Delirios Intermitentes. Pt. II

La mañana del 13 de Junio (en realidad eran las 5:40 pm. pero ¿La mañana cuenta cuanto justo despertaste, cierto?) empaqué un pequeño velíz con un par de pantalones, un par de bóxers, dos camisas, una formal y una festiva y un saco. Bajé a toda prisa las escaleras del edificio roído, esperando no encontrarme con el casero, al que no planeaba pagarle un centavo hasta que hiciera algo al respecto con la plaga de cucarachas. Cosa que aunque tratara y volviera a tratar, no iba a solucionar. Por lo que tenía un departamento a dónde regresar. Horrible, sucio y pestilente, pero gratis.

Al salir a la calle, el sol sepia y deprimente se arrastraba tras los edificios para dar paso a un intermedio azulado, un momento grisáceo y melancólico que preparaba a los demonios de las drogas, las putas y las ratas a salir de sus escondites para bailar y beber el resto de la noche. ¡Pues quédense a bailar entre su propia mierda! La tarde de ayer recibí una llamada de J. Aún estaba demasiado sedado para comprender, pero pude escuchar que saldríamos de aquí por unas noches, que estuviese listo a las 6:30.

Y aquí está, puntual como siempre. Tan puntual que me asusta.
No puedes confiar en un hijo de puta confiable, eso no.
Antes que pudiera siquiera saludarme, ya estaba sobre el coche, un descapotable descolorido y rechinante. La nave interespacial que iba a sacarnos de este cochinero por unas cuántas eternidades.

Tomamos camino, mientras salíamos de la ciudad le prometí a J. comprarle una botella de Vodka por cada perro callejero que sacara de su miseria.
Al pasar el cartel que indicaba que habíamos salido de la ciudad, le debía 5 botellas.

-¿A dónde vamos J.? -grité, ya que el capote del auto seguía abajo-
-La Capital
-¡Perfecto! ¿Qué hay ahí de bueno? -volví a gritar-
-¿Que qué hay de bueno? ¡Todo hay de bueno!

La noche por fin cayó completamente, con una humedad abrumante y un olor a morgue descongelándose. Pero aún así era mejor que el fulminante sol matutino.
Abrí la guantera, encontré dos pastillas misteriosas.
Para el fármaco dependiente amateur, este momento es de nervios y angustia. ¿Qué efecto puede causarme? ¿Cómo me va a poner?
Pero el veterano sabe que todo está dentro de la mente, al menos cuando se trata de pastillas misteriosas.
Las tomé, las mentalicé siendo sedantes y procedí a tomar una siesta.

Por un momento soñé con la vieja vida. Las paredes púrpura, el librero atestado, el ruido externo de la calle. La sensación de levantarme e irme, de aún poder huir.

Desperté al sentir que el auto dejó de moverse.
Estábamos en una de esas calles aledañas a las avenidas principales en las grandes ciudades, esos pequeños callejones de prostitución justo detrás del ambiente familiar y turístico. El vicio bien establecido justo detrás de donde nadie sospecharía.

-¡Vamos, rápido! No queremos perder la reservación -Dijo J. con un optimismo náuseabundo-

Llegamos a la recepción, al parecer era en serio. No queríamos perder la reservación.
Subimos al cuarto piso, bajamos del elevador. J. me tomó por los hombros y me vio directamente a los ojos.

-Escucha, vendrán dos chicas
-Perfecto -dije con duda, ya que no me gustaba el tono en el que J. lo había dicho-
-Claro, la cosa está en…mira, pues. Es complicado
-Cálmate J. sólo dilo
-La cosa es, podemos acceder a un gran, un buen negocio. Drogas, dinero, autos, putas. Tú sabes, mover las cosas. Esto significaría poder tener todo esto para nosotros, gratis.
-¿Cuál es el pero? -pregunté, con desesperación-
-Tienes qué casarte con una de ellas
-¡¿Qué?!
-No tienes que pensarlo, ya accedí por ti.
-Pero ¿Qué? ¿Por qué?
-Mira, hay que tener una buena razón para estar dentro así que
-¡Así que me casaste, hijo de puta!
-Vamos, componte, aquí vienen

Sonó el elevador, una de las puertas se abrió con dificultad, la otra no se movió para nada.
Detrás de la puerta funcional había dos chicas. Una joven, castaña con rostro amable y otra rubia, más alta a la que la edad se le notaba en el rostro, piernas largas y culo firme, un par de pechos prominentes y una expresión que podría sacarte los intestinos por el culo y reinsertártelos por la boca.

J. me presentó a rubia como L. y a la castaña como mi futura esposa, la novia.

La novia nos saludó de forma alegre e informal. Con toda la emoción de alguien que aún no está podrido. En cambio L. nos extendió la mano, dejando ver que tenía un contrarreloj que le estaba indicando que si algo interesante no sucedía ahí, ella estaba lista para irse.

Caminamos los cuatro hacia la habitación 402 y nos quedamos parados.

-¡Ah! Qué idiota. Las llaves, claro -mencionó nervioso J. mientras abría la habitación-
-Bueno, los dej…
-¡No! Sabes qué, me parece que antes de continuar tengo ciertas cosas que charlar con L. Así que ¿Por qué no vas tú con nuestra futura novia a…preparar todo? -dije interrumpiendo a J. mientras con mi palma, guiaba a L. por la espalda, dentro de la habitación-
-Pero, espera
-Claro, los veremos en un par de horas -exclamé cerrándoles la puerta en la cara.

Por un momento nos quedamos viendo fijamente. L. era más alta que yo, no tan alta, pero lo suficiente para notarlo sin problemas. También era bastante más vieja que yo, aproximadamente 10 o 15 años.

-L. se inclinó sobre una pequeña mesa, donde puso su bolsa y apagó su cigarrillo, volteó a verme y comenzó a bajar el tirante derecho de su vestido amarillo.
Antes que pudiera bajar el tirante izquierdo, la empujé violentamente sobre la cama, traté de desvestirme lo más pronto posible, pero antes que pudiera desabotonar mi camisa, sus piernas ya estaban alrededor de mi cintura.
Era una de esas chicas que conoces durante la preparatoria, esa clase de chica que no usa ropa interior que descubre que el sexo es un divertido y placentero pasatiempo.
Ella es esa clase de chica que jamás creció de esa etapa, solamente la perfeccionó.
Al penetrarla puedo sentir su aliento húmedo en mi oído y sus uñas afiladas en mi espalda.
Antes que pueda tratar de tomar ritmo, siento que ella lo controla.
Es ahí cuando me doy cuenta. Ella me está cogiendo a mi.

