Vainilla

Odio cuando la sangre mancha mi ropa.

Odio cuando no mueren al instante.

Malditos drogadictos de mierda.

Mi nombre es el cazador y mi trabajo no es bonito.

A menos que seas un demente hijo de puta, un absoluto locohombre.

Uno como estos desperdicios malparidos. Como heces inoportunas que fueron cagadas por dios en una noche de diarrea.

A veces lo disfrutan.

Alguna vez el buen Doctor B. me llamó para exterminarle una pequeña plaga, un “hoyito funky” justo arriba de su departamento.

Lo que más odio de este trabajo, de matar drogadictos, es mezclarme con drogadictos.

Toqué la puerta como cualquier otro ciudadano común que quisiera desperdiciar su vida (o su dinero) en pincharse las venas o usar su cara como aspiradora.

Aún así no los detestaba tanto como a los putos hippies y su apestosa droga en pipas.

A los tres días en este trabajo me jodí la nariz, a propósito, con un cuchillo, un enorme Bowie. Así no tendría que percibir los olores nunca más. Funcionó. Pero no me hizo detestarlos nada menos.

Un tipo abrió la puerta y lo que vi dentro fue tan ameno como un cuadro de Bosch.

Como si Bosch y Pasolini hubieran dirigido una película escrita por John Waters, producida por Lynch.

Chicos arrodillados siendo penetrados por chicas de enormes pechos con enormes penes de goma atados a brillantes cinturones de cuero y máscaras de figuras sociales.

Vaya espectáculo.

Antes de poder entrar en mi papel de incógnito una chica desnuda, con una etiqueta mortuoria en uno de sus dedos del pie estaba haciéndome una mam…felación, claro, felación.

No queremos que los imbéciles sean ofendidos en esta lectura ¿Cierto?

Pues que se jodan, una mamada.

Miré a mi alrededor.

Había prometido al Doctor B. no hacer un baño de sangre, porque eso dañaría el piso y por ende su techo.

Y vaya, el semen y la orina habían aurrinado su tapiz anterior, traspasando el techo y actuando con una corrosión terrible. Y el candelabro que había pertenecido al Duque Von VergaErecta III no era algo que el Doc estuviera dispuesto a perder.

Tomé la cabeza de la chica y eyaculé en su garganta hasta que sus ojos salieron de sus cuencas.

La aparté de mi con una rodilla a la cara.

Arrojé lo que quedaba de ella a un montón de tipos que yacían viendo hacia la ventana, perdidos en sus pensamientos.

Después de eso, perdidos en el pavimento.

Tomé el foco que un chico flaco prendía para fumar crack mientras una chica rubia lo sodomizaba.

Lo estrellé contra su rostro y atravesé su cuerpo a través de su garganta hasta tomar el dildo atado a la cadera de la chica, jalándolo hasta romper su cadera y haber sacado su pelvis por la boca del chico.

Estrellé la cara de una chica perdida frente a un televisor que pasaba una vieja cinta de VHS con liquid television en ella.

“Welcome to the prime time, bitch”

Sentí un dolor en la cabeza.

Los jodidos ravers.

Uno de ellos me había golpeado con un viejo jarrón lleno de arañas importadas directo desde el culo del mundo; Australia.

Antes que pudiera reaccionar uno me atacó con una jeringa, justo en la pierna.

Arranqué una luz de estrobos y la metí a través de su cráneo, haciéndolo estallar.

Jamás dejó de bailar, cosa que incendió a sus compañeros.

Burn, baby burn.

Tomé una lata de hairspray y la rocié frente a una mala copia de Nick Cave, un Nick Cave Italiano que estaba prendiendo su pipa de crack.

Lo empujé hacia un cuarto donde sucedía una orgía y pude escuchar como sus gemidos se volvían gritos de dolor.

Una de ellas logró salir.

“No te detengas, oh, me siento tan caliente”

La arrojé por la ventana.

Bajé a ver al Doctor, que ya estaba enfurecido por las goteras de sangre y bilis que chorreaban en su nuevo tapete de Oso Polar Presbítero Intergaláctico.

-Pero qué mierda, te he pagado para que los eliminaras uno por uno. -gritó el respetable septuagenario-

-No pude evitarlo.

-Te jodiste a todos, te jodiste a mi querido M.

Estaba seguro que si los eliminabas a todos, yo sería su única fuente de chute y no se separaría más de mi.

El Doctor era un marica.

Lo sospeché en nuestro viaje al octágono de los hotpants, cuando trató de tocarle el culo al guía que nos llevaba a través de las comunidades caníbales.

-Jódase Doc.

Así que le volé los sesos.

Me sentía un poco mareado.

Debía haber sido aquella jeringa en mi pierna.

Odio cuando queda sangre en mi ropa.

Lo odio y ahora sólo me queda una opción sana antes de ser uno de ellos.

Esta noche tan roja y yo tan cerca del final.

Pongo el revólver en mi boca.

Bang, bang.

Vainilla

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