Leslie Van Houten

Di cientos de vueltas en la cama. Tapé mis ojos con mi brazo, jugué con mi respiración, conté hasta el cansancio.
Podía sentir una mezcla de ira, angustia y ansiedad subiendo desde mi estómago hasta mis dientes, mis ojos se sentían cansados y mi espalda me recordaba a momentos un dolor breve y punzante.
Mi mente comenzó a recordarme la situación por la que había terminado aquí. En una pequeña y austera habitación situada en una de las peores partes de la ciudad, infestada de maricas y pandilleros. Me lo restregaba entre burlas y recuerdos, burlas cada vez más y más provocativas, cada vez más fuertes.
Eventualmente callé esas burlas complaciendo a lo que fuese que habite dentro de mi mente y desbordé todos y cada uno de los pensamientos más viles y violentos que podía procesar mi cansada imaginación. Pensamientos que por momentos consideraba ascender a planes. Ese tipo de planes precipitados en los que no le dan al subconsciente tiempo de procesar el acto durante el tiempo suficiente para que el efecto de querer ser reconocido y por consecuencia, atrapado entre en acción.
Comenzaba a hacer una lista en mi mente.
¿Fósforos? O acaso eso le haría perder un paso en el plan original, ya que en mi mente, el trazo de gasolina se encendía con un viejo encendedor.
Pero esto, aunque no le restaba emoción al plan, llamaría demasiado la atención.
Un cuchillo. Uno viejo, grande y afilado.
Las rutinas de mis queridos colegas en desgracia no haría que un atraco – homicidio fuera algo sorprendente, después de todo, un ebrio más que se resiste a un asalto y termina tratando de meter sus tripas a su estómago no es algo que no se vea estos días.
Tendría que llevar la puesta en escena lo más real posible, así que tendría unos cuantos billetes extra.
Compraría un paquete de cigarrillos rojos, una botella barata de whisky, una modesta cena en un viejo restaurante que cerraba al amanecer y tal vez la compañía de una jóven chica agradable.
Podía sentir un cosquilleo recorriendo desde mis palmas hasta mis uñas de sólo pensarlo.
No debía escribir nada de esto, no debía de existir evidencia, así que tendría que memorizarlo todo.
Me levanté y salí al tejado.
Por la mañana tomaría mis cosas y me largaría a un lugar más agradable.
No podía comenzar a disfrutar mi recientemente recuperada vida viviendo en esta horrenda parte de esta horrenda ciudad.

1.

Después de dos horas de un tortuoso y horrendo sueño, más parecido a un desmayo por cansancio que una siesta reparadora, doblé mi ropa, tomé lo restante de mi equipaje, recogí el depósito por la habitación, el cuál no se me regresó integro ya que no había cumplido la jodida semana, regresé las llaves y salí sin un lugar a dónde llegar.
Compré el diario esperando un milagroso anuncio.

“DEPARTAMENTO HERMOSO EN ÁREA LUJOSA, EL CUÁL DE HECHO NI SIQUIERA ESTÁ EN ESTE ESTERCOLERO DE CIUDAD, VAMOS LÁRGATE DE AQUÍ AHORA QUE PUEDES”

Pero no encontré nada más que estancias en áreas mediocres a precios elevados.
Caminé por varias calles de esa parte de la ciudad que hace algunos años me acogió de forma tan cálida y ahora parecía sostenerme solamente por que el concreto que yacía sobre ella le impedía tragarme, triturarme y arrastrarme hacia las afueras.
No encontré nada.

Esta ciudad se dividía en tres partes.
La parte bonita de la ciudad, que de hecho, gracias a la plaga inmunda que tiene por habitantes, cada vez es menos bonita, con la convicción que tienen por aurrinar el centro histórico con tiendas de zapatos y ropa barata, con bares de nombres ridículos y música terrible. Con establecimientos que rentan casas antiguas y deciden manchar sus hermosas fachadas con anuncios mediocres que dejan ver la poca fé que los “emprendedores” se tienen a sí mismos, ni siquiera invirtiendo en una buena primera impresión para los buitres que van a tener por clientes.