Al terminar me siento sobre la cama. Conversamos durante un rato. Después nos quedamos en silencio. Volvemos a conversar y eventualmente prendemos una vieja radio que parecía sólo de adorno.

Suena She Cried, de Jay & The Americans.

-¿No crees que tu futura esposa se sienta mal por esto? -preguntó L.-
-Bueno, tal vez sea mi despedida de soltero ¿No?
-Tenlo por seguro
-Sí, lo tendré en mente

Terminamos de escuchar la canción. Algo en mi sabía que lo único que mantenía a L. ahí, al lado mío, desnuda, perfecta, como una estatua inmaculada, era la canción.
Al terminar, comenzó a sonar Cry, de Johnnie Ray y L. comenzó a mover sus piernas de cerámica.

-¿Sabías que Johnnie Ray era sordo?
-Cantaba muy bien para serlo
-Al menos no podía escuchar cuando lo juzgaban por ser gay
-Pareces saber bastante sobre músicos jodidos ¿No?
-Uno debe de conocer a los suyos
-Ah, ¿Eres músico? -Comentó L. entre una risa ligera, volviendo a recostarse-
-Hace mucho de eso, aparte odiaba el término
-¿Y cómo terminó un músico…ex músico cogiéndose a la madrastra de su futura esposa? -dijo L. lentamente mientras volvía a subir sobre mi-

¿Madrastra? Maldita sea. No sé en qué me metió J. esta vez.
Sabía que debía preocuparme, pero todo pesar anterior en mi vida se disipaba al sentirme dentro de L. Y curiosamente al verla me sentía protegido, como un chiquillo perdido en un centro comercial que encuentra un policía y lo guía a la cabina para microfonear a sus padres.
L. no iba a microfonear a mis padres, ni iba a protegerme, pero aún así disfrutaba la sensación de despreocupación y por un momento vivir sin paranoia era maravillas.

Crying, de Roy Orbison sonaba mientras sostenía las caderas de L. penetrándola por detrás. La primera vez en la noche que yo dictaba el ritmo y era porque ella lo estaba permitiendo. Su espalda marcaba una línea curva perfecta que se tensaba de vez en cuando.
Volteamos y subió sus piernas a mis hombros. Mantuvimos esa posición hasta sentir cercano el clímax.
Saqué mi verga y la acerqué a su cara.

-No -dijo L. alejándola con la mano-
-¿Qué pasa?
-Nunca lo he hecho
-¿Nunca lo has hecho? -dije entre risas-
-No, tuve un problema con un dentista alguna vez
-¿Le diste una mamada a un dentista?
-Todo un comediante -dijo L. dejando ver que se estaba molestando-
-No, sólo bromeaba…vamos ¿Al menos puedo venirme en tu cara?
-Está bien, pero rápido

Froté mi verga lo más rápido que pude frente a su rostro, tratando de hacerlo rápido para que no desesperara, concentrándome en el momento en sí. Pero entonces alguien comenzó a golpear la puerta. Era J. gritando algo, probablemente sobre preocupándose como siempre.
Subí el volumen de la radio. Ahora sonaba Put Your Head On My Shoulder, de Paul Anka.
Seguí agitando mi miembro con la mano derecha y con la izquierda sostenía la cabeza de L.
Podía sentir esa sensación de final subiendo por mi pierna, trepando por mi vientre y volviéndo a bajar, entre imágenes de L. siendo una santa, entre luces coloridas y violentos flashes. Finalmente el rostro de L. se veía empapado por una fuente blanquecina que no se detenía. Una sensación de paz me invadió. Una que no me dejó ver que J. había derrumbado la puerta. Lo vi en bóxers forcejeando con un par de hombres.
Al parecer el hijo de puta también había estado divirtiéndose con MI futura esposa.
No había que pensar para saber que era hora de huir de ahí, que todo se había ido a la mierda.
Busqué mi ropa y me vestí lo más rápido que pude mientras J. forcejeaba por todo el pasillo con esos dos tipos.
Sabía que no volvería a ver a L. así que me acerque a ella y le besé los labios.
El mejor beso de mi vida hasta ese momento, si no fuera porque ahora tenía mi propio semen en los labios.
Tomé mi veliz, salí a toda velocidad y golpée a un tipo en la cara, lo suficiente para alejarlo de J. pero no lo suficiente para dejarlo inconsciente, tomé a J. por el brazo y lo jalé hacia el elevador. Oprimí el botón para bajar, a lo lejos sonaba Stupid Girl de los Rolling Stones, la maldita puerta funcional eligió este momento para no cerrar, así que tuvimos que hacerlo manual, pero justo antes de poder hacerlo, uno de los tipos pudo entrar.
Esta había sido una mala idea nuestra, pero viéndolo de esta manera, el matón era el que estaba en problemas ahora.
Le golpée desde arriba con el véliz mientras J, le pateaba las bolas, cuando quedó postrado de rodillas, le patée la cara y J, procedió a pisarle el rostro hasta que quedó solamente una masa carmesí, como ese volcán maqueta que trataste de hacer que hiciera erupción, pero solamente borboteaba míseramente.

Salimos corriendo hacia el callejón a la izquierda del hotel, trepamos al descapotable y arrancamos.
Nos seguían, tres autos, muy cerca de nosotros.
Atropellamos a un vagabundo que salpicó de sangre el parabrisas.

-¡ESO CUENTA COMO 3 BOTELLAS J. VAS BIEN!

J. volteó a verme con una mezcla de desconcierto y preocupación.
Abrí la guantera y volví a convencer a mi tercer ojo que las misteriosas pastillas eran algo para ponerme al tanto de la situación. Adderalles o algo que me subiera.
Las tragué y me levanté. Comencé a lanzarles lo que tuviese a la mano a los autos detrás de nosotros, sin importarme si eran nuestros perseguidores o simples civiles en camino a sus casas.

Escuché a J. gritar mi nombre, en ese instante todo se volvió lento. Sentí un impacto. Vi el cofre del auto bajo mis pies y supe que habíamos chocado.
Volé un par de metros hasta una pila de basura.
Me acerqué al auto.
J. estaba desmayado o muerto sobre el claxon del auto, con el rostro ensagrentado y la verdad, nuca supe tomar el pulso. Así que asumiremos que murió.

-Lo siento J. -me despedí besando su frente, llenando ahora mis labios de sangre-

El choque había causado un caos vehícular, podía ver a los 3 autos varados a una cuadra detrás. Corrí entre callejones y avenidas durante una eternidad hasta llegar a la parada de autobus.

-¿Puede darme un boleto hacia la ciudad de M.?
-¿Y por qué querría ir ahí? -dijo la encargada de la taquilla, con un tono burlón-

Le arrebaté el boleto, subí al autobús y dormí todo el camino.

