Barbara Henneberger

Me gustaba estar con ella, aunque sabía que me hacia mejor estar con él.

Yacíamos tirados en el piso mientras la madera me absorbía, entre ligeras gotas de angostura y manteles rojos, entre un riachuelo de vodka y dos moras, unas caderas sacudiendo el aura de luz, perturbando el perfecto esquema de la pared blancuzca, manchada en semen enfermizo.

¡POR FAVOR! ¡AYÚDAME! ¡ESTOY AHOGÁNDOME!

Oye, no puedo, me comen las langostas.
Con ella era total miseria.

Mátame con tus jodidos ojos hundidos y tus labios insípidos.

Qué mierda encuentro en ellos que jamás te diré.

He ahí la magia, pues no pienso en ello.

La hinchazón en mis pantalones y la ira en las sienes se carcome lo bueno que podría haber en mi.

No lo hay más, soy dictadura.

Hace dos días morí y me estás consumiendo al no verme, no soy de oro y mis zepelios no fueron concurridos, no has de voltear a verme, ni drenarme, me fui.

Las plagas se adhieren a mis paredes y la violencia no puede romperlas, este es el fin de mis rieles, gasté mis créditos en el viaje pero no va más.

Incorporeo no he de proseguir.

No soy un perro más de esta camada y las calles me desconocen.

Estás desperdiciando cosas, pero el no quiere.

Antes de no poder no quise.

Barbara Henneberger

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