Dolores A.

Debería avergonzarme.
Debería buscar un poco de decencia en mi ser y avergonzarme.
Llevaba esta misma camisa la tarde que te conocí.
Claro, al igual que yo, hace todo ese tiempo, estaba en mejor estado.

¿Debo de culpar o agradecer mi imprudencia aquella tarde?

Después de todo, automáticamente trato de poner tus ojos sobre cualquier otros ojos sobre los que poso mi atención. Y aunque debería de maldecir esto, de cierta forma agradezco que aún no olvido tus enormes y perfectos ojos, tu rostro ligeramente ovalado y el par de dientes que sobresalen de entre tu labio superior mientras creas mapas en tu mente.
¿Debería de agradecer el haber conocido una parte de mi que había estado oculta hasta ese momento?
El haber sumergido todo rastro hedonista que habitaba y habita ahora en la superficie de mi ser.
Aunque me lo reproche de la manera más cruel, puedo mantenerme en alto por una, aunque sea una vez, haber hecho lo correcto.
Por más que mis palabras no vayan ser las apropiadas, ni mis acciones las adecuadas, mientras aquella fecha se vaya haciendo más lejana. Cuando más me hago viejo y caigo en cuenta que era demasiado joven para estar al tanto de la trascendencia de esa noche y ahora soy lo suficientemente viejo para crear empatía con algo, con alguien que pudiera tomarme y reconfortar la herida expuesta de tus mejillas inyectadas en sangre.

Tal vez debería disculparme por no haber estado consciente del poder que tuve sobre ti.
Me temo que no es demasiado tarde, porque de así serlo podría buscar un alivio cobarde en alguna catársis mundana y eventualmente encontrar el sosiego de una resignación hermitaña. Pero no.
De lo contrario, crearía un dios. Lo crearía y le lloraría.

Parecen ser sólo 25 pasos y unas cuantas estaciones más, bajo el cobijo etílico y la compañía de fantasmas con cartas y notas aún bajo su brazo.

Tazas deformadas, un pequeño felino, una eterna noche sobre un cálido piso y la gratificación de fundir pensamientos vagos que de alguna forma se volvieron transgresores, desde ese y hasta este momento.

Quiero y tal vez debería gritar, debería en este maldito momento deshacerme de todo jodido impulso de inmoralidad.

No puedo decir que te culpo. Mientras doy vueltas en mi eterno insomnio, balbuceando en lenguas, deseando ser el ánima calcinada que recorre tus pasillos, observándote sin poder arriesgarme a poner el viejo revólver en tu mano pálida, con un arrepentimiento que me ha de asfixiar, hasta el momento que decida volver a alejarme lo suficiente de casa, por un par de ojos y una necesidad de dejar de ser ciego, una vez más.

Dolores A.

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