La llegada a M. fue en el mismo momento del día en el que me marché. El azul grisáceo me recibió como si nunca me hubiera ido.

Caminé hacia el edificio putrefacto, pero al subir a mi piso, el casero estaba frente a la puerta.

-¡HUBIERA SACADO TUS COSAS, PERO TODO CONSTA DE BASURA!

No dije nada, sólo di la media vuelta y me marché.
Maldito hijo de puerca, tiró mis libros.

Así que así terminó la ida a la gran ciudad.
Me siento en la acera y tomo el periódico de hoy que se encuentra en la basura.
Al parecer el viejo que vivía a un par de calles de aquí murió ayer.
Y que yo sepa no tenía una familia o alguien que cuidase de él.

Esperemos que su chapa no sea difícil de forzar y que al morir no halla defecado sobre el colchón.

 

Delirios Intermitentes. Pt. II

Noveno Día. 1:22 am.

Por la mañana hubo un incidente en la escuela justo detrás de casa.
Un tipo trató de abusar sexualmente de una secretaria. Al parecer ella me conoce de la secundaria, aunque yo a ella no.
El tipo entró por la mañana, justo antes que llegaran todos, utilizó alguna excusa, haciéndose pasar por padre de familia y trató de sorprenderla por detrás.
Ella escapó a tiempo.
El tipo huyó

Basándome en lo que ella describe, sé exactamente el tipo de hombre que debe de ser.
Entre los 42 y los 55 años, desaliñado, sudoroso, probablemente alcohólico, de bajos recursos, tez morena, fanático del fútbol, que utiliza los domingos para beber en la acera y dar pena ajena, resentido con la vida, analfabeta, jodido.
El tipo de persona criado para justificar el alcoholismo con “ser alegre”
Me dan asco.

Durante mis estancias en la ciudad de M, es raro que salga durante el día, pero hoy me vi forzado a hacerlo.
Mientras camino por las calles, después de haber pensado en esto anterior toda la tarde, un sentimiento de paranoia me recorre la espina.
¿Qué clase de alimañas alberga este estercolero?
Siempre percibí este lugar como un nido de ratas subdesarrolladas, como rastreros que jamás habían sido iluminados. Palurdos idiotas a los que se les podía manipular a través de la religión y los placeres del hombre primitivo.
¿Hubiera imaginado Burroughs (Edgar Rice, no billy) que su tierra que el tiempo olvidó se encontraría justo en una pequeña ciudad no tan al sur, no tan al norte?
¿Qué si tenía razón?

Hombres primitivos con acceso a toda la malicia del mundo exterior. Sin tocar las texturas, sin conocer las lenguas, sin probar la sangre escurriendo por la boca mientras otros aires la oxigenan, sin la experiencia, sin la inocencia estúpida del descubrimiento a ciegas.
No.
Directamente a la malicia.
Personas subdesarrolladas con aspiraciones a malvados de telenovela contemporánea barata.

Lo irregular de las calles denota el poco interés que se mantiene en los turistas.
¿Quién querría venir aquí? Y si quieren ¿Deberíamos fingir que somos un tipo diferente de chiquero?

Desde que era más joven, recuerdo las calles con las mismas grietas, como conocidos dándote un adiós con una mirada lasciva, una mirada que te ves obligado a que recorra tu piel al pasar por delante de ellos (y te verás forzado).
Recuerdo más ruido, recuerdo más movimiento, recuerdo vida dentro de este lugar.

Ahora es un hábitat para un viento canceroso, disfrazado de silencio.
Los hermitaños y los locos van desapareciendo lentamente, llevándose un poco de folklor local abrazado a sus manos tiesas y heladas.

M. es un lugar mágico, cuya magia no yace en el eterno olor a polvo y combustible quemado, ni en el eterno resplandor sepia que yace sobre nuestras cabezas.
Su magia reside tras sus paredes, bajo sus calles, en los terrenos baldíos que se esconden tras imponentes fachadas, las cuales siempre imaginaste que albergaban una enorme mansión, pero no es más que escombro y maleza.
Yace en sus pasadizos que prometen llevarte a lugares verdes y vivos y terminan abandonándote en un mal barrio, donde aún no se conoce el asfalto.

La magia yace en sus calles, que más que albergar recuerdos, te los arrebatan, arrancándolos violentamente de tu pecho, resguardándolos como a damiselas captivas, las cuáles sabes que ni luchando, ni dando nada a cambio regresarán a ti.
Vayas a donde vayas, conozcas a quién conozcas.
Cada que tu mente vague por esos recuerdos, vendrá a tu mente esa esquina que los tiene aprisionados.

No mencionaré el nombre de M. ya que muchos incautos, confiados de el nombre autóctono de esta necrópolis, creen poseer algún poder sobre ella.
Pero no, es un hoyo Infernal, una antesala de algún Averno menor.

Todas las historias que contábamos de chicos, acerca de las escuelas siendo cementerios antes de ser instituciones aquí son ciertas.
Desde aquí puedo admirar el cementerio en la esquina. Cementerio que antes ocupaba varias cuadras a la redonda.
Y los antepasados relegaron a los muertos a un terreno mediano y cuatro bardas insignificantes, dejándonos a todos con un mal JuJu.

Nacer aquí significa estar maldito.
Todos estamos malditos.

Finalmente llego a casa, hay un vapor recorriendo las calles desoladas mientras el sol malsano es arrastrado a su prisión en el Oeste.

Últimamente me pregunto si se queda algo de mi allá afuera o si algo de afuera me acompaña.

Últimamente me pregunto si este lugar me crea una falsa sensación de cordura para hacerme creer que todo esto es una estupidez, que me estoy volviendo loco.

Últimamente me pregunto si lo está logrando.

Noveno Día. 1:22 am.

65 (12:40 am.)b

En un pasado lejano, el mismo techo sobre el que posaba mis ojos albergó una araña durante tres noches.
Ahora esto parecía tan lejano, así que elijo pensar en ella como ficción.
Mi camisa apesta.

 

Puedo basar mi completa existencia bajo el concepto de procrastinación.

Procrastinación y conformismo. Entre más luché por sumergirme de un lado y eviscerar el otro, terminé con el culo remojado ligeramente en uno y la cara completamente hundida en el charco equivocado.

¿Para qué te esfuerzas? Todo saldrá bien eventualmente, ¿No?

Me gusta seguir creyendo en la idea de crecer, pero no envejecer.

Mientras más envejezco veo a más gente quedarse sola. Joderse. Crear una rutina para llenar esos momentos. Para no tener que estar en silencio y pensar “Dios mío, estoy jodido”

Esa misma gente se jacta de que todo llega a su tiempo.

