Odio Los Lunes (IV)

Odio a un hombre y lo voy a matar.
Esto es un recordatorio.

El texto anterior fue escrito la noche de un 27 de Agosto.
El autor había dejado un post it amarillo pegado a la puerta de su nevera con él.
Cuando encontraron lo que quedaba de él, uno de los oficiales hizo un comentario como:

“Y si el hombre al que odiaba era a él mismo”

Dos de los cerdos que le acompañaban asintieron con la cabeza.
Uno de ellos sintió pena por él.
El otro le condenó por ser un suicida. También hurtó un par de sus zapatos y dos billetes de su cartera.

La verdad era que sí, el autor efectivamente odiaba a un hombre. Y su recordatorio se mantuvo sobre la puerta de la nevera durante un par de semanas, hasta el 10 de Septiembre.

El autor, por lo visto por sus pertenencias, era un hombre culto. Su biblioteca parecía pequeña, pero tenía los suficientes libros para mantenerla apretada. Su selección de música era excelente y el diario que llevó sus últimas dos semanas, aparte de tener una ortografía excelente, estaba redactado a modo de odiarlo cuando él quería ser odiado y amado cuando él lo requería.
Era un buen hombre, lo que me hace pensar, por el chiquero en el que vivía, que era un buen hombre con una mala suerte.

Ahora sólo era un Pollock improvisado sobre su pared.
No quedaba nada de su rostro, más que un vestigio de lo que parece haber sido una barbilla. Un poco de cuero cabelludo se escondía detrás de una pequeña mesita.

El hombre al que odiaba lo encontró primero a él.

Ahí se fueron años de rabia. Dos semanas de meticuloso planeamiento.

Debería mencionar que el hombre al que odiaba era su padre.

Vaya pelele.

Odio Los Lunes (IV)

Barbara Henneberger

Me gustaba estar con ella, aunque sabía que me hacia mejor estar con él.

Yacíamos tirados en el piso mientras la madera me absorbía, entre ligeras gotas de angostura y manteles rojos, entre un riachuelo de vodka y dos moras, unas caderas sacudiendo el aura de luz, perturbando el perfecto esquema de la pared blancuzca, manchada en semen enfermizo.

¡POR FAVOR! ¡AYÚDAME! ¡ESTOY AHOGÁNDOME!

Oye, no puedo, me comen las langostas.
Con ella era total miseria.

Mátame con tus jodidos ojos hundidos y tus labios insípidos.

Qué mierda encuentro en ellos que jamás te diré.

He ahí la magia, pues no pienso en ello.

La hinchazón en mis pantalones y la ira en las sienes se carcome lo bueno que podría haber en mi.

No lo hay más, soy dictadura.

Hace dos días morí y me estás consumiendo al no verme, no soy de oro y mis zepelios no fueron concurridos, no has de voltear a verme, ni drenarme, me fui.

Las plagas se adhieren a mis paredes y la violencia no puede romperlas, este es el fin de mis rieles, gasté mis créditos en el viaje pero no va más.

Incorporeo no he de proseguir.

No soy un perro más de esta camada y las calles me desconocen.

Estás desperdiciando cosas, pero el no quiere.

Antes de no poder no quise.

Barbara Henneberger

Evelyn Dick

Usualmente la vida se maneja en mitos.
Cosas que escuchas de alguien y antes de darte cuenta ya las estás repitiendo.
“La vida pasa frente a tus ojos”, cosa que no sucede. En realidad, ves un destello simplemente.
O esa vieja patraña acerca de no sentir dolor alguno durante una riña por cuestión de la adrenalina.
Bueno, pues esas son mamadas.
Claro que duele.
Bien, eso no detiene nada de esto.
No es la adrenalina.
Podría ser la rabia, incluso podría ser el hecho de no querer quedar en ridículo por estar ya en medio de la pelea.