La parte fea de la ciudad, la cuál se situaba dividida de la parte bonita solamente por una imaginaria línea que constaba de dos calles en donde toda cosa que se puede considerar decente, decaía a lo completamente desagradable y vilmente arrabal.
Siendo una parte extendida del Centro, la arquitectura se mantenía en la misma corriente, con la diferencia que aquí no había comerciantes idiotas tratando de modernizar los inmuebles. Aquí si algo se le puede reconocer es que se dejaba todo al paso del tiempo.
Me tentaba dejarme morir en medio de una de esas calles, pues estaba seguro que sólo robarían mis zapatos, mi cartera y mi equipaje y dejarían mi cadáver descomponerse hasta que habitualmente me volviera polvo y el viento se encargara de mi.
Caminar por esta parte era un safari combinado con un freakshow, combinado con una mala experiencia opioide.
Las personas, si es que les podemos llamar así, eran claros ejemplos de la palabras desagradable, horrible, indeseable.
Y a pesar de todo esto, se les veía orgullosos de serlo, de ser sucios, sin ambiciones más que las que tenían por cumplir esa tarde, que terminarían su semana dándole gracias a sus deidades católicas y se emborracharían descaradamente frente a sus familias, faltándoles todo sentido de respeto propio y a terceros, pero pregonando lo contrario, gritándole al mundo lo importante que es la familia, sus horrendas madres, los sucios sacos de grasa que tenían por esposas y sus malhabidas larvas que llamaban hijos.
En esta parte predominaba un hedor específico de verduras podridas, orina rancia y sudor sobre ropa barata y húmeda.

Y por último, la parte inexistente de la ciudad.
Todo lo que existía fuera del área central realmente era irrelevante en este lugar.
Sin razón de existir más que actuar como una gran masa de suburbios mal diseñados, donde los chicos y algunos adultos patéticos luchaban por hacer pandillas y ensuciar el ya mísero paisaje con sus murales ridículos y escudarse bajo las mismas palabras, las cuáles dudo sepan su significado.

Y así termina el recorrido por esta bella y colonial ciudad.

La misericordiosa nube matutina que me cobijaba comenzaba a deshacerse y dejar pasar al canceroso sol que anunciaba el medio día y su usual multitud torpe y lenta.
Pensaba en tomar un bus hacia la terminal y salir de aquí. A fin de cuentas no podía irme peor en un lugar nuevo de lo que me iba a ir esta noche aquí, pero entonces lo vi.
Un anuncio sobre un lugar cerca de la parte bonita, con precio de la parte fea.

2.

 

Antes de continuar, debo aclarar la situación para crear un mapa mental del lugar.
Se trataba de una vieja casa, que poseía una peculiar belleza, una peculiar belleza que yacía bajo una capa de leve descuido, pésimo gusto del dueño y un par de mascotas bastante grandes, bastante ruidosas y lo suficientemente molestas para considerarlas en esta descripción.
El lugar contaba con dos entradas, una de las cuáles no se usaba y la que se usaba tenía una maña en el picaporte que hacía de las entradas y salidas un menester complicado y en caso de tener éxito, se volvía una serenata de rechinidos y percusiones oxidadas.
Desde esta entrada, se encontraba un pequeño pasillo, con dos habitaciones a los lados, después un pequeño medio patio dividido por unas imponentes macetas ocupadas por un par de largas plantas, las cuáles desconozco.
En esta primera mitad se encontraban unas escaleras a un segundo piso que albergaban cuatro habitaciones, una de las cuáles sería mi futuro hogar temporal.
La segunda mitad del patio, tenía otras dos habitaciones, bastantes plantas y adornos feos e inútiles y el único baño con ducha.

Esta parte de la casa se encontraba aislada por un enorme muro que llevaba a la parte de la casa a la cuál accedías al entrar por la puerta que no estaba en uso. En esta parte aislada, se encontraba un medio baño, cuatro habitaciones las cuáles permanecían cerradas y no estaban acondicionadas para ser usadas por inquilinos y por último, tres habitaciones en el segundo piso.

