración fue disminuyendo pude sentir dilatación en ella.

Antes de llegar el clímax uno de sus puños rompió mi nariz. Devolví el golpe y pude sentir sus dos labios reventar al mismo tiempo que alcanzabamos un orgasmo perfectamente alineado.

Caí sobre ella.

Me mantuve ahí un momento, me permití un descanso.

Sentí su mano pasar sobre mi cuello, acompañada de un viento cálido.

Al abrir los ojos ella ya no estaba ahí.

El sol estaba por salir, podía ver a lo lejos un camino.

Caminé hacia él.

¿Fue acaso demencia o iluminación?

Sea lo que sea, se expresó más complicado que con palabras.

Me siento extrañamente vacío.

Hoy caminaré hacia el sur.

Desierto.

Arañas Pt. 2

Los últimos tres días se diferenciaban de todos los demás.

Me sentía intranquilo, ansioso.

El estado ciegamente enfocado que acompaña a la privación de sueño se volcaba lentamente hasta volverse histeria.

Podía sentir las venas en mis ojos palpitar y una dificultad en los párpados al levantarlos.

Aún así lo que realmente me molestaba era el tedio.

Después de años de no hacerlo, utilicé la TV como acompañante.

Aunque comparado como antes, ahora le prestaba la menor atención.

Hace tres noches, al cerrar un libro, el cuál leía boca arriba, la noté.

Una araña.

Cruzó elegantemente por el techo, se posó frente a la TV. Se quedó inmóvil.

La segunda noche hizo lo mismo, exactamente 2:34 de la mañana.

La tercera noche hizo lo mismo.

Misma hora, mismo recorrido.

Trataba de no prestarle atención, pero anoche no pude evitarlo.

La observé.

Para mi sorpresa un escalofrío recorrió mi espalda, dejándola helada.

Algo me dijo que ella me observaba de vuelta.

Algo me decía que nuestras miradas estaban fijas la una sobre la otra.

Pensé en matarla.

Puta araña de mierda.

Pero no, no lo iba a hacer.

Me mantuve despierto hasta las 6:45 am.

Hasta ver el primer rayo de sol.

Ella seguía donde mismo.

Al despertar no estaba más.

Al despertar me encontré con dos moridas de araña, entre mi pulgar e índice.

Sé que no la he de volver a ver.

Y que tengo algo para acompañar a mi insomnia.

Algo que asegurará que esta no vaya a ningún lugar.

Arañas Pt. 2

Arañas Pt. 1

Por años había sufrido insomnio.

Los primeros meses los sufría, teniendo pánicos nocturnos, obligado por mi madre a permanecer en la oscuridad.

Después de un tiempo comencé a aprovechar esas noches en vela.

Leía.

Leía todo, desde folletos religiosos los cuáles decoraba con simbología y genitales, historietas cómicas viejas, con sus hojas ya amarillentas, la biblioteca de mi madre, la cuál contenía algunos extraños libros con portadas sugestivas, llenas de colores vívidos, los cuáles leía una vez tras otra.

Tiempo después aprendí el valor de la TV.

Cuando una caja eléctrica piensa por ti, el tiempo pasa mucho más rápido.

Años después caí en cuenta que las noches insomnes son mejores en las calles, en compañía de otros.

Abusando de su libertad, con sed de caos, con motivos criminales o simplemente, carentes de sueño.

Cuando conocí el alcohol fue el comienzo de una vida diferente.

Ablandaba mis nervios y me dejaba ver la vida con otros ojos, presentándome nuevas personas, nuevos lugares, nuevas situaciones, introduciéndome a un mundo de sustancias que, por unas cuántas horas parecían darle un sentido y un matiz a mis noches sin dormir.

Pasaron los años.

Aquellas personas, lugares y situaciones habían terminado extinguiéndose lentamente.

Hacía el tiempo suficiente que me había alejado de esas calles para habitar otras.

Aún así, los tiempos cambian, sin importar el lugar.

Me encontraba sólo.

Todo había cambiado, excepto mi insomnio.

No iba a ir a ningún lado.

Arañas Pt. 1

Sonidos

Sueno a lo que emanaría de entre los rollos de piel grasosa y repugnante del pervertido que se masturba viendo infomerciales en el 7A, junto a la ventana de la cornisa rota.

Sueno a mi sangre, desesperanzada y desagradable, siendo derramada gota por gota, como un vals tedioso y forzado, danzando sobre el concreto húmedo y sucio, ocultándose tras los humores que exhala delicadamente la alcantarilla bajo mi mano.

La melodía se mimetiza con la respiración extasiada del individuo al lado mío con su bota sobre mis dedos y su bat astillado, que se mueven al ritmo de la música. Puedo sentir el aire que resulta de la oscilación sobre mi nuca, moviendo gentilmente mis cabellos.

Puedo ver su mano extendida, pidiéndome acompañarlo esta pieza, puedo ver su sonrisa al ver mi respuesta positiva, puedo sentir su brazo tomar fuerza sobre mi cintura y sus piernas tomar el control del baile.

Puedo sentir el universo fluyendo furiosamente por mis venas, confundir las notas con sus sonidos de infinita e inútil sabiduría, puedo fundirme con el sol.

Puedo sentir el bat destrozar mi cráneo.
Quisiera sonar a la nada que le prosigue, pero me veo condenado a repetir este fragmento de sinfonía, una vez tras otra.
Por lo que sea que dure la eternidad.

Sonidos