Y si quedar en ridículo implica el viejo cliché de ganar, pues entonces quedo en ridículo.
Pero al igual que los mitos y leyendas, el ganar es una idiotez, al menos para mi.
Yo simplemente me sentía impaciente por un poco de problemas. Tres minutos antes lo vi a través del cuarto. El típico idiota que termina colándose a la fiesta y a nadie le importa porque el lugar está lleno de mierdas como él.
El tipo solía cogerse a mi chica actual.
Tal vez pensé en defender su honor o la satisfacción que la testosterona exige de un varón común y corriente.
Mi chica actual era un pedazo de mierda también.
Uno menos pretencioso y más ingenuo que las compañías que solía procurar, con los que solía arrastarme en noches como esta. Ella estaba desesperada por encajar en un lado específico de la sociedad, que esta ciudad de ratas no le iba a ofrecer, así que terminó cerca de estas sanguijuelas.
Eso no le excusaba de ser un pedazo de mierda también.
Algo que me agradaba de ella era eso, esa falta de color sobre su lienzo, toda esa pretensión altamente insufrible cubriendo una masa de nada, algo tan puro.
Aún así esa capa jamás se habría de romper, yo no lo habría de hacer, me faltaba dinero y la capacidad de fingir ser un idiota de mediana edad con comienzos de calvicie que aún pasa sus noches en bares, en gigs, en after parties, donde todos lo ven como alguien cool, no como la rata aferrandose a su juventud obviamente perdida.
La gente como ella buscaba gente así, de alguna forma la consideraban interesante, porque inevitablemente sabían que se dirigían hacia allá.

Después de unas cuantas cervezas y caer en cuenta que muchas o pocas no iban a cortar el sentimiento de odio hacia esta alegre parranda de beodos iletrados que parlaban basura acerca de “arte bizarro” (o lo que veían en sus pórtatiles y sus pequeñas mentes consideraban “darkie”), decidí comenzar a buscar su mirada, esa mirada altanera con esos ojos pequeños que escondían algo tras esa pared de confianza.
¿Abuso sexual de parte del padre en la infancia?
¿Un error que le había causado bullying durante cuatro meses en la preparatoria?
¿El hecho de aún vivir con su madre?
Eso me parecía a mi. Eso o una causa común en por qué alguien pasada la pubertad se esconde tras una moda (Que no puede costear, así que la adopta en tianguis baratos y tiendas de un DIY que se inclina más a ser plagio) y la defiende a capa y espada jurando y perjurando que es una “subcultura”.
La excusa más vieja de nuestros tiempos.

Lo busqué durante unos minutos, hasta que gracias al patán divino, el alcohol si surtió el efecto deseado en él.
Podía sentir esa hostilidad etílica en el ambiente, cortando las horrendas canciones que inundaban la habitación, deslizándose por entre la luz roja que estos pigmeos subdesarrollados creían que los haría verse interesantes.

Cuando el tipo tomó el valor suficiente para caminar hacia mi, yo tenía en mente lo que me habían dicho de él.
El arquetipo del niño rico sin atención paternal que volcó su vida a estudiar formas de defensa personal.
Recordé todo lo que pude que alguna vez mis amigos me dijeron.
Puños al hígado, tratar de hacerlo caer, ganchos bajo las fosas nasales, cabezazos sobre la frente.
Y vaya, no estaba dispuesto a la confrontación pre riña, ese rito sagrado del macho. Intercambiar palabras y mantener la vista, golpearse el pecho y tratar de intimidar al otro. Todo eso era un gasto innecesario de tiempo.
Vacié mi mente y bebí mi cerveza, le estrellé el envase en su cabeza, la luz roja y verde centelleó sobre los vidrios húmedos que volaron por la habitación, la usual conmoción se hizo presente en la forma de gritos falsamente agudos y bufidos que luchaban por sonar varoniles de aquellas personas que ahora había conseguido, fuesen mi público. Enseguida se inclinó gritando. Una lesbiana que se encontraba cerca de nosotros trató de alejarme de él.
Es hermosa la sensación de tu puño sobre el rostro de una puñetera machorra.
Equidad de género, puta.

