La mañana del 13 de Junio (en realidad eran las 5:40 pm. pero ¿La mañana cuenta cuanto justo despertaste, cierto?) empaqué un pequeño velíz con un par de pantalones, un par de bóxers, dos camisas, una formal y una festiva y un saco. Bajé a toda prisa las escaleras del edificio roído, esperando no encontrarme con el casero, al que no planeaba pagarle un centavo hasta que hiciera algo al respecto con la plaga de cucarachas. Cosa que aunque tratara y volviera a tratar, no iba a solucionar. Por lo que tenía un departamento a dónde regresar. Horrible, sucio y pestilente, pero gratis.
Al salir a la calle, el sol sepia y deprimente se arrastraba tras los edificios para dar paso a un intermedio azulado, un momento grisáceo y melancólico que preparaba a los demonios de las drogas, las putas y las ratas a salir de sus escondites para bailar y beber el resto de la noche. ¡Pues quédense a bailar entre su propia mierda! La tarde de ayer recibí una llamada de J. Aún estaba demasiado sedado para comprender, pero pude escuchar que saldríamos de aquí por unas noches, que estuviese listo a las 6:30.
Y aquí está, puntual como siempre. Tan puntual que me asusta.
No puedes confiar en un hijo de puta confiable, eso no.
Antes que pudiera siquiera saludarme, ya estaba sobre el coche, un descapotable descolorido y rechinante. La nave interespacial que iba a sacarnos de este cochinero por unas cuántas eternidades.
Tomamos camino, mientras salíamos de la ciudad le prometí a J. comprarle una botella de Vodka por cada perro callejero que sacara de su miseria.
Al pasar el cartel que indicaba que habíamos salido de la ciudad, le debía 5 botellas.
-¿A dónde vamos J.? -grité, ya que el capote del auto seguía abajo-
-La Capital
-¡Perfecto! ¿Qué hay ahí de bueno? -volví a gritar-
-¿Que qué hay de bueno? ¡Todo hay de bueno!
La noche por fin cayó completamente, con una humedad abrumante y un olor a morgue descongelándose. Pero aún así era mejor que el fulminante sol matutino.
Abrí la guantera, encontré dos pastillas misteriosas.
Para el fármaco dependiente amateur, este momento es de nervios y angustia. ¿Qué efecto puede causarme? ¿Cómo me va a poner?
Pero el veterano sabe que todo está dentro de la mente, al menos cuando se trata de pastillas misteriosas.
Las tomé, las mentalicé siendo sedantes y procedí a tomar una siesta.
Por un momento soñé con la vieja vida. Las paredes púrpura, el librero atestado, el ruido externo de la calle. La sensación de levantarme e irme, de aún poder huir.
Desperté al sentir que el auto dejó de moverse.
Estábamos en una de esas calles aledañas a las avenidas principales en las grandes ciudades, esos pequeños callejones de prostitución justo detrás del ambiente familiar y turístico. El vicio bien establecido justo detrás de donde nadie sospecharía.
-¡Vamos, rápido! No queremos perder la reservación -Dijo J. con un optimismo náuseabundo-
Llegamos a la recepción, al parecer era en serio. No queríamos perder la reservación.
Subimos al cuarto piso, bajamos del elevador. J. me tomó por los hombros y me vio directamente a los ojos.
-Escucha, vendrán dos chicas
-Perfecto -dije con duda, ya que no me gustaba el tono en el que J. lo había dicho-
-Claro, la cosa está en…mira, pues. Es complicado
-Cálmate J. sólo dilo
-La cosa es, podemos acceder a un gran, un buen negocio. Drogas, dinero, autos, putas. Tú sabes, mover las cosas. Esto significaría poder tener todo esto para nosotros, gratis.
-¿Cuál es el pero? -pregunté, con desesperación-
-Tienes qué casarte con una de ellas
-¡¿Qué?!
-No tienes que pensarlo, ya accedí por ti.
-Pero ¿Qué? ¿Por qué?
-Mira, hay que tener una buena razón para estar dentro así que
-¡Así que me casaste, hijo de puta!
-Vamos, componte, aquí vienen
Sonó el elevador, una de las puertas se abrió con dificultad, la otra no se movió para nada.
Detrás de la puerta funcional había dos chicas. Una joven, castaña con rostro amable y otra rubia, más alta a la que la edad se le notaba en el rostro, piernas largas y culo firme, un par de pechos prominentes y una expresión que podría sacarte los intestinos por el culo y reinsertártelos por la boca.
J. me presentó a rubia como L. y a la castaña como mi futura esposa, la novia.
La novia nos saludó de forma alegre e informal. Con toda la emoción de alguien que aún no está podrido. En cambio L. nos extendió la mano, dejando ver que tenía un contrarreloj que le estaba indicando que si algo interesante no sucedía ahí, ella estaba lista para irse.