Habrá que mencionar que una de estas habitaciones fue mi primera estancia en este lugar, ya que según el anfitrión, todas sus demás habitaciones yacían ocupadas, así que tendría el honor de habitar su suite presidencial por un par de noches.
Esto bastó para brindarme un par de noches con un descanso que ya tenía bien merecido y para que el bastardo hiciera de nuestro trato inicial un galimatias y terminara cobrándome lo que usualmente me hubiese rehusado a pagar.
Pero a fin de cuentas, estaba en un limbo entre la parte bonita y la fea, ese limbo de un par de calles, donde las casas se mantienen levemente descuidadas, los dueños raramente salen y la gente horrible parece tener sentido de pudor hacia su propio ser y prefieren salir a hacer sus deberes necesarios para sobrevivir solamente a esa maldita hora entre el medio día y las cuatro de la tarde, esa parte del día cuando el sol se vuelve inclemente y de ser necesario salir, es bastante incandescente como para notar la repugnancia en el existir de estos subhumanos.
Si bien, no podía decir que me gustaba este lugar, me proporcionaba silencio, el cuál no había tenido en el lapso de dos años y un par de meses. Un silencio bien merecido, un silencio que no sabía que extrañaba, al cuál había abandonado por las necesidades afectivas que me exigen los dogmas de la humanidad.
Un silencio el cuál había descuidado cruelmente y ahora me carcomía desde adentro hacia afuera.

3.

 

No necesitamos hablar de mi trabajo. Sólo necesitamos saber que estuve a punto de dejarlo para buscar suerte en otra ciudad y ahora me sentía un poco culpable de haber tomado esa decisión y que sólo me halla detenido un anuncio en el periódico.
Me sentía culpable y estúpido, ya que podía haber tenido este mismo trabajo en otro lado.
Me había costado tiempo llegar al puesto que tenía, el cuál exigía más tiempo en actividades tediosas que en el área que originalmente me llamó a estar aquí.
La paga era mediocre, pero me servía para sobrevivir con algún lujo cada semana y en momentos me distraía del sopor asfixiante que me seguía constantemente.

 

4

 

El Domingo de la primera semana, una habitación se desocupó y para pesar de la resaca que me aquejaba esa mañana, el anfitrión me sugirió que desalojara su suite en cosa de media hora, ya que esperaba un huésped que de última hora avisó que quería este mismo jodido cuarto.
Así que hice la travesía de cruzar el gran muro que imitando al exterior, dividía una parte bonita de una fea.
Mi nueva habitación contaba con una cama horrenda, dos almohadas sucias y una cobija que si fuera menos pesada, sería fácilmente levantada por los ácaros que la habitaban.
Por suerte tenía un largo sillón, duro como roca, pero bajo y muy cercano al piso, el cuál se veía más nuevo y menos infestado.
La humedad en el lugar era tan densa que dificultaba respirar, la cortina de su única ventana era un viejo trapo traslúcido y el techo cada cuando dejaba caer un pequeño pedazo de sí mismo.
Todo esto combinado con mi ya mencionada resaca, hicieron que mi única salida fuera dormir el resto del maldito Domingo.
Y por séptima vez en dos años y un par de meses, mi sueño fue reparador, libre de ansiedad y paranoia. Por primera vez en siete días, el silencio que me reclamaba mi abandono, me mecía en sus maternales y traicioneros brazos.
Entre pequeñas y eróticas pesadillas evadí el resto del Domingo y la angustia que conllevaba vivir ese día.

5-

 

