Cataratas.

Vamos, dame un buen motivo.

Recuerdo repetirle eso mientras esperábamos en un puesto de comida. Ni siquiera estaba poniendo atención a sus palabras, sus labios me distraían demasiado.

Trataba de retarla, eso es. Buscaba una excusa para juguetear con ella y tener una excusa para juntar su cuerpo al mío.

No, la verdad quería besarla. Necesitaba besarla en ese mismo instante. Y vaya, lo logré. Me dio un buen motivo.

¿Han visto cómo en las películas el tiempo se detiene? Hay música y las luces se centran en el protagonista y su pareja ¿Recuerdan eso?

Pues es verdad, si no lo han sentido, si no han sentido las pirañas comerse sus intestinos lentamente de adentro hacia afuera, si no lo han sentido, están perdiendo el tiempo.

O nunca han estado perdidos en los profundos ojos de alguien.

En todo caso, yo lo he estado.

Y así sucedió, nos volvimos una pareja normal que desayunaba saludable, hacía sus compras y fornicaba enfocando todo el tiempo que no se habían conocido en tratar de romper las patas de la cama.

De vez en cuando salían de la ciudad un fin de semana.

De vez en cuando lo hacían separados.

Todo esto parecía hacerles bien, devolverles esa vitalidad que la rutina y el aburrimiento suele arrebatarle a uno. Aunque en su mayoría se lo devolvían mutuamente. Como Jack & Jill.

Estaban en la cima, aunque el dinero no fluyera a mares y los bienes materiales fueran austeros, se sentían mejor que otras parejas (y probablemente lo hallan estado) ni siquiera el hecho que Jill tuviese un acosador podía perturbar su paz. 

Cada que llegaba una nota, una carta, una caja de chocolates de dicho acosador, provocaba alguna risa, alguna broma y después el regalo en turno quedaba en el olvido, aunque con el pasar del tiempo los regalos se volvían más osados, cosa que comenzaba a molestar a Jack.

-Piensas ponerle un alto a este pelele  -preguntó Jack

-No, no me molesta ¿y a ti?

-En absoluto, sólo creo que debería parar de mamar un día de estos

-Sólo ignóralo

Y así fue, ignorado.

Hasta el día libre de Jack, cuando el acosador tocó a la puerta y Jack lo vio por la mirilla.

-TE VOY A DAR 5 SEGUNDOS PARA QUE TE LARGUES A LA CHINGADA SI NO QUIERES QUE TE META ESAS FLORES POR EL CULO -gritó Jack-

Abrió la puerta, el acosador se había ido pero había dejado las flores. Jack las llevó al contenedor y no le comentó nada a Jill acerca de esto.

El acosador pronto aprendió los horarios de Jack, comenzó a ir cuando sabía que Jill estaba sola, la seguía sin que ella lo notara, le dejaba notas bajo la puerta, flores en el buzón donde Jill frecuentaba depositar su correspondencia.

Jill comenzó a cargar un pepperspray y a cambiar su rutina, por unos días el stalker desaparecía, pero para cuando parecía volver a seguir un itinerario, Jill había cambiado su rutina de nuevo. Jill era tan lista como hermosa, probaba que las rubias no son tontas.

La tarde del 13 de Octubre, Jack volvía a casa algo tarde, pasó por la florería y la cafetería, quería evitarle a Jill el hacer de cenar, pero él tampoco se sentía dispuesto a cocinar. 

Al llegar al departamento, notó un arreglo de flores en la entrada.

“El maldito acosador” pensó.

Mientras se repetía a si mismo qué podría hacer para deshacerse de dicho personaje, notó la puerta abierta. Se apresuró a entrar y notó un vívido rastro carmesí, soltó la comida y las flores, sin pensarlo, siguió el brillante camino como Dorothy hubiera seguido el camino amarillo.

Lo sabía, sabía que había sucedido. Entró corriendo a la habitación, una silueta yacía sobre el colchón, empapada en sangre, boca abajo.

Pero no era una silueta conocida. Jill no usaba ese tipo de zapatos, ni usaría pantalones azules, Jill tenía el cabello largo y rubio.

-Sólo lo hice por defenderme -susurró Jill-

¡Ella estaba bien! Con las manos empapadas en sangre, presionando su espalda contra la pared.

Según su versión, que repetirías con una convicción religiosa, pues ella no podría mentir, el acosador tocó a la puerta, ella no vio por la mirilla, al abrirle, este le reclamó por todos los obsequios que había estado recogiendo de la basura. El tipo se tornó colérico y Jill corrió hacia dentro, tratando de alcanzar el teléfono. Pero el acosador la alcanzó a ella primero, la tumbó sobre la cama, forcejeó con ella. Cuando por fin pudo abrir sus piernas no fue por falta de fuerza de Jill, sino por falta de concentración.

Jill recordó la media pata floja de la cama, la cuál dejaba entresalir una enorme astilla que alcanzó, arrancó y procedió a enterrar en los genitales, costado y cara del acosador.

No pude pensar en el qué vamos a hacer, para cuando esa idea tocaba mi mente, la policía tocaba mi puerta. 

No fue difícil, inmediatamente me culpé a mi mismo. Yo lo maté, yo lo maté de esa forma humillante y brutal por acosar a mi chica. Le ordené a Jill seguir con dicha historia. 

No hubo juicio, sólo firmé unos cuántos papeles y recibí golpizas de dos prepotentes cerdos de la bofia a los cuáles no les agradaba que mi boca fuera tan impertinente acerca de sus enormes barrigas y miembros pequeños.

¿Ustedes saben que les hacen a los chicos como yo en prisión?

