Piraña

Quería algo.

Quería la emoción, el éxtasis.

La incertidumbre de una esquina húmeda, hedionda y vacía y la incógnita de lo que aparecerá al cruzarla.

¿Sería algo de sexo insípido?

¿O acaso una buena pelea?

No importaba, lo anhelaba con todo mi ser.

Algo de ruido, un poco de caos.

¡Maldita sea! ¿Es demasiado pedir algo de ruido a las 4 am?

¡Sólo quiero que ahoguen ese maldito silencio que me carcome de adentro hacia afuera!

Quería saber que la sangre corría por mis venas.

Sí, saberlo, pero no estar consciente de ello.

No preocuparme, no estar al tanto.

Al igual que la bola de imbéciles que me rodea.

Me da asco verlos inmersos en su propia ignorancia.

No una ignorancia de conocimento como la manejaría el usual intelectualoide de barrio al que solamente le hace falta un pene en su cavidad anal.

Una ignorancia de si mismos, esa falta de consciencia que está presente en la mayoría de la humanidad, esa ausencia que facilita las cosas. Malditos.
Quería follarme al mundo por la boca.

Quería simplemente una probada de vida.

Pensaba en eso eufóricamente mientras esperaba el metro.

Y cuando el metro llegó fue como una señal, al verlo llegar (casi) sólo.

Aún así, odiaba sentarme en el transporte público. Siempre sentí que alguien se habría de sentar al lado mío y al momento de tener que descender, me iba a ser imposible.

Aún así, lo que amaba del transporte público era la pretura.

El anonimato.

Básicamente reducirse a nada en una escala real, no simplemente en mi lástima. Aquí realmente no existo, ni importo. Nadie toma nota de dónde lo tomo ni dónde lo dejo. A dónde voy o de dónde (ni siquiera a mi me importa) vengo. Sólamente voy.

Atravieso dos, tres, cuatro estaciones y mi perspectiva va cambiando conforme la temperara.

Cada estación recoge más gente. Lo que hace que comience a sudar, que uno de mis audífonos se desprenda, que pueda escuchar el bullicio de la multitud, que alguien toque mis genitales, que tenga contacto con la sudorosa espalda de alguien más, que no pueda bajarme en la siguiente estación y tenga que cambiar de dirección, sólo para darme cuenta que va igual de comunal y salir hacia la calle para caminar hacia mi destino, mi nuevo departamento.
Que al verlo de nuevo, no tiene nada.

Tremenda pocilga.

Piraña