Recuperar mi vida después de la gran desgracia se sentía como recuperar una bolsa con tu ropa y pertenencias después de una estadía en prisión.
Estaba recuperando mis hábitos alimenticios, enfermizamente sanos, mis desórdenes de sueño, mis recurrentes ataques de ansiedad y mis rutinas, que aunque las administrara con el factor del azar, seguían siendo rutinas.
Por ejemplo, me levantaba a las 8 am. hacía un viaje al baño y regresaba a la cama. Una hora y media más tarde salía a comprar el diario y localizar algún café donde el cocinero tuviera la evolución necesaria para comprender cuando le decía cómo y con qué quería acompañados mis huevos y que no sólo asintiera con la cabeza y terminara haciendo lo que su diminuto cerebro le dictara hacer esa mañana.
Después de deshechar la sección de deportes, hojeaba finanzas por costumbre, sociales por morbo, entretenimiento para planear mis actividades recreativas de la semana y finalmente, la nota roja por verdadero interés, terminaba mi café y volvía a casa.
Me recostaba de quince a veinte minutos y después procedía a darme una larga y caliente ducha. Después me afeitaba la barbilla y me lavaba los dientes.
Volvía a la habitación y me vestía con ropa cómoda, guardaba la ropa del día en el maletín y salía a hacer un poco de ejercicio por una hora o una hora y media. Después me secaba, me cambiaba a la ropa formal, aplicaba un poco de colonia y buscaba algún café o restaurante ameno y ordenaba lo más saludable que pudiera tener el menú, ordenaba agua natural, después alguna bebida láctea y finalmente un vaso de agua natural, este último lo bebía sin prisa alguna mientras leía un poco de lo que fuese que estuviera leyendo.
Al terminar, me transportaba a mi trabajo, tomando la ruta más larga posible, sin tener que tomar más de un bus.
Cumplía mi jornada laboral y volvía a casa, volvía a leer un poco de lo que fuese que estuviera leyendo en ese momento, daba vueltas en la cama, esperaba paciente la ansiedad diaria y finalmente, dormía.

 

6.

 

A diferencia de mis estadías en otros lugares comunales, jamás tuve un problema en ese lugar. Aparte del estado de la habitación, que parecía deteriorarse a menor escala cada día.
El primer día note un ligero deterioro en la pintura, que me dejaba ver los ladrillos corroídos tras de ella.
El quinto día noté un pequeño charco de agua que se filtraba a través de un pequeño agujero en el tejado.
El tercer día de la segunda semana, un fragmento del techo cayó sobre mi frente a mitad de la noche. Después de esto no pude recuperar más el sueño.
El primer día de la tercera semana olvidé mis llaves dentro de la habitación, pero descubrí que había un doblez en la estructura que parecía haber sido hecho con algo parecido a una palanca. Introduje un pequeño alambre y pude abrir la puerta.
El sexto día de la tercera semana noté una luz que se filtraba a través de una puerta blanca clausurada que había mantenido contigua mi habitación y la de al lado. La puerta parecía lo suficientemente delgada de su parte inferior izquierda, bajo tres ligeras manchas cafés.
A pesar de todo esto, la casa se mantenía silenciosa durante el día, salvo por el ocasional ladrido de los perros y el murmullo de pasos y puertas abriéndose y cerrándose durante la noche.
El séptimo día de la tercera semana, la casa carecía de agua.
Llamé a la puerta del dueño, pero había una nota colgada.

“SALÍ DE LA CIUDAD, LOS PERROS TIENEN SUFICIENTE COMIDA, FAVOR DE RECOGER LA CORRESPONDENCIA Y DEJARLA SOBRE LA MESA DE LA ENTRADA. GRACIAS”

Fui al pasillo de la entrada con la puerta funcional donde efectivamente yacían tres sobres.
Uno parecía ser de la compañía de luz, el otro que permanecía debajo leía algo sobre una academia de teatro y el tercero, que se mantenía al lado de una de las camas de los perros, parecía una carta personal dirigida al dueño. Esta última se veía ligeramente maltratada.
Recogí los tres sobres y los puse sobre la mesa, lejos del alcance de los perros.
Siempre había visto una vieja bicicleta al lado de la mesa, pero esa tarde no había rastro de ella.
No creí que el dueño se hubiera ido de la ciudad pedaleando ese viejo y oxidado pedazo de chatarra, así que se lo atribuí a otro de los inquilinos.

Comencé a tocar puertas, esperando que alguno de mis vecinos pudiera ayudarme con mi problema de agua, pero no hubo respuesta en ninguna de las habitaciones cuyas puertas estaban cerradas. Señal que estaban habitadas.
Las habitaciones libres se mantenían abiertas o semi abiertas, para tratar de ventilar la humedad.
Al no encontrar respuesta no tuve más opción que posponer mi rutina diaria e ir al trabajo sin ducharme.
Y aunque no estaba sucio como para despedir un mal olor, esto me resultó molesto e hizo de mi jornada una noche incómoda.