¿Recuerdan como en las películas nos han dicho acerca de esas bienvenidas? ¿Las palizas? ¿Recoger el jabón? ¿Recuerdan eso?

Pues es verdad. Si no lo han sentido, la incertidumbre y la frustración, el dolor físico y pasar a ser un objeto entre asesinos, secuestradores, pedófilos y demás basura, es porque nunca han estado en prisión.

Solamente me preocupaban tres cosas.

Jill.

Salir de ahí.

O morir en ese momento.

Cuando tuve oportunidad de verla le aconcejé largarse del departamento, largarse lo más lejos y no volver a visitarme.

Yo la buscaría saliendo.

No sé acerca de las demás rubias, pero Jill era única. No reprochó por un momento.

En cuatro años recibí doce cartas de Jill. Cada una mejor que la otra. Una de ellas contenía una foto. Su cabello era más largo, sus ojos seguían enormes, parecía tan joven comparada conmigo, a pesar de ser solamente de un año más grande que ella.

Después del segundo año todo se volvió rutinario. Hice trabajos para reducir mi sentencia pero mis plegarias no fueron escuchadas por el dios-juez. Ni siquiera por los guardias. Mi trato era peor que el de los otros reos.

La tarde del 30 de Octubre me dejaron ir.

¿No debe de funcionar así? ¿Cierto? Debe de ser un proceso lento y tedioso, no un “lárgate, vamos”

Pero ahora estoy fuera. Siento el frío viento de Octubre golpear mi rostro. Ni siquiera cuestiono el por qué. Sé que tengo que buscar a Jill, sé que tengo que buscar un trabajo, ir al gimnasio, adoptar un gato.

Joder, tengo que comprar dulces para Halloween.

Me dirigo hacia casa, hacia el maldito departamento, que es lo único que quiero ver ahora.

Espero entrar, verlo destruido, lleno de polvo y telarañas, olvidado, sin luz, sin agua. Me imagino viviendo ahí más como animal que como hombre.

Pero al entrar, hay luz, todo está en orden, el libro que dejé sobre la mesa sin terminar sigue ahí, hay un olor a café y libros nuevos.

Y lo más importante.

Una rubia quitándose el delantal en el otro extremo del lugar.

Jill.

Corro hacia ella, la empujo con violencia sobre la pared, siento sus piernas cálidas alrededor de mi cuerpo, sus labios resecos, como siempre en esta temporada, su cabello grueso, su perfume Dulce. Esto es demasiado perfecto, como nuestros fines de semana separados de los cuales volvíamos buscando reponer esas 42 horas que no habíamos estado juntos, está aquí, lista para reparar todo con su media sonrisa y su mirada perdida.
…un momento.

Está aquí.

-Jill, ¿Por qué estás aquí? -pregunté aún sosteniendo su cuerpo entre el mío y la pared-

-Sabía que saldrías hoy, me ha llegado una carta 

-Yo no sabía que saldría hoy

-…

Un golpe en la puerta nos distrajo.

Esto no está bien, algo está terriblemente mal. La puerta se derriba, cuatro matones entran, pongo a Jill detrás mío, un golpe con una nudillera me desmaya.

FADE OUT A NEGROS (cómo escribirían mis incompetentes y orates ex compañeros de cine)

Al despertar veo a Jill, de rodillas frente a mi.

Escucho el balbuceo de uno de los matones, el único que se ve más como un guido que como un matón a sueldo.

Al parecer el acosador era hijo del dios-juez. Y este bastardo a la vez era su hermano.

Lo que me convierte en el Caín de esta historia (todos somos hijos de dios ¿no?) y el dios-juez ha mandado su diluvio, sólo que para mi no hay arca gigante. Alá me ha dado por culo.

Nos dan la misma astilla de la cama con la cuál Jill terminó con la vida de ese cabrón. Nos dan la astilla y nos dan a elegir. Uno de nosotros mata al otro y así uno se va con vida. O los dos morimos.

-Hey, vamos Jill, no pierdas la racha -le digo en tono burlón mientras le acerco la astilla-

-Qué -contesta Jill entre llantos-

-Puedes salir de aquí, puedes largarte y tener esa ventana cálida y cama limpia que planeábamos, sólamente antes que dejes este chiquero, no olvides revisar la parte trasera de mi cajón. Ahora, deja de perder tiempo y hazlo, que me enfrío.
Jill no era tonta. Me vio entre sus lágrimas, me dio un último beso, uno largo y profundo, con una pequeña mordida al final, me dio uno más pequeño al terminar este y después me apuñaló.

Dos en el cuello y uno bajo la costilla.

Caí de lado sentí mi sangre hirviendo brotar a diestra y siniestra. Pude ver a Jill unos segundos más, pude ver mientras le disparaban en la cabeza. Pude sentir mi mano agonizante tocar su pecho inerte.

Hace tres años de esa fatídica noche.

Desde entonces, chicos curiosos buscando emociones en noche de brujas vienen y tocan la puerta, sé que les hago la noche al hacer algún ruido y escuchar como huyen despavoridos, también los chicos góticos vienen a dejarnos velas y leer a Poe, todo un cliché, pero son buenos chicos.

Justo ahora hay dos, una pareja de cabellos despeinados que se ve que no se han cambiado de ropa en tres días, que miran desconcertados a la puerta y se preguntan si tocar o tal vez si besarse en el corredor antes que otros chicos curiosos vengan.

Entonces escucho la cocina, percibo el olor a café y libro nuevo recién abierto.

La única noche que podemos vernos, esta noche, por lo que el resto del año parece eterno.

Vamos, que me ha dado un buen motivo.

Cataratas.

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