Se ríen de ti, mientras conducen sus autos semi nuevos, en sus casas de 2 recámaras y un baño, con sus smartphones y pantallas de 55″ a pagos. Se ríen de ti en tu cara mediocremente arreglada, con tu mirada perdida, tus pupilas irregulares y tu nariz con restos de cocaína, tus pantalones horribles y tu cartera vacía, se ríen de ti mientras aún tienes un poco de tu culo hundido en el charco adecuado.

Daniel Johnston decía “True Love Will Find You In The End” .

Autista y aparte idiota.

Haciendo un énfasis en will find you.

¿Por qué habría? ¿Por qué habría de encontrarte él/ella a TI?

¿Y si es una pusilánime estúpida, perdedora, arrogante y holgazana como TÚ?

Te quedarás sentado a sabiendas que DEBES crear una rutina para sobrevivir, a pesar que te burlaste tanto de ella y ahora la rutina se burlará de ti, ya que no podrás adaptarla a ti.

Te sentarás hasta cegarte tanto que no puedas ver tus memorias, hasta que tu convicción se marchite lo suficiente y pierdas las fuerzas para masturbarte, para hacer que tu piel vuelva a sus posiciones originales.

Mientras haces eso, ella probablemente esté buscando otra verga que la llene por un lapso de 2 a 6 minutos. Tal vez esté buscando un arma. Tal vez esté igual de jodida que tú.

Tal vez sea un él y seas feliz mientras te sodmize, para después besarte con dulzura.

Mientras sigo viendo el mismo techo, esperando a que aparezca la Marylou de ocho patas, aún molesto con P. por haber mezclado mi ropa sucia y limpia.
Sé que no puedo flotar en los charcos. El tiempo pasa igual, pero ellos se hacen más espesos.

Sé que hay algo ahí fuera, pero sé que NO en este lugar.

Procrastinante, conformista, ansioso, con una suerte que parece tener humor propio.

¿En qué me convertiría si no salgo de aquí JUSTO AHORA?

¿Dónde va a terminar mi convicción si no lo hago?

Para mi suerte, el alprazolam reprime cualquiera de mis impulsos y para la mala suerte (de mi suerte). Nada de esto pasará. No en mi turno.

65 (12:40 am.)b

37.7°

Lo primero que hice esa mañana fue masturbarme pensando en Sara.
Escupí en mi mano y froté mi verga hasta que pude sentir cada vena palpitando.

Sara. Sara Luz.

Al eyacular quedé desnudo sobre la cama, intentando adivinar las formas que creaban las manchas de humedad sobre mi.

Me sentía feliz. Emocionado.

Jamás había visto a Sara Luz, pero ese día ella legaría a mi puerta.

Salté de la cama y comencé a juntar toda la basura. Debajo de ella yacía un tapete sucio, viejo y manchado.
Alguna vez tuve un gato.

Limpié el baño, hasta dejar la cerámica lo más blanca que alguna vez la había visto.
Me detuve para masturbarme de nuevo.

Limpié la sala, acomodé la mesa y puse una sábana limpia sobre el sillón.

Salí a comprar víveres.

No pensaba escatimar en gastos. Sara Luz no era una chica que le gustara salir a bailar, así que podía utilizar todo mi dinero en esta cena.

Queso, pan, velas.

Vino.
Una chica como Sara Luz no bebe cerveza o whiskey.

Al pensar en sus finos dedos bailando sobre la copa, tuve una erección.

Regresé a casa.

Tomé una ducha. Me afeité. Hice el mejor nudo que pude en mi corbata y procedí a esperar en la sala, iluminado por la pobre luz de unas veladoras con imágenes de santos.

Finalmente tocaron a la puerta.

Alguien acompañaba a Sara Luz.

Esperé unos minutos y su acompañante se marchó.

Tragué saliva y abrí la puerta.

Ahí estaba.

Pálida como la muerte. Con sus ojos enormes que parecían desorbitarse, su mirada triste.
Un par de largas piernas envueltas en medias de red.
Un vestido negro ajustado que se mimetizaba con el caer de su cabello.

Sus dedos bailaron alrededor de la copa de vino, como mi fantasía lo había predicho.
La luz de las velas y el letrero neón en la ventana acariciaba su escote, amenazando con romper la fragilidad de la penumbra.

El silencio de Sara Luz decía más que todas las palabras proferidas en mi vida entera.

Eventualmente me acerqué a ella.
La besé, temiendo que fuese a recibir un rechazo.
Pero no fue así.
Saqué la verga de mi pantalón y mi mano guío la de Sara Luz.
Cada sacudida era un paso más cercano al cielo.
Tomé su nuca y sus labios abrazaron mi sexo.
Su cuello se tensaba cada que se levantaba.
Su espalda comenzó a arquearse dejando notar una línea en su espalda totalmente simétrica.
La tomé del cabello y levanté su cabeza.
Jamás me gustó la idea de la total desnudez.
Saqué sus pechos, solamente sus pechos del vestido.
Eran dos gotas de agua.
Totalmente idénticos.
Totalmente perfectos.

Besé sus pezones, que se fundían con la palidez de su piel.

La voltée y desgarré su ropa interior.
Escupí en mi verga y entré en ella.
La sensación de su ropa interior rota alrededor de su vagina frotando mis bolas era el éxtasis puro.
Tomé su cabello con una mano y su hombro con la otra.
Golpée sus nalgas con mi pelvis a un ritmo hipnotizante.

Sus piernas se volvieron hacia mi y atraparon mi torso como una araña cazando a su presa.
La vi a los ojos y dejé ir toda la violencia en mi.

Mis piernas comenzaron a adormecerse.

Su mano derecha tomó mi mano y la puso sobre su cuello.

La otra tomó mi mano, alcanzando el viejo revólver que siempre se veía posado en el cajón al lado del sillón.
Gentilmente lo puso sobre mi sien.

Descargué dentro de su útero.
Descargó dentró de mi cabeza.

Silencio.

Los próximos 7 minutos de eternidad, mientras mi cabeza yacía sobre el pecho de Sara Luz, noté cómo se volvía más fría.

Cada vez más artificial.

Su aroma cambiaba.

Agradecí y dormí.

37.7°

M. (Pánico)

Siempre he odiado cómo huele esta librería, esta en especial.
Tiene un hedor específico a plástico y un aromatizante dulce, una molestia punzante en lo profundo de la nariz.
Me duele el cuello.