Al regresar por la noche, vi el resplandor de la luz proveniente del baño. Escuché la regadera, por lo que supe que el agua había vuelto. No me acerqué, ya que el cristal de la puerta tenía varias grietas y no quería que mi primera impresión para uno de mis vecinos fuera un mirón enfermo.
Subí a mi habitación, esperé media hora y bajé cuando escuché la puerta del baño. Tomé una breve ducha caliente y regresé de nuevo.
La bicicleta volvía a su usual lugar en el pasillo de la entrada.

 

7.

 

Aunque la desgracia no se había manifestado desde aquella fatídica noche hacía ya un par de meses, sabía que estaba en algún lugar. Desesperada por no saber mi ubicación, ya que nadie más que yo la sabía. Ansiosa de saber de ella para utilizar su manipulación perfecta sobre los seres de mente débil en contra mía.
No, no estaba siendo paranoico. Conocía bien los desvaríos de un ego malherido. Los impulsos de un animal que se siente amenazado.
Y bien ¿Por qué no regresar el golpe? ¿Qué acaso no la vida que había decidido llevar, la cuál también había abandonado me habrían permitido hacer eso?
Pero para desgracia del miserable narrador, sabía que no había manera de ganar esto sin automáticamente otorgar la victoria al contrario.
Así que optaba por seguir escondido, no como un animal que se siente amenazado, sino como uno que se recluye a lamerse las heridas, sabiendo que si emite el más leve sonido, será lo último que haga en su patética vida.

 

8.

 

Desde el Domingo en el cuál debuté en la habitación, la cuál ahora mostraba ya un rostro más maltrecho, había hecho lo posible por evitar el temido Domingo y lo que conllevaba.
Lo había logrado a través de holgazanear a propósito con tal de tener que pasar ese día haciendo pendientes en el trabajo. Había localizado una de las pocas, o tal vez la única lavandería que abría los Domingos y trataba de hacer el lavado lo más lento y metódico posible, terminando a tiempo para no incomodar a la dueña del establecimiento.
Hacía la compra de mis víveres y finalmente cenaba en un café cercano a la casa, terminando exactamente a las 12 am.
Y así, encontré una tangente al Domingo durante un par de semanas.
Pero esta no tendría tal suerte, ya que cada una de mis distracciones se habrían de ver interrumpidas por azares del destino.
Terminé el segundo libro del mes y comencé el tercero, el cuál resultó no ser de mi agrado.
Fui a comer al restaurante, pero este cerró temprano por las actividades familiares que se dictaba, tenían que realizarse ese mismo día.
No tuve pues, más opción que regresar a la casa, ya que deambular por las calles sin un propósito siempre me había causado un terrible sentimiento de ansiedad.

La tarde nublada le daba un aspecto extrañamente acogedor al medio patio, así que subí, tomé mi libro y opté por forzarme a continuar leyendo, con esperanzas que una de sus páginas me sorpendiera. Tomé asiento en un viejo sillón situado bajo una marquesina y comencé a arrastrarme página por página, sin lograr concentración alguna, esperando que algún inquilino saliera de su claustro para iniciar una conversación.
Pasaron alrededor de cincuenta y dos minutos y nada. Ni un ruido.
La bicicleta seguía ahí, así que por lo menos uno de mis vecinos debía de encontrarse en la casa.
Comencé a recorrer los pasadizos, esperando escuchar un murmullo tras una de las puertas, lo que mi ya exasperada mente consideraba excusa suficiente para tocar la puerta e iniciar una pequeña plática idiota.
¿Vaya clima, eh? ¿A dónde habrá ido el dueño? me preocupa no haberle pagado la renta.
Mierda, incluso me sentía tentado a utilizar el pretexto de buscar al dueño de la bicicleta para pedirla prestada con el fin de salir a dar un recorrido por el barrio.
Aunque esto no fuera a ser cierto, era la coartada perfecta.
Pero nada, ni el más mínimo ruido perturbaba la tarde.
Alguna vez, en algún artículo, leí el término “cabin fever”. Recuerdo que me pareció abominable y según lo que imaginé en ese momento, esa fiebre estaba comenzando a recorrerme el cuerpo. Atrapado dentro de esta campana de silencio, sin poder salir temeroso a situaciones que reproducía en mi cabeza.
No oficial, le juro que no soy un ladrón, solo soy un tipo sin nadie a quien visitar este Domingo.
¿Y si todos los huéspedes se habían retirado con sus familias?
¿Y si todos habían terminado sus estancias en la casa?
¿Y si el ciclista había decidido terminar con su hábito y abandonado su transporte?

