7 am.
Domingo 7 de Octubre.
El aire frío delataba el comienzo tardío de un Otoño que parecía llegar desganado y la muerte de un Verano horrendo.
¿Quién puede concentrarse con el calor?
Sabía que la ventana averiada iba a ser un problema, pero el hecho de saber que no iba a lidiar con el bochorno por unos meses me reconfortaba.
El maldito teléfono seguía sonando, pero no era el marinero, así que no pensaba en contestarlo, sabía muy bien quién era, pero no iba a contestar, a pesar de una sombra de duda que rondaba mi mente.
Siempre había sido una debilidad mía. La duda.
Después de todo, la curiosidad no mató al gato, solamente lo hizo más sabio.
Lo que el gato halla hecho con esa información fue lo que lo mató.
Decidí salir a comprar los víveres necesarios, tarea que se volvía más tediosa día con pinche día.
Al regresar estaban en mi puerta.
El gato estaba a punto de causar un desastre para saciar su hambre y erradicar la duda de su sistema.
TURNO DE CEMENTERIO.
A las 5 se cierra la barra del Perro Esqueleto.
Pero Sol no sale hasta las 6.
Y si encima le toca hacer caja, despídete.
Casi siempre se le hace de día.
Esa noche fue pobre, una de tantas en las cuáles se pierde la noción del tiempo. Rachas de vida donde pequeñas cosas se vuelven faros que indican cuando es Lunes, cuando es Jueves, días especiales que dan el aliento necesario para seguir, fuera de ello los demás días son puramente relleno, marcados por turnos de 5 a 5 (Si hay suerte).
Por lo general es mejor no tenerla, es preferible tener que lidiar con imbéciles y teporochos, niños ricos sin necesidad ni apuros, con costosas máscaras cuyo punto es hacerlos ver como todo lo contrario, el precio de regodearse para obtener cierta credibilidad idiota entre gente desubicada que se rehúsa con uña y diente a aceptar el inclemente paso del tiempo, que no ha sido nada amable con ellos.
Malditos sean.
Jamás me gustaría llegar a esa edad y seguir con tales menesteres.
Puedo pensar en ellos, embriagándose para evitar la resaca, para evitar dormir en lo que su “conecte” toca a su puerta y así poder continuar con su ciclo una y otra vez.
Hubiese preferido lidiar con ellos toda la maldita noche que estar aquí.
Escondida tras un contenedor de basura, conteniendo la respiración, sudando frío, tratando de no hacer un ruido mientras una rata enorme corre por mi bota izquierda.
Esta fue una noche mala.
Pude salir temprano, cosa que de manera superflua era buena (Al igual el día era pagado)
Por dentro lo odiaba, volverme a casa y tener que enfrentar la noche a solas con mi pensamiento.
La TV no captaba ningún canal y el ruido de fondo de la caja idiota era algo que de verdad extrañaba.
Tomé mis cosas y salí lo más pronto que pude, tratando de evitar alguna tarea extra que pudiese cruzar la mente del pendejete que tenía por jefe.
La calle estaba calma, una calma malsana que ponía mi ansiedad a niveles incoherentes.
Era pura sugestión, me gustaba repetirme.
Al bajar las escaleras de la glorieta, concentrándome en las sombras, donde algún indigente con la abstinencia y un cuchillo oxidado pudiese estar escondiéndose lo vi.
Me paralicé al saber que conocía a aquel tipo que yacía de rodillas con un arma apuntando hacia él.
Ningún sonido salió de mi al escuchar las dos balas que despidió la dicha arma.
Una en la frente, la que más dolió.
Una en el pecho, la que lo mató.
La movilidad volvió a mi, la adrenalina tapó mis oídos y segundos después de recuperar mi lucidez, me encontré corriendo.
Sabía que me había visto, hice demasiado ruido, sabía que estaba detrás de mi.
Faltaba demasiado para que amaneciera, así que supongo que lo único bueno de esta noche es que superaré mi fobia hacia las ratas.