Odio esta ciudad.
No puedo evitar sentirme observado todo el tiempo.
El tipo que me cobra en la caja, alguna vez lo vi en una fiesta en la casa donde solía vivir, ahogado de ebrio, tratando de prender un cigarrillo al revés.
Y ahora aquí está. Juzgando lo que compro.
Lo hace todo tan lento y tedioso y corona la experiencia con una sonrisa pusilánime.
Pendejo.

Todos te conocen. Conoces a todos.
Todo está conectado.
Como una granja de hormigas, una granja de hormigas menonitas, en cuya sociedad el incesto es una cuestión de poder.

Si no eres una hormiga, eres una rata.
He tratado de huir de aquí varias veces, pero una vez que pisas este lugar maldito, no hay vuelta atrás.
Se acabó, estás atrapado en la trampa pegajosa, listo para que se te conceda la inmortalidad y no puedas morir por deshidratación o inanición.
¿Eso quisieras, no?
Vas a ver pasar cada uno de tus míseros y tristes días pasar frente a tus ojos, cada uno hasta que comiences a ver los minutos, los segundos. Y eventualmente no puedas distinguir.
Una vez que tu mente se fusione y sea uno con el entorno, podrás ser libre.
Pero no pensarás que hay una vida fuera de aquí.
Te habrás vuelto un local.
También puedes rehusarte y ser acompañado por tu auto consciencia, durante el resto de tu eternidad.

¿Sabes cuál es el problema con la soledad?

Se vuelve adictiva. Como una chica de ojos negros y piel perfecta.
Te vuelves co dependiente y no puedes notarlo, ya que en realidad nunca llega a tornarse una zona de comfort. Constantemente va a atacarte.
Aún así, te envuelves.
Se vuelve demasiado. Te abruma tanto que crees no quererla más.

Entonces sales y buscas lo contrario.
Cuando lo encuentras volteas a ver y crees tener un cambio.
Pero mientras pasan los días el hueco en tu estómago comienza a crecer como un cáncer.
Esto no es para ti.
¿Cómo vas a escapar?
No puedes.
Cobarde.

Así que “vives” en esa constante incertidumbre por un tiempo.
Tratas de convencerte que sí puedes, que tal vez sólo es aburrimiento.
Eventualmente una mezcla de indiferencia, ansiedad y abandono va a causar un gran ¡BUM!

Así que volverás a la calle. Libre una vez más de encontrar a la chica de ojos negros y piel perfecta.
Cuando la encuentres, la emoción que vas a sentir será como el golpe de un buen éxtasis.

Pero notarás que sus ojos se han despintado y su piel comienza a tener grietas.
Va a maltratarte por todo el tiempo que le has dejado sola.
Y todo lo que tenías antes para mitigar esos pequeños pasos sobre azufre, se habrán ido.

Perdiste, pequeño mierdecilla.

Y mientras te ahogues en la desesperación de no tener más lugar a dónde huir.

Todos te conocerán.
Pero fingirán no hacerlo.

M. (Pánico)

Madeline Smith

Conocí a Henry en la Ciudad de México, mientras caminaba con Jessica por La Roma. Estaba tan inmerso en tomar fotos a las ventanas curveadas que probablemente en el momento no me molestaba ni la incómoda charla pequeña acerca de nada, ni el hecho que ella fuese fumando marihuana todo el camino.
Entramos en una vieja librería, invitados por un meditativo gato negro de enormes ojos verdes que nos chistaba de forma vulgar y repetitiva. A la vuelta del primer estante estaba él. Se introdujo a nosotros de la forma más indiferente que pudiese haber conocido hasta ese momento, sin nada más que él; Abandonado, azul y aunque debía tener unos años más que nosotros, podía notar que llevaba un par de décadas existiendo.

Salimos los tres y caminamos hacia Insurgentes Sur, donde esperamos más de hora y media. Eran las 6:35, justo la mitad de la hora Gódinez.

Eventualmente, entre empujones y una pretura que aniquilaba mi espacio personal, entramos al vagón. Compartimos un silencio incómodo en el que pronto Jessica quedo solamente como una expectadora, solamente fuimos Henry y Yo, todo el camino a casa, al llegar charlamos por un momento, pero ella sabía que estaba de más.

Regresé al abismo por unos meses. Y aunque Henry, en escencia, regresó conmigo, sabía que no podría hablar, ni verle, ni entender lo que quería decir, hasta que hubiese vuelto a la ciudad.

Tomé mis cosas y me largué. Él me esperó muy cerca de donde nos conocimos por primera vez.

Comenzó a cuestionarme todo lo que hacía.
Por qué lo hacía.

El desgraciado pudo hacer lo que había hecho y llegar hasta el punto donde estábamos porque le importaba un carajo.
Odiaba a su familia por haberle hecho quien era, pero yo lo quería por eso.
Doblaba sus córneas a cada línea que él dijera que si yo hubiese tenido la facilidad de articular mis oraciones, lo hubiera dicho yo mismo.

Continuamos nuestra amistad por semanas, viviendo entre gatos, humedad, homicidios y un caos ajeno que disfrazaba un cariño enfermo, mundano, básico, uno que probablemente nos faltó a los dos.

Pocos días después, conocimos a Linda C.
Probablemente su nombre me atormente el resto de mis días. El sólo recuerdo de su rostro basta para alejarme de cualquier pensamiento que ronde mi mente.

Linda es la persona más hermosa que voy a tener la desdicha de conocer.

Todo lo que Henry y yo habíamos concluido hasta entonces se vio contradicho por ella.

No quise creerle a Henry, no podía estar enamorado de Linda, jamás antes la había visto en mi vida y ciertamente no sentía ninguna emoción que me indicara eso.

Pero al transcurrir las horas, el día, la noche, la mañana, Me di cuenta que probablemente no tenía que sentir esas emociones precipitadas que toda mi vida me habían indicado que había algo relevante, simplemente una paz que probablemente una persona feliz tenía en su vida diaria.

No volví a ver a Henry.
Jamás busqué a Linda de nuevo.

Sé que él tenía (y tiene) razón.

En el abismo, la vida no tiene sentido.
Vives hoy, mañana también.
Estás atrapado aquí, para siempre.

Son las 3:32 del 2 de Febrero.

Henry no debe de tardar tanto en volver.

Madeline Smith

Lejos de Rusia, cerca del Infierno.

Estoy en mis últimos 50 pesos.
En cualquier momento me cortarán la luz, eso hará que se apague la TV.
Tendré que salir. Odio salir.
¿Por qué no puede uno trabajar una vez en la vida y después retirarse?

Ahí está, se ha apagado la TV.

Rápido, salgamos de aquí antes que comiencen las voces de nuevo.