Caminamos los cuatro hacia la habitación 402 y nos quedamos parados.
-¡Ah! Qué idiota. Las llaves, claro -mencionó nervioso J. mientras abría la habitación-
-Bueno, los dej…
-¡No! Sabes qué, me parece que antes de continuar tengo ciertas cosas que charlar con L. Así que ¿Por qué no vas tú con nuestra futura novia a…preparar todo? -dije interrumpiendo a J. mientras con mi palma, guiaba a L. por la espalda, dentro de la habitación-
-Pero, espera
-Claro, los veremos en un par de horas -exclamé cerrándoles la puerta en la cara.
Por un momento nos quedamos viendo fijamente. L. era más alta que yo, no tan alta, pero lo suficiente para notarlo sin problemas. También era bastante más vieja que yo, aproximadamente 10 o 15 años.
-L. se inclinó sobre una pequeña mesa, donde puso su bolsa y apagó su cigarrillo, volteó a verme y comenzó a bajar el tirante derecho de su vestido amarillo.
Antes que pudiera bajar el tirante izquierdo, la empujé violentamente sobre la cama, traté de desvestirme lo más pronto posible, pero antes que pudiera desabotonar mi camisa, sus piernas ya estaban alrededor de mi cintura.
Era una de esas chicas que conoces durante la preparatoria, esa clase de chica que no usa ropa interior que descubre que el sexo es un divertido y placentero pasatiempo.
Ella es esa clase de chica que jamás creció de esa etapa, solamente la perfeccionó.
Al penetrarla puedo sentir su aliento húmedo en mi oído y sus uñas afiladas en mi espalda.
Antes que pueda tratar de tomar ritmo, siento que ella lo controla.
Es ahí cuando me doy cuenta. Ella me está cogiendo a mi.
Al terminar me siento sobre la cama. Conversamos durante un rato. Después nos quedamos en silencio. Volvemos a conversar y eventualmente prendemos una vieja radio que parecía sólo de adorno.
Suena She Cried, de Jay & The Americans.
-¿No crees que tu futura esposa se sienta mal por esto? -preguntó L.-
-Bueno, tal vez sea mi despedida de soltero ¿No?
-Tenlo por seguro
-Sí, lo tendré en mente
Terminamos de escuchar la canción. Algo en mi sabía que lo único que mantenía a L. ahí, al lado mío, desnuda, perfecta, como una estatua inmaculada, era la canción.
Al terminar, comenzó a sonar Cry, de Johnnie Ray y L. comenzó a mover sus piernas de cerámica.
-¿Sabías que Johnnie Ray era sordo?
-Cantaba muy bien para serlo
-Al menos no podía escuchar cuando lo juzgaban por ser gay
-Pareces saber bastante sobre músicos jodidos ¿No?
-Uno debe de conocer a los suyos
-Ah, ¿Eres músico? -Comentó L. entre una risa ligera, volviendo a recostarse-
-Hace mucho de eso, aparte odiaba el término
-¿Y cómo terminó un músico…ex músico cogiéndose a la madrastra de su futura esposa? -dijo L. lentamente mientras volvía a subir sobre mi-
¿Madrastra? Maldita sea. No sé en qué me metió J. esta vez.
Sabía que debía preocuparme, pero todo pesar anterior en mi vida se disipaba al sentirme dentro de L. Y curiosamente al verla me sentía protegido, como un chiquillo perdido en un centro comercial que encuentra un policía y lo guía a la cabina para microfonear a sus padres.
L. no iba a microfonear a mis padres, ni iba a protegerme, pero aún así disfrutaba la sensación de despreocupación y por un momento vivir sin paranoia era maravillas.
Crying, de Roy Orbison sonaba mientras sostenía las caderas de L. penetrándola por detrás. La primera vez en la noche que yo dictaba el ritmo y era porque ella lo estaba permitiendo. Su espalda marcaba una línea curva perfecta que se tensaba de vez en cuando.
Volteamos y subió sus piernas a mis hombros. Mantuvimos esa posición hasta sentir cercano el clímax.
Saqué mi verga y la acerqué a su cara.
-No -dijo L. alejándola con la mano-
-¿Qué pasa?
-Nunca lo he hecho
-¿Nunca lo has hecho? -dije entre risas-
-No, tuve un problema con un dentista alguna vez
-¿Le diste una mamada a un dentista?
-Todo un comediante -dijo L. dejando ver que se estaba molestando-
-No, sólo bromeaba…vamos ¿Al menos puedo venirme en tu cara?