Intempestivamente cruzó por mi mente la idea de investigar, de allanar una habitación para encontrar a un habitante desmayado, practicarle los primeros auxilios y así, el narrador quedaría en una posición de héroe. Un héroe que tendría un compañero de conversación.
Sí, eso, eso sería.
Tomé la extensión de mi juego de llaves, mi confiable alambre doblado que mantenía fuera de la puerta de mi habitación y busqué una puerta en la cuál mi herramienta pudiera funcionar.
Después de cuatro intentos, logré introducirme en una de las habitaciones que se encontraban al lado de la mía. Una de las cuáles estaba seguro que estaba habitada, ya que había escuchado el rechinido del abrir y cerrar.
Pero al abrir la puerta no había nada más que una cama perfectamente hecha, un buró desierto y un espejo roto de su parte superior.
Nada que dejara ver que se encontraba habitado.
Cerré la puerta, tratando que el rechinido fuera lo más silencioso posible y regresé derrotado a mi habitación.
Opté por beber la botella de vodka que había comprado dos días atrás, trago tras trago, hasta que llegué al estado de éxtasis y deshinibición que después logré mitigar en un proceso de vómito y náusea, hasta que caí dormido.
Entre la noche pude escuchar pasos en el medio patio y puertas cerrándose, pero no iba a dejar que los vecinos por los cuáles imploré horas antes me conocieran en este estado.
Rodé hasta la orilla de la cama, volví a vomitar y cedí ante un sueño etílico lleno de malestar y pesadillas.

 

9

 

La mañana siguiente desperté antes de lo usual, sintiéndome pésimo. Logré levantarme y caminar dos cuadras hasta el negocio donde adquiría el diario y pagué unas monedas por hacer una llamada. Avisé que tenía una infección estomacal que me haría imposible acudir al trabajo. Regresé tambaleando a la casa, deseando que la cabeza se despegara de mis hombros y se fuera volando, llevándose mi resaca con ella.
Volví a casa, me obligué a comer un horrendo sandwich reseco que compré después de telefonear, bebí media coca cola y dormí el resto del día.
Desperté alrededor de las 5 pm. sintiéndome apaleado, pero notablemente mejor.
¿Habrían escuchado los vecinos mis violentas arcadas?
Y si lo hicieron ¿Por qué no vinieron a verificar mi estado?
Después de todo, en mi mente yo justificaba mi intrusión bajo esa excusa.
Bajé al medio patio. La bicicleta no se encontraba.
Salí a comprar el diario y el segundo sandwich del día, el cual parecía haber sido preparado recientemente, volví a casa y tomé asiento sobre el sillón bajo la marquesina, decidido a esperar la entrada del ciclista.
Pero las horas pasaron y el ciclista nunca llegó. Ninguna de las luces en las habitaciones se veía prendida.
Claro que no idiota. Es Lunes. No todos son unos asquerosos beodos a los cuáles una vil resaca les impide ser productivos. Ni todos son unos hermitaños evadiendo el contacto humano que tanto rechazaste y el cuál ahora te rechaza a ti.
Subí a mi habitación, prendí la radio y me dispuse a escuchar el programa de una mujer extranjera con una voz que encontraba terriblemente sensual, a pesar del léxico meloso con el que se refería a sus radioescuchas.
Repentinamente pude escuchar una de las puertas de la planta baja abrirse.
Era ahora, este era el momento que había esperado durante un día y medio.
Me apresuré a ponerme los zapatos y cambiarme a una camisa limpia, pero cuando bajé al medio patio, no había nadie. La luz del medio patio se encontraba prendida, pero las habitaciones permanecían en penumbra. La puerta de la entrada no había hecho su característico canto, así que mi tímido y escurridizo vecino debía de estar aún en la casa.
Sabiendo que no iba a conseguir mi meta, salí de la casa y me dirigí hacia una de las cantinas cercanas, donde al menos iba a poder escuchar más voces humanas.