Nadie me mintió, el tipo sabía cómo defenderse.
Me tomó por las piernas y me levantó, haciéndome caer de espaldas al piso.
Pude sentir cómo el aire escapaba de mis pulmones y unos cuantos cristales se incrustaban delicadamente en mi espalda baja. Tenía la ventaja de que el tipo estaba desconcertado por el botellazo y aparte uno de sus lentes estaba estrellado, aún así parecía que buscaba la forma de inmovilizarme, sabía que esto significaría un labio roto, un ojo morado y tal vez la nariz, pero !Oh! gracias a la oscuridad del lugar y a sus gafas atrofiadas, pude patearle la cara, dos veces, justo sobre los labios y bajo el mentón. ¡Mierda! esto era una satisfacción orgásmica, ni siquiera el hecho que el pudo atestarme un puño certero al centro del rostro podía quitarme la sensación que invadía mi cuerpo célula por célula.

La puerta se encontraba abierta, la entrada era un pequeño cuadro de 2×2 metros que conectaba una escalera a otra. Estábamos en un cuarto piso. Salimos del departamento y la pelea se trasladó a la entrada, justo al lado de las escaleras.
El tipo puso su rodilla sobre mi cuello, por fin lo logró me inmovilizó y comenzó a golpearme, en ese punto no tenía cómo defenderme.
Vi a todos fuera del departamento, observándonos.
A pesar de estar en desventaja y tener un público, nadie se veía animoso a brindarme ayuda.
Así sirve la vida. Agrádale a alguien y te ayudará.
No lo hagas y te vuelves una casualidad más.
Gracias al vouyerista omnipotente por eso.
Levanté mis rodillas y al estar tan cerca de las escaleras, aún aprovechándome de su desconcierto y los demás factores que hacían de esta pelea algo incoherente, moví mi cuerpo unos centímetros, haciendo lo posible por levantarme, podía ver la sangre ajena rodando por sus mejillas, al ver que no podría levantarme, tiré toda la fuerza y peso de mi cuerpo hacia el lado izquierdo. Los dos rodamos por las escaleras.
Era sólo un pequeño tramo de ellas, aunque vale, cada momento dolía, pude escuchar un “crack” al caer. No estaba seguro si era mi cabeza, la suya, mi cuello, el suyo o mi mano, que dolía como un carajo.
Al llegar a una superficie plana sin más impulso de seguir rodando, me di cuenta que ese crack no había sido mío. Era su brazo.
Era el momento, las ventajas están ahí para que las tomes y pobre del bastardo iluso que quiera mostrar la otra mejilla, pues eso sólo prueba que van a colgarte por las palmas.
Subí sobre él, tomé su cabeza y comencé a azotarla contra el suelo una y otra vez, cada una de ellas sintiendo más ira y una pérdida de conocimiento. Una iluminación. Una petite mort, me levanté y antes que el (ahora exclusivamente mío) público pudiera bajar a ayudarlo o detenerme, le atesté una patada sobre los dientes, una, otra, otra, otra y otra, hasta que noté que no tenía más movimiento.
Para ese momento, la conmoción se había detenido por un momento y todos estábamos esperando a la señal de algún movimiento, un ruido que nos hiciera salir de nuestra parálisis.
Sacudí la cabeza y bajé las escaleras, tratando de recuperar el aliento, aún así, siendo más rápido que ellos. Para cuando empujaba la puerta de la entrada, podía escuchar sus horrendos berridos y gritos de ayuda.
Mi público se había convertido en parte del elenco, uno que estaba ansioso por ser parte de nuestra pequeña puesta en escena.
Salí hacia la calle, hacia el infernal frío al cuál olvidé cargar mi chaqueta.
Caminé tambaléandome sobre la avenida, tratando de alejarme lo más rápido posible.
Busqué alejarme de las vías transitadas, de donde alguien pudiera verme y seguirme la pista.
Sabía que iban a haber consecuiencias, pero en este momento me sentía muy cansado para pensar o lidiar con ellas.
Sólo necesitaba una siesta.

Desperté en un callejón, sucio, maloliente.
Serían cerca de las 6 am.
El frío era peor y la luz comenzaba a tornar la noche en un púrpura enfermizo.
Me arrastré, buscando un montón de basura que pudiera brindarme.
El estercolero tenía un hedor particularmente peculiar.
Podía escuchar unas voces detrás de los contenedores, unas voces que cada vez se hacían más y más notorias.
Al levantarme supe que estas provenían de unos cuántos vagos calentándose alrededor de un tambo en llamas.
Me recosté un momento. Hice un recuento de daños.