Mi nombre es. Bueno, no les voy a decir mi nombre, eso haría que supieran quién soy y si alguien supiera lo que les voy a decir.
Que al obispo le gusta ponerse lencería y que le azoten, que el presidente es coprofílico, que Doña Pelos te masturba por 25 pesos y no se lava las manos al preparar las siguientes garnachas, que Zafiro en realidad se llamaba Miguel.

Me lincharían.

La vida en la ciudad de MA****LA es un constante recordatorio que dios existe, ganó las elecciones en el 666 BBY haciendo un fraude en contra de Belcebú y bueno, MALA es esa empresa fantasma donde se lava dinero, pero no el dinero chingón, ese dinero destinado a las pensiones de las teiboleras que embarazó el junior del dueño, eso somos nosotros, un lavadero de almas menor, un mingitorio en un antro lleno de pitochicos.

Nadie entra o sale de MALA. Nadie sabe cómo llegó aquí o cómo salir, nadie ha visto el día en años, tampoco la noche. Vivimos en un crepúsculo perpetuo, uno que parece ser inducido por smog, niebla y un concierto de cartel de santa, dibujado por Bruce Timm y entintado por un mono rabioso que no tiene más recetas para prozac y  escuchó a Bauhaus toda la noche.

Las calles están llenas de grietas y parecen estar siempre vacías. Creo que es navidad.

Nada te indica una fecha exacta aquí.

Camino hasta la tienda de autoservicio, una de las joyas de este estercolero.
Nadie debe de saberlo, pero este es un portal, aquí puedes saber qué sucede en la realidad fuera de este limbo.
MALA es ESE lugar.
¿Recuerdas todos esos calcetines que metiste a la lavadora y nunca salieron?
Probablemente terminaron en la verga de algún vagabundo aquí en MALA.
¿Esa tarea que estás seguro de haber hecho pero desapareció misteriosamente?
¿El dinero que debías al mafioso en potencia por el cuál rompieron dos de tus dedos?
¿Tu dignidad después de haberle chupado el pito a ese chico en los baños de la prepa?

TODO está aquí en MALA.

El estante de revistas es el único portal hacia el exterior.
Nadie lee aquí en MALA si no es un post de clickbait en facebook (Zuckerberg sabe que existimos) Así que el estante mágico pasa desapercibido.
Y al parecer el mundo exterior sigue siendo una basura aburrida.

Nadie nunca sale o entra de MALA.
Puedes perderte y pretender que has salido, pero cuando abras los ojos estarás aquí, tú y todos los que alguna vez te rodearon.
Si caminas lo suficientemente lejos conocerás nuevos lugares, pero cuando eventualmente te desmayes de cansancio, despertarás en el corazón de MALA.
La única manera de salir de aquí es si mueres y todos te olvidan, pero eso no sucederá.
Si tienes la suerte de morir, serás el tema de conversación de todos, por un largo, largo, largo tiempo. Eso significa que seguirás ahí.

Vuelco mi atención hacia la cajera, una tipa nueva de grandes tetas y ojos enormes.
Es divertido porque jamás la había visto y a juzgar por su maquillaje, probablemente cree que este es un lugar genial. Pobre estúpida.
Le propongo mostrarle el lugar más lúgubre de MALA si me enseña su escote.
Antes que se de cuenta estoy con la cabeza entre sus piernas e inmediatamente mi verga en su culo.

Qué día.
Ahora no podré volver al autoservicio.

Con el dinero que hurté de su bolsa mientras seguía retorciéndose por la estimulación anal de plutoneo puedo pagar la luz, mierda, tal vez hasta pueda pagar el agua y volver a comprar café.

Mierda, lo olvidaba.
No hay servicio en navidad.

Lejos de Rusia, cerca del Infierno.

Odio Los Lunes (IV)

Odio a un hombre y lo voy a matar.
Esto es un recordatorio.

El texto anterior fue escrito la noche de un 27 de Agosto.
El autor había dejado un post it amarillo pegado a la puerta de su nevera con él.
Cuando encontraron lo que quedaba de él, uno de los oficiales hizo un comentario como:

“Y si el hombre al que odiaba era a él mismo”

Dos de los cerdos que le acompañaban asintieron con la cabeza.
Uno de ellos sintió pena por él.
El otro le condenó por ser un suicida. También hurtó un par de sus zapatos y dos billetes de su cartera.

La verdad era que sí, el autor efectivamente odiaba a un hombre. Y su recordatorio se mantuvo sobre la puerta de la nevera durante un par de semanas, hasta el 10 de Septiembre.

El autor, por lo visto por sus pertenencias, era un hombre culto. Su biblioteca parecía pequeña, pero tenía los suficientes libros para mantenerla apretada. Su selección de música era excelente y el diario que llevó sus últimas dos semanas, aparte de tener una ortografía excelente, estaba redactado a modo de odiarlo cuando él quería ser odiado y amado cuando él lo requería.
Era un buen hombre, lo que me hace pensar, por el chiquero en el que vivía, que era un buen hombre con una mala suerte.

Ahora sólo era un Pollock improvisado sobre su pared.
No quedaba nada de su rostro, más que un vestigio de lo que parece haber sido una barbilla. Un poco de cuero cabelludo se escondía detrás de una pequeña mesita.

El hombre al que odiaba lo encontró primero a él.

Ahí se fueron años de rabia. Dos semanas de meticuloso planeamiento.

Debería mencionar que el hombre al que odiaba era su padre.

Vaya pelele.

Odio Los Lunes (IV)

Barbara Henneberger

Me gustaba estar con ella, aunque sabía que me hacia mejor estar con él.

Yacíamos tirados en el piso mientras la madera me absorbía, entre ligeras gotas de angostura y manteles rojos, entre un riachuelo de vodka y dos moras, unas caderas sacudiendo el aura de luz, perturbando el perfecto esquema de la pared blancuzca, manchada en semen enfermizo.

¡POR FAVOR! ¡AYÚDAME! ¡ESTOY AHOGÁNDOME!

Oye, no puedo, me comen las langostas.
Con ella era total miseria.

Mátame con tus jodidos ojos hundidos y tus labios insípidos.

Qué mierda encuentro en ellos que jamás te diré.

He ahí la magia, pues no pienso en ello.

La hinchazón en mis pantalones y la ira en las sienes se carcome lo bueno que podría haber en mi.

No lo hay más, soy dictadura.

Hace dos días morí y me estás consumiendo al no verme, no soy de oro y mis zepelios no fueron concurridos, no has de voltear a verme, ni drenarme, me fui.

Las plagas se adhieren a mis paredes y la violencia no puede romperlas, este es el fin de mis rieles, gasté mis créditos en el viaje pero no va más.

Incorporeo no he de proseguir.

No soy un perro más de esta camada y las calles me desconocen.

Estás desperdiciando cosas, pero el no quiere.