 

10.

 

La desgracia se encontraba ahora de la mano de la repugnancia, en una unión para la cuál parecían haber sido hechos el uno para el otro.
Mi cólera provenía del hecho que no hacían esto para perjudicarme, si no porque así lo querían y el daño que me provocaba era sólo un extra de su decisión.
Aún así me dejaban ver sus horrendos y amarillentos dientes, sus expresiones desinteresadas que causaban una catástrofe dentro de mi.
Lo que estos dos entes no sabían era que el animal había terminado de lamer sus heridas y su saliva contaminada había hecho el milagro de la curación.
No era más una presa agobiada, si no un rastrero rabioso moviéndose a un ritmo enfermo, sabiendo que si atacaba sería su fin, pero no se iría sólo.

 

11.

 

No voy a relatar lo sucedido porque no es algo de lo que pueda sentirme orgulloso.
Debía llegar a la casa lo más pronto posible, hacer mi equipaje y largarme.
Debía deshacerme de mi abrigo, ya que se había encontrado en el camino de una fuente carmesí, una fuente delicadamente decorada con una acusadora estatua que yo mismo había cincelado.
No me importó causar la serenata de rechinidos más prominente de mi estancia. Cerré con violencia la puerta y al voltear ahí estaba. El inquilino.
Yacía de espaldas viendo hacia el cielo. Pausé el remolino de pensamientos que recorría los campos de mi psique y me acerqué a él.

-¿Está nublado?
-¿Cómo? -pregunté desconcertado-
-Allá afuera ¿Allá afuera está nublado?

Volteé a ver hacia el mismo cielo que él veía. Estaba nublado

-Sí -contesté con una voz que desconocí-
-¿Cree usted que sea una buena idea lavar esta noche?
-No, no lo creo
-Debo de hacerlo rápido, siempre llueve
-Bueno, suerte con eso
-¿Se marcha ya? -preguntó viéndome a los ojos por primera vez-
-Sí, sólo vengo a recoger un par de cosas
-Que tenga usted suerte, no olvide una sombrilla, parece que lloverá.

El inquilino dirigió una sonrisa mientras se tomaba de sus tirantes. Volvió a ver hacia el cielo mientras tarareaba una vieja canción.
Subí rápidamente las escaleras, abrí la puerta de mi habitación y comencé a llenar de manera desordenada mi maletín.
Sólo había espacio para lo esencial. Después de todo, la garrafa de keroseno no iba a ser necesaria.
Prendí una de las velas sobre mi buró y luché por buscar la mayoría de mis pertenencias en esa media luz que hacía de este momento algo romántico, algo que hacía repetirme hacia mis adentros la canción que el inquilino tarareaba en el patio. Podía escuchar las demás puertas abrirse en el exterior y el murmullo de los demás inquilinos saliendo de sus habitaciones.
Nunca me habían visto, esto iba a entorpecer mi búsqueda.
Pero entonces pasó. Una voz familiar acompañada de varios golpes en mi puerta llamó con imponencia.

-SABEMOS QUE ESTÁS AHÍ, ESTÁS JODIDO, ESTA VEZ ESTÁS JODIDO -gritó la voz de uno de los amigos de la repugnancia-

¿Qué iba a hacer? No tenía una ventana trasera que me diera una ruta de escape. Di una rápida inspección y vi el resplandor a través de la puerta clausurada.
Tomé velocidad y pateé con todas mis fuerzas, lo suficiente para causar daño y poder derrumbarla al mismo tiempo que mis perseguidores hacían lo mismo con la puerta de entrada. Pasé rápidamente a la habitación contigua, donde una joven pareja yacía acostada en la cama, al parecer ajenos al caos que estaba a punto de alcanzarme.