Mano: Jodida
Rostro: Hinchado
Piernas: Adoloridas
Costillas: Definitivamente jodidas
Dientes: Perfectos
Pertenencias: Sin rastro de ellas

Tomé un respiro hondo y me levanté.
Al pasar frente a los vagos, pude notar que no era la clase de vagos que buscan un poco de licor, calor y donde pasar la noche. Era la clase de malvivientes que acechan tras las esquinas en los barrios malos de las ciudades malas.
Pude escuchar voces, distinguiendo que pedían dinero.
Faltó contar entre los daños mi oído izquierdo, el cuál estaba totalmente hinchado y parcialmente cerrado.

Caí en el sucio concreto.
Gracias, vago asaltante. Justo estaba por caer de todos modos.
Me orillé hacia la pared, tratando de buscar un soporte para sentarme.
Podía escuchar que se burlaban de mi y me exigían dinero.
Oh, ingenuas vidas inferiores. Si supieran que sólo cargaba conmigo un dolor físico inimaginable y la infinita gratificación que me acompañaría el resto de mis días.

No iba a pasar por el proceso de excusarme y explicar mi falta de capital, así que volví a ponerme en pie y di los dos pasos más difíciles de mi vida.
Enseguida volví a caer en el concreto. Vago asaltante me tomó por la cara y escupió sobre mi. Vago drogadicto se acercó a mi cara, desabrochó su bragueta y sacó su sucia verga, la acercó a mi y vago asaltante me atestó una cachetada y exigió que abriera mi boca.

Abrí mi boca lo más grande posible. Sentí su sucio miembro tocar mi paladar. Cerré mi boca y presioné mis dientes en perfecto estado sobre su inmundo sexo. Presioné tan fuerte que pude sentir el palpitar de mi pulso en cada parte de mi rostro que se encontraba en mal estado.
A través de mi oreja de coliflor, pude escuchar gritos y a través de mi costado maltrecho pude sentir una incisión. Continué presionando hasta sentir la carne y el músculo cediendo.
Mi cuello se encontraba en buen estado, así que comencé a mecerlo de un lado para otro, apretando más y más mi mandíbula.
Abrí los ojos y pude apreciar la expresión de vago drogadicto, una expresión que me dejaba saber que en ese preciso momento, estaba analizando cada una de las malas decisiones que le llevaron a este momento. Eso o que estaba a punto de desmayarse.
Vago asaltante se levantó y al estar del lado de mi oído sano, pude escuchar su invitación a vago espectador y vago desinteresado a huir y desentenderse de este asunto.
Descubrí que la piel que rodea al glande es bastante delicada.
Apreté mi mandíbula hasta sentir como se encontraban de nuevo mis dientes.
Escupí la cabeza de verga lo más cercano a la cara de vago drogadicto, que ahora yacía de espaldas frente a mi. Me arrastré y limpié mi rostro con su gabardina. Gateé una pequeña distancia y enjuagé mi boca con un poco de licor barato que había quedado abandonado. Me puse en pie y continué mi camino.

Amanecía al tiempo que encontré los legendarios tres barrotes doblados en la parte trasera del parque. Un sitio sagrado en mi adolescencia. Entré al parque y busqué el viejo punto donde solía reunirme en tiempos pasados, tiempos más simples.

¡No, mentira!
Eran tiempos más difíciles.
A pesar de todo lo que pasó, me sentía bien.
Probablemente, por primera vez en mi vida había hecho lo que quería, lo que realmente quería en ese momento.
Todo esto no fue por honor, ni por testosterona y mucho menos por una chica.
Fue una idea que nació y estaba ahí, esperando ser libre.

Me sentía realmente en paz conmigo mismo.
Me recosté sobre el césped húmedo por el rocío matutino.
Realmente debía de levantarme y buscar atención médica por el navajazo que vago asaltante me había dado.
Pero el sol comenzaba a subir por mis piernas, dándome un poco de calor.
Y justo en ese momento, lo que realmente quería era tomar una larga siesta.

Evelyn Dick