Antes de no poder no quise.

Barbara Henneberger

Evelyn Dick

Usualmente la vida se maneja en mitos.
Cosas que escuchas de alguien y antes de darte cuenta ya las estás repitiendo.
“La vida pasa frente a tus ojos”, cosa que no sucede. En realidad, ves un destello simplemente.
O esa vieja patraña acerca de no sentir dolor alguno durante una riña por cuestión de la adrenalina.
Bueno, pues esas son mamadas.
Claro que duele.
Bien, eso no detiene nada de esto.
No es la adrenalina.
Podría ser la rabia, incluso podría ser el hecho de no querer quedar en ridículo por estar ya en medio de la pelea.

Y si quedar en ridículo implica el viejo cliché de ganar, pues entonces quedo en ridículo.
Pero al igual que los mitos y leyendas, el ganar es una idiotez, al menos para mi.
Yo simplemente me sentía impaciente por un poco de problemas. Tres minutos antes lo vi a través del cuarto. El típico idiota que termina colándose a la fiesta y a nadie le importa porque el lugar está lleno de mierdas como él.
El tipo solía cogerse a mi chica actual.
Tal vez pensé en defender su honor o la satisfacción que la testosterona exige de un varón común y corriente.
Mi chica actual era un pedazo de mierda también.
Uno menos pretencioso y más ingenuo que las compañías que solía procurar, con los que solía arrastarme en noches como esta. Ella estaba desesperada por encajar en un lado específico de la sociedad, que esta ciudad de ratas no le iba a ofrecer, así que terminó cerca de estas sanguijuelas.
Eso no le excusaba de ser un pedazo de mierda también.
Algo que me agradaba de ella era eso, esa falta de color sobre su lienzo, toda esa pretensión altamente insufrible cubriendo una masa de nada, algo tan puro.
Aún así esa capa jamás se habría de romper, yo no lo habría de hacer, me faltaba dinero y la capacidad de fingir ser un idiota de mediana edad con comienzos de calvicie que aún pasa sus noches en bares, en gigs, en after parties, donde todos lo ven como alguien cool, no como la rata aferrandose a su juventud obviamente perdida.
La gente como ella buscaba gente así, de alguna forma la consideraban interesante, porque inevitablemente sabían que se dirigían hacia allá.

Después de unas cuantas cervezas y caer en cuenta que muchas o pocas no iban a cortar el sentimiento de odio hacia esta alegre parranda de beodos iletrados que parlaban basura acerca de “arte bizarro” (o lo que veían en sus pórtatiles y sus pequeñas mentes consideraban “darkie”), decidí comenzar a buscar su mirada, esa mirada altanera con esos ojos pequeños que escondían algo tras esa pared de confianza.
¿Abuso sexual de parte del padre en la infancia?
¿Un error que le había causado bullying durante cuatro meses en la preparatoria?
¿El hecho de aún vivir con su madre?
Eso me parecía a mi. Eso o una causa común en por qué alguien pasada la pubertad se esconde tras una moda (Que no puede costear, así que la adopta en tianguis baratos y tiendas de un DIY que se inclina más a ser plagio) y la defiende a capa y espada jurando y perjurando que es una “subcultura”.
La excusa más vieja de nuestros tiempos.

Lo busqué durante unos minutos, hasta que gracias al patán divino, el alcohol si surtió el efecto deseado en él.
Podía sentir esa hostilidad etílica en el ambiente, cortando las horrendas canciones que inundaban la habitación, deslizándose por entre la luz roja que estos pigmeos subdesarrollados creían que los haría verse interesantes.

Cuando el tipo tomó el valor suficiente para caminar hacia mi, yo tenía en mente lo que me habían dicho de él.
El arquetipo del niño rico sin atención paternal que volcó su vida a estudiar formas de defensa personal.
Recordé todo lo que pude que alguna vez mis amigos me dijeron.
Puños al hígado, tratar de hacerlo caer, ganchos bajo las fosas nasales, cabezazos sobre la frente.
Y vaya, no estaba dispuesto a la confrontación pre riña, ese rito sagrado del macho. Intercambiar palabras y mantener la vista, golpearse el pecho y tratar de intimidar al otro. Todo eso era un gasto innecesario de tiempo.
Vacié mi mente y bebí mi cerveza, le estrellé el envase en su cabeza, la luz roja y verde centelleó sobre los vidrios húmedos que volaron por la habitación, la usual conmoción se hizo presente en la forma de gritos falsamente agudos y bufidos que luchaban por sonar varoniles de aquellas personas que ahora había conseguido, fuesen mi público. Enseguida se inclinó gritando. Una lesbiana que se encontraba cerca de nosotros trató de alejarme de él.
Es hermosa la sensación de tu puño sobre el rostro de una puñetera machorra.
Equidad de género, puta.

Nadie me mintió, el tipo sabía cómo defenderse.
Me tomó por las piernas y me levantó, haciéndome caer de espaldas al piso.
Pude sentir cómo el aire escapaba de mis pulmones y unos cuantos cristales se incrustaban delicadamente en mi espalda baja. Tenía la ventaja de que el tipo estaba desconcertado por el botellazo y aparte uno de sus lentes estaba estrellado, aún así parecía que buscaba la forma de inmovilizarme, sabía que esto significaría un labio roto, un ojo morado y tal vez la nariz, pero !Oh! gracias a la oscuridad del lugar y a sus gafas atrofiadas, pude patearle la cara, dos veces, justo sobre los labios y bajo el mentón. ¡Mierda! esto era una satisfacción orgásmica, ni siquiera el hecho que el pudo atestarme un puño certero al centro del rostro podía quitarme la sensación que invadía mi cuerpo célula por célula.