-Está bien, pero rápido
Froté mi verga lo más rápido que pude frente a su rostro, tratando de hacerlo rápido para que no desesperara, concentrándome en el momento en sí. Pero entonces alguien comenzó a golpear la puerta. Era J. gritando algo, probablemente sobre preocupándose como siempre.
Subí el volumen de la radio. Ahora sonaba Put Your Head On My Shoulder, de Paul Anka.
Seguí agitando mi miembro con la mano derecha y con la izquierda sostenía la cabeza de L.
Podía sentir esa sensación de final subiendo por mi pierna, trepando por mi vientre y volviéndo a bajar, entre imágenes de L. siendo una santa, entre luces coloridas y violentos flashes. Finalmente el rostro de L. se veía empapado por una fuente blanquecina que no se detenía. Una sensación de paz me invadió. Una que no me dejó ver que J. había derrumbado la puerta. Lo vi en bóxers forcejeando con un par de hombres.
Al parecer el hijo de puta también había estado divirtiéndose con MI futura esposa.
No había que pensar para saber que era hora de huir de ahí, que todo se había ido a la mierda.
Busqué mi ropa y me vestí lo más rápido que pude mientras J. forcejeaba por todo el pasillo con esos dos tipos.
Sabía que no volvería a ver a L. así que me acerque a ella y le besé los labios.
El mejor beso de mi vida hasta ese momento, si no fuera porque ahora tenía mi propio semen en los labios.
Tomé mi veliz, salí a toda velocidad y golpée a un tipo en la cara, lo suficiente para alejarlo de J. pero no lo suficiente para dejarlo inconsciente, tomé a J. por el brazo y lo jalé hacia el elevador. Oprimí el botón para bajar, a lo lejos sonaba Stupid Girl de los Rolling Stones, la maldita puerta funcional eligió este momento para no cerrar, así que tuvimos que hacerlo manual, pero justo antes de poder hacerlo, uno de los tipos pudo entrar.
Esta había sido una mala idea nuestra, pero viéndolo de esta manera, el matón era el que estaba en problemas ahora.
Le golpée desde arriba con el véliz mientras J, le pateaba las bolas, cuando quedó postrado de rodillas, le patée la cara y J, procedió a pisarle el rostro hasta que quedó solamente una masa carmesí, como ese volcán maqueta que trataste de hacer que hiciera erupción, pero solamente borboteaba míseramente.
Salimos corriendo hacia el callejón a la izquierda del hotel, trepamos al descapotable y arrancamos.
Nos seguían, tres autos, muy cerca de nosotros.
Atropellamos a un vagabundo que salpicó de sangre el parabrisas.
-¡ESO CUENTA COMO 3 BOTELLAS J. VAS BIEN!
J. volteó a verme con una mezcla de desconcierto y preocupación.
Abrí la guantera y volví a convencer a mi tercer ojo que las misteriosas pastillas eran algo para ponerme al tanto de la situación. Adderalles o algo que me subiera.
Las tragué y me levanté. Comencé a lanzarles lo que tuviese a la mano a los autos detrás de nosotros, sin importarme si eran nuestros perseguidores o simples civiles en camino a sus casas.
Escuché a J. gritar mi nombre, en ese instante todo se volvió lento. Sentí un impacto. Vi el cofre del auto bajo mis pies y supe que habíamos chocado.
Volé un par de metros hasta una pila de basura.
Me acerqué al auto.
J. estaba desmayado o muerto sobre el claxon del auto, con el rostro ensagrentado y la verdad, nuca supe tomar el pulso. Así que asumiremos que murió.
-Lo siento J. -me despedí besando su frente, llenando ahora mis labios de sangre-
El choque había causado un caos vehícular, podía ver a los 3 autos varados a una cuadra detrás. Corrí entre callejones y avenidas durante una eternidad hasta llegar a la parada de autobus.
-¿Puede darme un boleto hacia la ciudad de M.?
-¿Y por qué querría ir ahí? -dijo la encargada de la taquilla, con un tono burlón-
Le arrebaté el boleto, subí al autobús y dormí todo el camino.
La llegada a M. fue en el mismo momento del día en el que me marché. El azul grisáceo me recibió como si nunca me hubiera ido.
Caminé hacia el edificio putrefacto, pero al subir a mi piso, el casero estaba frente a la puerta.
-¡HUBIERA SACADO TUS COSAS, PERO TODO CONSTA DE BASURA!
No dije nada, sólo di la media vuelta y me marché.
Maldito hijo de puerca, tiró mis libros.
Así que así terminó la ida a la gran ciudad.
Me siento en la acera y tomo el periódico de hoy que se encuentra en la basura.
Al parecer el viejo que vivía a un par de calles de aquí murió ayer.
Y que yo sepa no tenía una familia o alguien que cuidase de él.
Esperemos que su chapa no sea difícil de forzar y que al morir no halla defecado sobre el colchón.