Match Frei

Hice mi mejor esfuerzo por arreglar mi corbata.

Saqué mi mejor saco, pulí mis zapatos.

Era un día gris, frío.

Te hubiese encantado, tomaste mi brazo.

Caminé hacia la tienda, evadiendo las miradas.

Compré un ramo de rosas, rojas. Tus favoritas.

Like you, i’m broken and fragile.

Caminé más, hasta dejar de escuchar el murmullo de la civilización.

Te maldije, te maldije hasta el cansancio.

Te maldije hasta que las lagrimas empaparon mis mejillas.

Te maldije hasta recordar que te amaba.

Like you, i am tasting my heart for the first time

Hasta recordar nuestros planes.

Los cuales no estaban en el poder de tus pálidas manos.

Me paré ahí.

Formal, en la punta de aquel horizonte.

Sabía que iba a terminar así, contigo o sin ti.

Me embriagué hasta perder la consciencia.

Continué.

Para mi estabas ahí.

Y aunque nunca lo hallas estado.

Lo estuviste.

Match Frei

Silencio.

¿Magdalena?

¿Magdalena, estás ahí?

No recibí respuesta alguna, sólo el ensordecedor sonido del silencio del otro lado de la línea.

Probablemente la línea ha fallado de nuevo, debía de ser eso.

Terminé el capítulo de mi libro y decidí bajar al comedor.

No parecía haber nadie.

Ninguno de los otros inquilinos, ni la casera.

Incluso el gato estaba ausente.

Me senté y prendí la radio, pero nada, ni siquiera estática.

Traté con el tocadiscos pero sólo emanaba el sonido de la aguja haciendo contacto con el vinilo.

Comencé a sentir un miedo recorriendo mi espina. Salí a la calle corriendo.

Nada.

Podía sentir el viento pero no escuchar su sonido, corrí esquina tras esquina y nada. Establecimientos cerrados, automóviles y vagones abandonados, como si nunca nadie hubiese estado ahí.

Caminé hacia el parque, tomé asiento y bebí un trago de whiskey.

El miedo en mi espina dorsal se convirtió en paranoia, comencé a sudar frío, me sentía incómodo, observado.

¿Dónde estaba toda la población?

Traté de recordar, no podía evitar dejar escapar una risa nerviosa cada cuánto.

¡Una asamblea!

Claro, qué iluso, las ciudades no se desolan de una hora hacia otra.

Corrí hacia la plaza principal, esperaba ver la multitud y sentirme estúpido por haber estado tan aterrado.
Nada.
Sólo la luz del ocaso pegándome directamente a los ojos, el cielo azul tenue convirtiéndose en un negro abismal. Me desplomé sobre la calle, las lágrimas recorrieron mis mejillas, había demasiado silencio para poder pensar.

¿Dónde estaban todos?

Tan solo la noche anterior había estado de juerga con mis compañeros en la vieja casa de los padres de Magdalena Valladares.

Eso había sido anoche ¿cierto?

Hice un esfuerzo por recordar. El licor, la música, mis amigos bailando y bebiendo.

Recuerdo levantarme hacia el tocador y encontrarlo ocupado por uno de mis colegas.

Caminé hacia el cuarto de Magdalena, sabía que había otro tocador ahí. Al entrar la vi sentada de espaldas, recuerdo pedir disculpas, algo ebrio. Ella se levantó cerró mis labios con un beso y abrió mi camisa rompiendo los botones, me arrojó sobre su cama y trepó sobre mi.

Recuerdo la sensación de su boca sobre mi miembro, cerré los ojos dejándome llevar por el placer. Al abrirlos de nuevo las lámparas estaban encendidas, no se escuchaba más la música tras la puerta, sólo murmullos.

Debí haber bebido más de lo que creí. Recuerdo los pechos de Magdalena, resaltando su figura al terminar de realizar la felación y ponerse en pie.

Recuerdo la sensación de penetrarla…recuerdo un agudo dolor en mi pecho y…¡Sus manos alrededor de mi cuello!

¿Qué diablos había sucedido?

No tenía recuerdo claro de aquello, ni recuerdo alguno entre el acto sexual y nuestra conversación sobre los deberes escolares en el teléfono, hace horas, con ella…

Corrí hacia su casa, tan rápido cómo pude. Al menos podía escuchar mi corazón latiendo frenéticamente en mis oídos. Al menos había un sonido ahora. Trataba desesperadamente de llegar ahí antes que la penumbra de la noche.

Al llegar, la pesada puerta de madera estaba entreabierta.

Me abrí paso por el salón principal, donde habíamos estado la noche anterior, donde al parecer dicha reunión si había ocurrido.

Corrí hasta su habitación.

Al entrar, sólo una pequeña y débil lámpara iluminaba la habitación, la llenaba de aterradoras sombras. No había rastro de Magdalena.

Al sentarme en su cama noté el teléfono, descolgado.

Lo tomé. Puse mi oído en el auricular.

¡El Horror! 

Desée en ese momento volver al silencio sepulcral, pues lo que escuché del otro lado de esa línea, perseguiría mi cordura por el resto de mi existencia.

Esos murmullos, cientos de voces, rasposas e inhumanas, todas recitando un canto a diferentes tiempos, un canto en el cuál pude distintguir mi nombre.

Arrojé el teléfono hacia la pared, rompiéndolo en pedazos.

Recorrí la cortina del enorme ventanal que dejaba ver hacia el enorme horizonte de las afueras de la ciudad.

Estaban ahí.

Cientos de figuras cubiertas con túnicas, moviéndose hipnotizantemente, danzando, desnudándose lentamente, acercándose a la casa.

Y en el enorme paisaje celestial pude verla.

Una enorme silueta, una que se dibujaba con los relámpagos que iluminaban el cielo, relámpagos que dejaban entrever enormes extremidades, y dos furiosas estrellas carmesí que comprendí, eran un par de ojos.

Mis ojos no podían créerlo.

Esto no podía ser cierto, esto lo había leído.

¡Era ficción!

Pero no, ahí estaba.

Recordé el vestíbulo, recordé las armas que el difunto padre de Magdalena tenía en exhibición.

Me dirigí hacia ellas, subí a una silla y bajé una escopeta Smith & Weston.

Algo azotó la puerta.

Ellos estaban aquí, estaban justo a la vuelta del pasillo de entrada.

Coloqué la escopeta en mi boca.

Y recé porque la razón de su peso fueran cartuchos cargados y funcionales.

Silencio.