La Casa.

Hoy por la tarde charlé con un amigo.

Me contó que se ha mudado a la casa.

La casa Valladares.

Le llamabamos así por un tipo.

El padre de un amigo, un asqueroso chavorruco inmaduro que organizaba fiestas “legendarias” en esa infame casa

La casa era conocida en aquellos días por casi toda mi generación.

Era básicamente un antro, en una ciudad muy pequeña.

Sólo podías entrar si eras considerado “cool” por alguno de los inquilinos.

Yo era amigo de los hijos de uno de ellos, así que no había problema.

Aparte del repugnante ruido que hacían pasar por música, el lugar estaba bien.

El alcohol fluía como si fuese agua, las chicas usaban ropa muy corta y ajustada y la mayoría estaban muy ebrias para tener estándares, lo cuál para nosotros era de maravillas.

Una gran parte de las chicas eran de nuestra generación, tal vez uno o dos años más grandes que nosotros.

Eso significaba en aquellos días dieciséis o diecisiete años.

Cabe mencionar que el padre de mi amigo y sus compañeros de casa rozaban los veintiocho a treinta años.

Asquerosos.

Toda la elite de la ciudad se reunía ahí.

Era patético, un festín de basura.
Hace años dejó de ser la Casa Valladares.

Aunque aún en conversaciones con compañeros y conocidos llega a salir a flote el tema.

Y difiriendo conmigo, ellos aún la recuerdan como un oasis, un País de las Maravillas.

Y a sus inquilinos los recuerdan como ídolos, como a entes divinos, seres supremos que podían tener todo el licor y vaginas a la disposición de sus manos.

Uno de mis conocidos los recuerda particularmente así.

Iluso.

Si supiera que lo invitaban para burlarse de él.

De su pobremente escogida vestimenta, su higiene descuidada, su aspecto desgarbado y lo infantil que (aún es) era, llegando a burlarse en su cara insinúando que tenía algún tipo de retraso, consiguiéndole chicas para ver si podía cogérselas.

Era obvio que no pudo, pero el hecho de saber que eyaculaba a los dos minutos les hacía partirse de risa, a él y a las chicas que corrían la voz y lo hacían quedar como un payaso.

Él nunca supo de esto.

La ignorancia es felicidad, a fin de cuentas.

Cuando dejó de ser Casa Valladares, fue rentada siempre por algún otro junior, algún intento de snob de pueblo, pedante y altanero, que deseaba aprovechar la fama de esa casa para continuar con esos deplorables festines.

Eso nunca sucedió.

Y jamás me importó mucho.

Mis memorias en esa casa constan de alcohol, alcohol, alcohol, vómito, alcohol, alcohol, alguna chica masturbándome en el baño, alcohol, vómito, despertar con una cruda violenta endemoniada y más alcohol.

Después de varios intentos fracasados de convertir esa casa a su antigua gloria, quedó sola un tiempo.

Recuerdo colarme a fumar y beber con algún amigo ocasional alguna vez.

Era un lugar pesado, desagradable.
Según mi amigo que recién se ha mudado y lo que los chismes vecinales le han contado, hace unos pocos años fue rentada por gente “mala”

Según sus vecinos, la música mediocre que solía haber los fines de semana fue sustituida por gritos.

Gritos y el sonido de camionetas moviéndose toda la noche frente y tras la casa.

Es curioso porque a pesar de estar a unas cuadras de una avenida principal en una ciudad pequeña, se localiza en una calle difícil de encontrar.

Gritos toda la puta noche.
Recuerdo alguna vez acompañar a mi amigo (en tiempos que aún era casa Valladares) a una barbacoa, un domingo por la tarde.

Recuerdo muy bien un asador de ladrillo en el patio.

Como todos los asadores, queda la huella del fuego en la pared.
Según mi amigo, el nuevo inquilino, está esa mancha y dos más en el piso.

Pero ¿Quién prendería fuego en el piso cuando hay un asador completamente funcional?

Según él, la gente que trabaja en la limpieza y reparos de esa casa no quieren volver ahí.

También está la coincidencia que en el tiempo que la gente “mala” fue inquilina de la Cada Valladares, solía desaparecer gente.

Hombres que muchos sabíamos estanan involucrados en las mafias locales.

Y chicas.

Pobres chicas, al azar, por lo menos dos o tres cada fin de semana.

Algunas aparecían, la mayoría nunca fue vuelta a ver.

Se cuenta que el único testimonio apuntó a esa casa.

Eso no salió en los periódicos, pero como agua, corrió ese comentario entre las amistades de esa chica.

Y esa agua llegó a los oídos de toda la población.

Al poco tiempo la casa fue desocupada.
Mi amigo, el nuevo inquilino dice percibir cosas.

Un susurro en su espalda, un vientecillo bajo su cuello, una mirada en su espalda.
¿Cuánta gente habrá terminado su inconclusa vida en Casa Valladares?
La puñetera Casa Valladares.
¿Quién quisiera mudarse ahí?

Tiene una fachada horrenda, en mi opinión.

La Casa.

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