M. (Pánico)

Siempre he odiado cómo huele esta librería, esta en especial.
Tiene un hedor específico a plástico y un aromatizante dulce, una molestia punzante en lo profundo de la nariz.
Me duele el cuello.

Odio esta ciudad.
No puedo evitar sentirme observado todo el tiempo.
El tipo que me cobra en la caja, alguna vez lo vi en una fiesta en la casa donde solía vivir, ahogado de ebrio, tratando de prender un cigarrillo al revés.
Y ahora aquí está. Juzgando lo que compro.
Lo hace todo tan lento y tedioso y corona la experiencia con una sonrisa pusilánime.
Pendejo.

Todos te conocen. Conoces a todos.
Todo está conectado.
Como una granja de hormigas, una granja de hormigas menonitas, en cuya sociedad el incesto es una cuestión de poder.

Si no eres una hormiga, eres una rata.
He tratado de huir de aquí varias veces, pero una vez que pisas este lugar maldito, no hay vuelta atrás.
Se acabó, estás atrapado en la trampa pegajosa, listo para que se te conceda la inmortalidad y no puedas morir por deshidratación o inanición.
¿Eso quisieras, no?
Vas a ver pasar cada uno de tus míseros y tristes días pasar frente a tus ojos, cada uno hasta que comiences a ver los minutos, los segundos. Y eventualmente no puedas distinguir.
Una vez que tu mente se fusione y sea uno con el entorno, podrás ser libre.
Pero no pensarás que hay una vida fuera de aquí.
Te habrás vuelto un local.
También puedes rehusarte y ser acompañado por tu auto consciencia, durante el resto de tu eternidad.

¿Sabes cuál es el problema con la soledad?

Se vuelve adictiva. Como una chica de ojos negros y piel perfecta.
Te vuelves co dependiente y no puedes notarlo, ya que en realidad nunca llega a tornarse una zona de comfort. Constantemente va a atacarte.
Aún así, te envuelves.
Se vuelve demasiado. Te abruma tanto que crees no quererla más.

Entonces sales y buscas lo contrario.
Cuando lo encuentras volteas a ver y crees tener un cambio.
Pero mientras pasan los días el hueco en tu estómago comienza a crecer como un cáncer.
Esto no es para ti.
¿Cómo vas a escapar?
No puedes.
Cobarde.

Así que “vives” en esa constante incertidumbre por un tiempo.
Tratas de convencerte que sí puedes, que tal vez sólo es aburrimiento.
Eventualmente una mezcla de indiferencia, ansiedad y abandono va a causar un gran ¡BUM!

Así que volverás a la calle. Libre una vez más de encontrar a la chica de ojos negros y piel perfecta.
Cuando la encuentres, la emoción que vas a sentir será como el golpe de un buen éxtasis.

Pero notarás que sus ojos se han despintado y su piel comienza a tener grietas.
Va a maltratarte por todo el tiempo que le has dejado sola.
Y todo lo que tenías antes para mitigar esos pequeños pasos sobre azufre, se habrán ido.

Perdiste, pequeño mierdecilla.

Y mientras te ahogues en la desesperación de no tener más lugar a dónde huir.

Todos te conocerán.
Pero fingirán no hacerlo.

M. (Pánico)

Madeline Smith

Conocí a Henry en la Ciudad de México, mientras caminaba con Jessica por La Roma. Estaba tan inmerso en tomar fotos a las ventanas curveadas que probablemente en el momento no me molestaba ni la incómoda charla pequeña acerca de nada, ni el hecho que ella fuese fumando marihuana todo el camino.
Entramos en una vieja librería, invitados por un meditativo gato negro de enormes ojos verdes que nos chistaba de forma vulgar y repetitiva. A la vuelta del primer estante estaba él. Se introdujo a nosotros de la forma más indiferente que pudiese haber conocido hasta ese momento, sin nada más que él; Abandonado, azul y aunque debía tener unos años más que nosotros, podía notar que llevaba un par de décadas existiendo.

Salimos los tres y caminamos hacia Insurgentes Sur, donde esperamos más de hora y media. Eran las 6:35, justo la mitad de la hora Gódinez.

Eventualmente, entre empujones y una pretura que aniquilaba mi espacio personal, entramos al vagón. Compartimos un silencio incómodo en el que pronto Jessica quedo solamente como una expectadora, solamente fuimos Henry y Yo, todo el camino a casa, al llegar charlamos por un momento, pero ella sabía que estaba de más.

Regresé al abismo por unos meses. Y aunque Henry, en escencia, regresó conmigo, sabía que no podría hablar, ni verle, ni entender lo que quería decir, hasta que hubiese vuelto a la ciudad.

Tomé mis cosas y me largué. Él me esperó muy cerca de donde nos conocimos por primera vez.

Comenzó a cuestionarme todo lo que hacía.
Por qué lo hacía.

El desgraciado pudo hacer lo que había hecho y llegar hasta el punto donde estábamos porque le importaba un carajo.
Odiaba a su familia por haberle hecho quien era, pero yo lo quería por eso.
Doblaba sus córneas a cada línea que él dijera que si yo hubiese tenido la facilidad de articular mis oraciones, lo hubiera dicho yo mismo.

Continuamos nuestra amistad por semanas, viviendo entre gatos, humedad, homicidios y un caos ajeno que disfrazaba un cariño enfermo, mundano, básico, uno que probablemente nos faltó a los dos.

Pocos días después, conocimos a Linda C.
Probablemente su nombre me atormente el resto de mis días. El sólo recuerdo de su rostro basta para alejarme de cualquier pensamiento que ronde mi mente.

Linda es la persona más hermosa que voy a tener la desdicha de conocer.

Todo lo que Henry y yo habíamos concluido hasta entonces se vio contradicho por ella.

No quise creerle a Henry, no podía estar enamorado de Linda, jamás antes la había visto en mi vida y ciertamente no sentía ninguna emoción que me indicara eso.

Pero al transcurrir las horas, el día, la noche, la mañana, Me di cuenta que probablemente no tenía que sentir esas emociones precipitadas que toda mi vida me habían indicado que había algo relevante, simplemente una paz que probablemente una persona feliz tenía en su vida diaria.

No volví a ver a Henry.
Jamás busqué a Linda de nuevo.

Sé que él tenía (y tiene) razón.

En el abismo, la vida no tiene sentido.
Vives hoy, mañana también.
Estás atrapado aquí, para siempre.

Son las 3:32 del 2 de Febrero.

Henry no debe de tardar tanto en volver.

Madeline Smith