La puerta se encontraba abierta, la entrada era un pequeño cuadro de 2×2 metros que conectaba una escalera a otra. Estábamos en un cuarto piso. Salimos del departamento y la pelea se trasladó a la entrada, justo al lado de las escaleras.
El tipo puso su rodilla sobre mi cuello, por fin lo logró me inmovilizó y comenzó a golpearme, en ese punto no tenía cómo defenderme.
Vi a todos fuera del departamento, observándonos.
A pesar de estar en desventaja y tener un público, nadie se veía animoso a brindarme ayuda.
Así sirve la vida. Agrádale a alguien y te ayudará.
No lo hagas y te vuelves una casualidad más.
Gracias al vouyerista omnipotente por eso.
Levanté mis rodillas y al estar tan cerca de las escaleras, aún aprovechándome de su desconcierto y los demás factores que hacían de esta pelea algo incoherente, moví mi cuerpo unos centímetros, haciendo lo posible por levantarme, podía ver la sangre ajena rodando por sus mejillas, al ver que no podría levantarme, tiré toda la fuerza y peso de mi cuerpo hacia el lado izquierdo. Los dos rodamos por las escaleras.
Era sólo un pequeño tramo de ellas, aunque vale, cada momento dolía, pude escuchar un “crack” al caer. No estaba seguro si era mi cabeza, la suya, mi cuello, el suyo o mi mano, que dolía como un carajo.
Al llegar a una superficie plana sin más impulso de seguir rodando, me di cuenta que ese crack no había sido mío. Era su brazo.
Era el momento, las ventajas están ahí para que las tomes y pobre del bastardo iluso que quiera mostrar la otra mejilla, pues eso sólo prueba que van a colgarte por las palmas.
Subí sobre él, tomé su cabeza y comencé a azotarla contra el suelo una y otra vez, cada una de ellas sintiendo más ira y una pérdida de conocimiento. Una iluminación. Una petite mort, me levanté y antes que el (ahora exclusivamente mío) público pudiera bajar a ayudarlo o detenerme, le atesté una patada sobre los dientes, una, otra, otra, otra y otra, hasta que noté que no tenía más movimiento.
Para ese momento, la conmoción se había detenido por un momento y todos estábamos esperando a la señal de algún movimiento, un ruido que nos hiciera salir de nuestra parálisis.
Sacudí la cabeza y bajé las escaleras, tratando de recuperar el aliento, aún así, siendo más rápido que ellos. Para cuando empujaba la puerta de la entrada, podía escuchar sus horrendos berridos y gritos de ayuda.
Mi público se había convertido en parte del elenco, uno que estaba ansioso por ser parte de nuestra pequeña puesta en escena.
Salí hacia la calle, hacia el infernal frío al cuál olvidé cargar mi chaqueta.
Caminé tambaléandome sobre la avenida, tratando de alejarme lo más rápido posible.
Busqué alejarme de las vías transitadas, de donde alguien pudiera verme y seguirme la pista.
Sabía que iban a haber consecuiencias, pero en este momento me sentía muy cansado para pensar o lidiar con ellas.
Sólo necesitaba una siesta.

Desperté en un callejón, sucio, maloliente.
Serían cerca de las 6 am.
El frío era peor y la luz comenzaba a tornar la noche en un púrpura enfermizo.
Me arrastré, buscando un montón de basura que pudiera brindarme.
El estercolero tenía un hedor particularmente peculiar.
Podía escuchar unas voces detrás de los contenedores, unas voces que cada vez se hacían más y más notorias.
Al levantarme supe que estas provenían de unos cuántos vagos calentándose alrededor de un tambo en llamas.
Me recosté un momento. Hice un recuento de daños.

Mano: Jodida
Rostro: Hinchado
Piernas: Adoloridas
Costillas: Definitivamente jodidas
Dientes: Perfectos
Pertenencias: Sin rastro de ellas

Tomé un respiro hondo y me levanté.
Al pasar frente a los vagos, pude notar que no era la clase de vagos que buscan un poco de licor, calor y donde pasar la noche. Era la clase de malvivientes que acechan tras las esquinas en los barrios malos de las ciudades malas.
Pude escuchar voces, distinguiendo que pedían dinero.
Faltó contar entre los daños mi oído izquierdo, el cuál estaba totalmente hinchado y parcialmente cerrado.

Caí en el sucio concreto.
Gracias, vago asaltante. Justo estaba por caer de todos modos.
Me orillé hacia la pared, tratando de buscar un soporte para sentarme.
Podía escuchar que se burlaban de mi y me exigían dinero.
Oh, ingenuas vidas inferiores. Si supieran que sólo cargaba conmigo un dolor físico inimaginable y la infinita gratificación que me acompañaría el resto de mis días.

No iba a pasar por el proceso de excusarme y explicar mi falta de capital, así que volví a ponerme en pie y di los dos pasos más difíciles de mi vida.
Enseguida volví a caer en el concreto. Vago asaltante me tomó por la cara y escupió sobre mi. Vago drogadicto se acercó a mi cara, desabrochó su bragueta y sacó su sucia verga, la acercó a mi y vago asaltante me atestó una cachetada y exigió que abriera mi boca.

Abrí mi boca lo más grande posible. Sentí su sucio miembro tocar mi paladar. Cerré mi boca y presioné mis dientes en perfecto estado sobre su inmundo sexo. Presioné tan fuerte que pude sentir el palpitar de mi pulso en cada parte de mi rostro que se encontraba en mal estado.
A través de mi oreja de coliflor, pude escuchar gritos y a través de mi costado maltrecho pude sentir una incisión. Continué presionando hasta sentir la carne y el músculo cediendo.
Mi cuello se encontraba en buen estado, así que comencé a mecerlo de un lado para otro, apretando más y más mi mandíbula.
Abrí los ojos y pude apreciar la expresión de vago drogadicto, una expresión que me dejaba saber que en ese preciso momento, estaba analizando cada una de las malas decisiones que le llevaron a este momento. Eso o que estaba a punto de desmayarse.
Vago asaltante se levantó y al estar del lado de mi oído sano, pude escuchar su invitación a vago espectador y vago desinteresado a huir y desentenderse de este asunto.
Descubrí que la piel que rodea al glande es bastante delicada.
Apreté mi mandíbula hasta sentir como se encontraban de nuevo mis dientes.
Escupí la cabeza de verga lo más cercano a la cara de vago drogadicto, que ahora yacía de espaldas frente a mi. Me arrastré y limpié mi rostro con su gabardina. Gateé una pequeña distancia y enjuagé mi boca con un poco de licor barato que había quedado abandonado. Me puse en pie y continué mi camino.

Amanecía al tiempo que encontré los legendarios tres barrotes doblados en la parte trasera del parque. Un sitio sagrado en mi adolescencia. Entré al parque y busqué el viejo punto donde solía reunirme en tiempos pasados, tiempos más simples.

¡No, mentira!
Eran tiempos más difíciles.
A pesar de todo lo que pasó, me sentía bien.
Probablemente, por primera vez en mi vida había hecho lo que quería, lo que realmente quería en ese momento.
Todo esto no fue por honor, ni por testosterona y mucho menos por una chica.
Fue una idea que nació y estaba ahí, esperando ser libre.

Me sentía realmente en paz conmigo mismo.
Me recosté sobre el césped húmedo por el rocío matutino.
Realmente debía de levantarme y buscar atención médica por el navajazo que vago asaltante me había dado.
Pero el sol comenzaba a subir por mis piernas, dándome un poco de calor.
Y justo en ese momento, lo que realmente quería era tomar una larga siesta.

Evelyn Dick