-Tuvimos que dejarlos pasar -dijo el joven-
-No hay más opción que esta -dijo su acompañante en voz más baja-

Abrí la puerta y salí disparado hacia las escaleras, mientras escuchaba como mis perseguidores gritaban groserías y amenazas que sabía que iban a cumplir.
Pude escuchar cómo derribaban el buró y volteaban la cama y como se daban cuenta del gigantesco agujero en la puerta lateral que daba paso a la habitación de al lado.
Al bajar al medio patio pude observar al inquilino que seguía parado viendo hacia el cielo

-Sí, parece que lloverá -repetía para sí mismo-

Pude ver rápidamente a una joven madre y su hija, sentadas charlando sobre el sillón bajo la marquesina, a un señor algunos años más grande que yo acicalando a uno de los perros y a una chica linda de mirada triste que regaba las enormes macetas que dividían el medio patio.
Al llegar a la puerta, vi a un señor de edad avanzada montándose en la bicicleta.

-¡Eh! Tenga usted cuidado, las cosas pintan feas allá afuera -me dijo en una voz alzada y amable-

Saqué la llave de la entrada, salí hacia la calle y logré cerrarla momentos antes de sentir un golpe de uno de mis perseguidores.

Pude escuchar más de sus amenazas, me mantuve parado frente a la puerta. Escuché otra de sus amenazas. Retrocedí un paso. Escuché cómo los tres perseguidores se juntaban. Escuché gritos sin poder descifrar alguna de sus palabras.
Escuché una fuerte explosión.
Pedazos de escombro cayeron sobre mis hombros.
Escuché un chillido en mis orejas.

Recordé que había dejado mi reloj sobre mi buró.
Di media vuelta. Aún podía alcanzar el bus de las 4 am.

 

12.

 

Mientras tomaba un café en un pequeño y colorido establecimiento en una ciudad unos cientos de kilómetros más al sur, un chiquillo que parecía ser el hijo del dueño, luchaba con la antena que se encontraba sobre la TV para recoger una señal.
El noticioso, presentado por una joven reportera de cabello rubio, estaba a la mitad de una nota.

“EL DUEÑO DEL INMUEBLE ACEPTA QUE FUE UN ERROR NO PEDIR MAYOR INFORMACIÓN AL PRESUNTO CULPABLE. SÓLO UNO DE LOS TRES INDIVIDUOS QUE BUSCABAN HACER JUSTICIA POR MANO PROPIA SOBREVIVIERON, ESTO RESULTADO DEL HOMICIDIO DE SU CUARTO ACOMPAÑANTE.
SEGÚN LOS HECHOS DE LOS TESTIGOS, EL ACUSADO HUYÓ Y UNO DE SUS COLEGAS, EL CUÁL SOSPECHABA DE SU COMPORTAMIENTO, LES CONFIRMÓ EL LUGAR DONDE RESIDÍA YA DESDE HACE UN MES Y UN PAR DE SEMANAS. EN EL LUGAR DE LOS HECHOS, EL PRESUNTO CULPABLE PRENDIÓ FUEGO A UN CONTENEDOR LLENO DE UNA SUSTANCIA ALTAMENTE FLAMABLE PARA DESPUÉS DEJARLOS ENCERRADOS Y PROCEDER CON SU HUÍDA. HASTA EL MOMENTO NO SE SABE MÁS DE ÉL…”

 

Continúo bebiendo mi café, tapo levemente mi cara con el diario. La nota prosigue con la presentadora balbuceando sobre el asunto.
El dueño de la casa sale en cámara, viéndose medianamente angustiado.

“La casa se perdió mayormente en el incendio, pero es una fortuna que no halla habido nadie más habitándola al momento del incidente”

Termino mi café.
Lo que es una fortuna es que en esta ciudad, al parecer la parte fea está muy alejada de la bonita.
Y que aquí, encontré un departamento aparentemente nuevo.

 

 

 

 

Leslie Van Houten

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